El capitalismo está cambiando a velocidad de vértigo
y cada vez se muestra más superpoderoso. Y lo está haciendo en su manifestación
más externa, más aparente y más cercana. Pero no separemos la apariencia del
capitalismo de su esencia, no la veamos en su diferencia sino en su igualdad.
Recordemos entonces a Hegel cuando dice que la apariencia es la esencia en la
determinación del ser, esto, en su determinación perceptiva. No sigamos
representándonos la esencia del capitalismo en
forma exclusiva como la contradicción que se da en el seno del capital
industrial entre capital y trabajo. Pensemos el plusvalor como la cantidad
de plustrabajo que genera el trabajo bajo todas las formas del capital y que es
apropiado por los capitalistas de las más diversas formas. No sigamos atado a
la noción de monopolio como aquella condición económica donde con respecto a
una determinada clase de producto hay una sola empresa que la produce. Pensemos
en los precios de monopolio como aquella condición económica que se da en una
empresa que produce su bien o servicio para millones de consumidores y actúa en
el mercado global. Pensemos que bajo el dominio de la publicidad y el quehacer
de los influencers en las redes sociales el consumidor solo desea poseer una
determinada clase de bien. Comprendamos que las grandes marcas conocen la
fidelidad de las grandes masas sociales por sus productos, que su precio no
corresponde a su valor, que está por encima, y, por consiguiente, obtienen el
plusvalor de una parte del salario del consumidor. Igual que ocurre con el
interés que paga un trabajador por el crédito que pide para comprarse un
automóvil o una vivienda: es parte de su salario. Las grandes masas sociales
están siendo enormemente explotadas no solo en su trabajo, sino también cuando
consumen. Por eso decía al principio que deberíamos ver la esencia del
capitalismo bajo la determinación del ser, esto es, en su apariencia y
manifestación externa, esto es, en el mercado.