sábado, 22 de mayo de 2004

El pensamiento filosófico

El pensamiento filosófico se presenta en ocasiones, sobre todo entre los pensadores franceses, como un movimiento de palabras. No se descubre por medio de esos pensamientos aspectos nuevos de la realidad, sino nuevos nombres para las cosas de siempre y algunos enredos conceptuales sobre problemas viejos. El lenguaje se vive como una cárcel.  No se presenta como algo abierto al mundo y a su influencia, como un medio que refleja el mundo y que regula nuestra conducta, sino como un mundo aparte y en contra del mundo sensible,  encerrando  al sujeto sobre sí mismo. Y cuando este yo se proyecta en el exterior por medio de lenguaje, como dice Cassirer, en vez de tratar con las cosas mismas, sólo conversa constantemente consigo mismo.


Este yo filosófico, reducido en su ser a pura capacidad para el lenguaje, no puede tocar el mundo ni respirar sus perfumes. Permanece dando vueltas sobre su yo mediado por un abstracto tú, y alrededor de la otredad por medio de su inocuo yo. Puesto que ese yo y ese tú no son un yo y un tú corporales, de carne y hueso, que cantan y lloran, sino las palabras ‘yo’ y ‘tú’. Vive así la angustia de no poder salir de las palabras y la desazón de  descubrir que todo  es por medio de las palabras. Se vuelve tan obtuso, vive tan enajenado por la universalidad de la palabra,  que pierde de vista que la mediatez sólo es posible por medio de la inmediatez. Y si la mediatez, esto es, el lenguaje, hace desaparecer la inmediatez o lo convierte en algo inaccesible, entonces la mediatez deja ser mediatez y se convierte en su contrario: en inmediatez.

Pero todo este dilema se resuelve, toda esta asfixia que provoca vivir encerrado en el lenguaje y que todo sea por medio del lenguaje se soluciona, si el filósofo deja de ser filósofo y se dedica a hacer una vida corriente: yendo a comprar al supermercado, haciéndose la comida, fregando el suelo, pintando las ventanas  y disfrutando del sol. Y todo esto debe hacerlo en compañía y durante un tiempo. De ese modo sabrá que no todo es lenguaje, que su única capacidad no es la lingüística, y que del mundo se pueden tener experiencias directas. Comprenderá una máxima aristotélica muy útil para evitar  el idealismo de que todo es por medio de las palabras,  para impedir el imperio de lo universal sobre su angustiado pensamiento sensible: “todos los actos, todos los hechos, se dan en lo particular”. Hasta el hablar y el escribir, que encierran en su seno el poder de lo universal, se dan en lo particular. Y la negación de lo particular y la imposibilidad de acceder a lo particular son dos monedas corrientes en el pensamiento filosófico predominante en la actualidad. Así que, siguiendo a Aristóteles, hago un llamamiento a los filósofos: ¡Volvamos a lo particular, hagamos que nuestros conceptos más abstractos se nutran de la infinita riqueza de lo particular, donde  todos los hechos y todos los actos se dan para nuestro dolor y felicidad!
8 de marzo de 2004.

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