viernes, 21 de mayo de 2004

Crítica a "Las tierras comunes" de Hardt y Negri

En el capítulo 12 de “Imperio”, en el apartado titulado, “Tierras comunes”, Hardt y Negri nos hablan de que “a lo largo de todo el periodo moderno se produjo un movimiento continuo hacia la privatización de la propiedad pública”. Después añaden que en medio de la postmodernidad “nuestra realidad económico y social se define menos en virtud de los objetos materiales que se fabrican y consumen que a través de los servicios y las relaciones coproducidos. Producir significa cada vez más construir cooperación y comunidades cooperativas”. Y a continuación llegan a una conclusión francamente desdichada y quijotesca: “En la nueva situación, el concepto mismo de propiedad privada, entendido como el derecho exclusivo a usar un bien y disponer de toda la riqueza que se derive de su posesión, tiene cada vez menos sentido. En este nuevo marco, cada vez hay menos bienes que pueden ser poseídos y usados de manera exclusiva; es la comunidad la que produce y la que al, producir, se reproduce y se redefine a sí misma. El fundamento de la concepción moderna clásica de propiedad privada ha quedado hasta cierto punto disuelto en el modo posmoderno de producción”.   Por último, vuelven a formular la conclusión con un franco abrazo al idealismo: “La propiedad privada, a pesar de sus poderes jurídicos, no puede evitar convertirse en un concepto más abstracto y transcendental y, por consiguiente, cada vez más desconectado de la realidad”.


Sinteticemos lo que dicen los autores de “Imperio”: en el periodo moderno la propiedad privada asestó duros golpes a la propiedad pública, pero en el periodo posmoderno el concepto de propiedad privada perdió su sentido, se volvió abstracto y se desconectó de la realidad.  No sé en que mundo viven Hardt y Negri. Dificil es creer que eso sea cierto. Pero escuchemos cuál es la causa de la defunción del concepto de propiedad privada según dichos autores: “cada vez hay menos bienes que pueden ser poseídos y usados de manera exclusiva; es la comunidad la que produce y al, producir, se reproduce y se redefine a sí misma”. Analicemos el contenido de este juicio. Las pirámides de Egipto las hicieron las colectividades,  igual ocurrió con los castillos de la Edad Media, como otro tanto de lo mismo ocurre con las grandes mansiones en la actualidad. En todos esos casos ha sido la colectividad quien ha creado los elementos de la riqueza mencionados, pero la apropiación del producto final ha sido privada. Y el hecho de que en el periodo “posmoderno” la producción de riqueza se haya hecho aún más social, como así lo atestigua la globalización,  no impide que la apropiación del producto del esfuerzo colectivo siga siendo privada.

Se podrá admitir que la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación ha llegado en tiempos de la globalización a una situación explosiva, pero esto no implica en ningún caso que la propiedad privada se haya vuelto un concepto abstracto, sin sentido y desconectado de la realidad. Todo lo contrario: cuanto más social se ha hecho, por ejemplo, el mercado financiero, más se ha desarrollado y fortalecido  la propiedad privada, mayores fondos monetarios han quedado en manos del ansioso ejecutivo capitalista. Pensar lo contrario, creer que la propiedad privada ha perdido su sentido en el mundo actual, sólo puede explicarse por causa de que se está de espalda a la realidad. Por lo tanto, de ningún modo puede admitirse que el aumento del carácter social de la producción, como así lo atestigua la historia pasada y reciente, suponga el debilitamiento de la propiedad privada y, por consiguiente, la pérdida de sentido de su concepto. De ahí que por mucho que Hardt y Negri afirmen que “nos parece que hoy participamos de una comunidad más radical y profunda que la que se haya experimentado nunca en la historia del capitalismo”, todo eso no supone en modo alguno el resquebrajamiento de la propiedad privada.

Es propio de los marxistas concebir las cosas como unidad y lucha de contrarios. Así concebimos el mundo de hoy: como contradicción entre capitalismo y socialismo, entre propiedad privada y propiedad pública. Pero Hardt y Negri anulan o  disuelven  por medio de frases especulativas el carácter fundamental de la contradicción entre propiedad privada y propiedad pública, puesto que defienden que el fundamento de la concepción moderna clásica de propiedad privada ha quedado hasta cierto punto disuelto en el modo posmoderno de producción. Todo esto favorece a los intereses de los capitalistas, quienes  frotándose las manos de alegría dirán: “Nosotros, de puertas adentro, a seguir disfrutando de la propiedad privada de nuestros bienes, a gozar de la vida mediante el imperio de nuestras privadas fortunas,  pero de puertas afuera seguiremos las consignas de Hardt y Negri y gritaremos: Ustedes, los de la izquierda radical, se equivocan, luchan contra la propiedad privada, cuyo concepto, como muy bien mantienen Hardt y Negri, se ha disuelto en el modo posmoderno de producción. Puesto que si algo ha perdido su sentido conceptual, será porque también ha perdido su sentido real. Y añaden:  Así que ustedes, los de la izquierda radical, están luchando contra una quimera, algo superado, algo que carece de sentido real”. Es obvio, como mantuve líneas atrás, que la concepción de Hardt y Negri favorece claramente a los intereses de los capitalistas.

Veamos ahora cómo dibujan Hardt y Negri el tránsito del “modo posmoderno de producción” a la sociedad del futuro. Su argumento es el siguiente. Primero afirman que “la propiedad privada, a pesar de sus poderes jurídicos, no puede evitar convertirse en un concepto cada vez más abstracto y transcendental y, por consiguiente, cada vez más desconectado de la realidad”.  En segundo lugar, por medio de la intuición fantástica hacen la siguiente inferencia: “Una nueva noción de “las tierras comunes” habrá de emerger en este terreno”.  Y, por último, definen lo que son “las tierras comunes”: “Las tierras comunes son la encarnación, la producción y la liberación de las multitudes”. Es propio de un gran número de filósofos posmodernos transformar la representación sensible de la realidad en representaciones abstractas por medio de categorías generales. De manera que lo que resulta a primera vista claro y definido, que la producción de riquezas se ha vuelto muy social y que la apropiación de sus frutos es privada, se presenta después, tras la mediación de la filosofía especulativa, oscuro e indefinido.  Que diferente es decir que todas las gigantescas y poderosas fuerzas productivas mundiales deberían ser de propiedad pública, que hablar de tierras comunes. En el primer caso somos muy concretos, en el segundo caso somos abstractos y huidizos. Que diferente es decir que las multitudes se liberarán con la reducción de la jornada laboral, que decir que en las tierras comunes las multitudes se encarnarán y liberarán. En el primer caso somos muy claros, en el segundo somos muy genéricos. Hardt y Negri parten de un presupuesto falso, la disolución del concepto de propiedad privada, y extraen una conclusión etérea, indefinida, abstracta: la noción de “tierras comunes”. Es de momento sólo el nombre del objeto de un concepto, pendiente todavía de llenar de contenido, de momento muy vacío. Porque saber que las tierras comunes son el lugar donde se encarnan, producen y se liberan las multitudes, es saber bien poco o saber algo puramente especulativo e ilusorio.

Hardt y Negri se despiden de esta sección haciendo el siguiente comentario, como un modo de enjugar de contenido el concepto vacío  de tierras comunes: “Rousseau decía que la primera persona que quiso obtener una porción de la naturaleza para que fuera de su exclusiva posesión y la transformó en la forma transcendente de la propiedad  privada fue quien inventó el mal. El bien, por el contrario, es lo común”. Hablar del bien y del mal tiene sentido en el ámbito de la moral y de la ética, pero en el ámbito de la economía y de la política sobra por completo. El derecho de propiedad debe basarse en el derecho sobre el trabajo propio. De  manera que si una persona se apropia de un trozo de tierra y la trabaja, su trabajo, representado en los surcos y en los cultivos, es la señal de que ese trozo de tierra le pertenece. Y cuando hace eso, no hace mal a nadie. El problema no está en la propiedad privada en general, sino en la propiedad privada sobre los medios de producción como mecanismo para apropiarse de trabajo ajeno. Si ese trozo de tierra es utilizado por su propietario para contratar a un grupo de jornaleros con el fin de cultivarlo, entonces ese trozo de tierra se transforma en capital, esto es, en un medio para apropiarse de  trabajo ajeno. Pero el capitalismo, bajo el punto de vista de la historia universal, es una etapa necesaria en el desarrollo evolutivo de la humanidad, de manera que la propiedad privada capitalista no podemos considerarla como fuente del mal o la personificación del mal. Estas son representaciones que nos confunden y que nos hacen perder de vista  que se trata de un problema económico y no de un problema moral. 

El desarrollo de las fuerzas productivas ha llegado a tal nivel en el mundo actual, que la interdependencia social se hace presente en cualquier actividad humana. Así que es una evidencia que la producción de riqueza ha llegado a un nivel de socialización enorme, pero no se puede perder de vista que  ese desarrollo se realiza bajo una forma económico social  determinada: la capitalista. En su momento producir la riqueza de un modo capitalista supuso un gran salto en el desarrollo civilizatorio de la humanidad, eso siempre hay que reconocerlo, pero en la actualidad se ha convertido en una traba para dicho desarrollo. De ahí que sólo se trate de acabar con la forma capitalista de producir la riqueza y no de imaginar el concepto vacío y fantástico de “tierras comunes”. El blanco al que debe apuntar la izquierda radical debe ser claro y definido, y no etéreo y oscuro. La oposición entre riqueza y pobreza es tan lacerante y dura que no podemos permitirnos fantasear con la intuición etérea de unas tierras comunes donde las multitudes se liberen. Nuestro corazón socialista, pensando sobre todo en las multitudes que a diario mueren de hambre en el mundo, no nos  permite tener ese sueño embriagador y paralizador.

25 de octubre de 2004.

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