sábado, 22 de mayo de 2004

El rostro y las máscaras

Como la reflexión de Pablo tiene en Proteo una de sus bases, al igual que la reflexión de Rafael Argullol la tiene en Acteón y Diana, quisiera empezar mis pesquisas por dichas bases. Los dioses habían retenido a Menelao en Egipto, en la isla Faro, durante veinte días. Gracias a Idotea, la hija de Proteo, pudo salir de allí. Proteo, después de señalar que los dioses lo saben todo, le preguntó a Idotea: ¿quiénes de los dioses me retienen y cómo llevaré a cabo el regreso a mi tierra natal?  E Idotea le respondió que Proteo podía darle la respuesta. Pero para que Proteo le diera la respuesta tenía que apresarlo. Y esto lo podía hacer cuando el siervo de Poseidón saliera del mar y se acostara en una gruta rodeada de focas. E Idotea añadió: “Tan pronto como lo vean durmiendo, pongan a prueba sus fuerzas  y reténganlo allí mismo, aunque trate de huir ansioso y precipitado. Intentará tornarse en todos los reptiles que hay sobre la tierra, así como en agua y en violento fuego. Pero ustedes reténganlo con firmeza y aprieten más fuerte. Y cuando él te pregunte qué quieres saber, volviendo a mostrarse tal y como lo vieron durmiendo, abstente de la violencia y suelta al anciano”.  Como era muy difícil para un hombre mortal sujetar a un dios, Idotea le aconsejó a Menelao que se acompañara de tres de sus mejores hombres. Y así lo hicieron, pudieron sujetar a Proteo, aunque éste se ayudo mientras tuvo fuerzas de sus engañosas artes, y se convirtió en  león, en dragón, en pantera, en jabalí, en fluida agua y en árbol de frondosa copa. Pero una vez fatigado y retenido, Proteo volvió a adoptar su forma propia y le preguntó a Menelao qué quería saber. A lo que Menelao respondió: ¿quién  de los inmortales me detiene  y cómo llevaré a cabo el regreso a mi tierra natal? Y Proteo le respondió que los dioses le habían retenido por en no haber realizado hermosos sacrificios a Zeus, que debía volver a recorrer las aguas de Egipto y sacrificar sagradas hecatombes a los dioses. Así lo hizo y regresó a su tierra natal.


Hay dos pares de categorías con las que podemos representarnos esta historia: el primer par, de naturaleza antropológica religiosa, es  cuerpo y espíritu; y el segundo par, de naturaleza filosófica, es sustancia y forma. Podemos afirmar que Proteo es un mismo espíritu que puede existir en cuerpos diferentes, que el espíritu es la sustancia y el cuerpo la forma, y que Proteo tiene una forma corporal propia, que es cuando dice lo que sabe, e infinitas formas corporales ajenas, que es cuando trata de huir de quienes lo apresan para que diga lo que sabe. Hasta aquí no he tenido necesidad de usar el concepto de máscara. Sólo se me plantea dicha necesidad cuando quiero llevar al teatro esa historia. Entonces el actor que hace de Proteo se pondrá diferentes disfraces y máscaras, con los que se representan los distintos cambios corporales que experimenta el espíritu de Proteo. No se trata de que con las máscaras se cubra el rostro de Proteo, sino que por medio de ellas se representa los cambios de cuerpo que experimenta el espíritu de Proteo. Que una misma sustancia existe bajo diferentes formas, es el contenido filosófico de esta historia mitológica, mientras que las distintas máscaras con que se representen las diferentes formas de la sustancia, es la forma teatral de dicha historia. Y es en el teatro donde se interpreta un papel, mientras que en la vida real  se desempeña.  Quien trabaja en la construcción no interpreta el papel de albañil o peón, sino que lo desempeña. Y quien trabaja en el teatro interpreta el papel de albañil, no lo desempeña. La misma diferencia que hay entre teatro y vida es la que hay entre interpretar y desempeñar

Sabes, querido Pablo, que mis intervenciones se dirigen en lo fundamental a la clarificación y a la delimitación  de los conceptos. Estoy de acuerdo contigo en que todos usamos máscaras en nuestras relaciones sociales. Pero convendrás conmigo en la necesidad de saber en qué sentido usamos aquí la palabra ‘mascara’. Por máscara se entiende, en su sentido más común, un artilugio de cartón o tela con el que nos tapamos la cara con el fin de no ser identificados. Aquí distinguimos la máscara, una pieza de cartón o tela, de lo enmascarado: el rostro. En el caso que tú planteas es el propio rostro el que hace de máscara, mientras que lo enmascarado serán nuestros sentimientos. No expresamos en nuestro rostro lo que sentimos,  sino lo que el compromiso o atadura social nos impone. Así que en el caso que tu planteas tenemos otro sentido de la palabra ‘máscara’, que no coincide con el primero. Pero hay un tercer sentido de la palabra máscara, que aludí en mi mensaje anterior, cuando la máscara funciona como signo de un cambio de cuerpo. Lo que hacía Proteo, para escapar de los brazos de Menelao y sus tres compañeros, era cambiar de cuerpo. Y para representar sensiblemente este cambio de cuerpo, el actor que hace de Proteo emplea máscaras.


Dice Gabriela: “Me cuesta pensar un yo que no sea idéntico a sí mismo, pero también me cuesta pensarlo como uno e idéntico. Pareciera estar entre una posibilidad intermedia que ni la lógica ni el lenguaje permiten, sin embargo la vivencia está más ligada a los tránsitos que a los puntos de partida o de llegada”. Habría que distinguir aquí entre la identidad abstracta y la identidad concreta. La identidad abstracta sólo dice yo soy yo, pero no dice nada de cuáles son mis modos del ser o de qué partes estoy hecho. Yo soy padre, soy filósofo y soy jefe de administración. Son tres modos de mi ser, pero en todas soy uno y el mismo. Este uno y el mismo es la identidad abstracta del yo. Puedo afirmar, de modo especulativo, que los tres modos de mi ser son tres modos del yo. Pero de este modo obtengo un concepto de yo distinto al concepto de yo como unidad abstracta. Así que también deberíamos definir previamente en qué sentido estamos entendiendo el yo del que hablamos. Yo como totalidad abstracta soy  uno y el mismo, pero como totalidad concreta soy múltiple, esto es, tengo brazos, piernas, ojos, etcétera, y cambio con el tiempo. Yo no soy el mismo que hace diez años, pero sigo siendo yo. Permanece constante la identidad abstracta, pero no la identidad concreta. Puedo decir lo mismo en la relación con otro en vez de en la relación conmigo mismo: yo no soy Gabriela, ni lo era ayer ni lo seré mañana. En este sentido yo soy uno y el mismo, frente Gabriela que es otra y distinta. La cuestión aquí es saber qué entendemos por yo. Siguiendo a Marx yo entiendo por yo un yo corpóreo, un yo de carne y hueso, que trabaja y sufre, que ama y habla.

Insisto en la necesidad de delimitar los distintos conceptos de máscaras. Dice Gabriela: “A nivel primitivo recordemos que quien se pone la máscara es poseído por otro espíritu, se traslada mágicamente a otro ámbito”. Aquí habría que distinguir entre representación religiosa y realidad. En la religión natural se cree que el hombre después de muerto sigue transitando entre los vivos y que se comunica con éstos. Y se comunica fundamentalmente por medio de los sueños. Y los sueños es la base natural sobre la que se ha edificado la creencia de que el hombre tiene una doble vida: una terrenal y una puramente espiritual. En esta misma religión natural el espíritu de un hombre muerto puede hablar por la boca de un hombre vivo. Y para hacer sensible este cambio sirven las máscaras. La máscara sirve aquí para que el espíritu del hombre muerto se haga sensible, objetivo.  Así que pienso que en su sentido originario la máscara servía como signo de cambios corporales y espirituales.

Al final de su mensaje Gabriela se pregunta: ¿qué son hoy las máscaras para todos nosotros? Para responder acertadamente a esta pregunta debemos decir previamente de qué máscaras estamos hablando. Y ahora aprovecho para responde a Fani, cuando al final de su mensaje dice: “...nadie se plantea qué es un baile de disfraces en filosofía, creo yo, claro...”. Pues, amiga Fani, yo sí me lo planteo. Yo practico un tipo de filosofía que le gusta partir de lo simple y evidente, no de lo complejo y oscuro. Y lo más simple y evidente en el tema que nos ocupa son las máscaras reales, las máscaras hechas de cartón o de tela, justamente las que se usan en una baile de disfraces o en carnavales. Y los usos, motivos y razones por las cuales se usan las máscaras pueden ser muy diversos. Pero sólo podemos saber de ellos si concretamos.

Explicar la filosofía mediante ejemplos es una de las conquistas metodológicas que debemos a Aristóteles. Así que me voy a centrar en un posible motivo del uso de máscaras en un baile de disfraces. Un joven está enamorado de una hermosa mujer. Pero jamás ha tenido  la oportunidad de hablarle ni de acercarse a ella de forma íntima. Ella siempre se ha mantenido distante y con evidente rechazo hacia el joven. Pero nuestro protagonista se encuentra con ella en un baile de disfraces y la identifica, porque ella sólo lleva un antifaz y él conoce su rostro perfectamente. Logra  bailar y hablar con ella. Pasan juntos más de tres horas con manifiesta atracción mutua Él lleva una careta que le cubre el rostro completamente. Ella ha tenido la oportunidad de conocer a un hombre por dentro, por lo que siente y piensa, pero no lo conoce por fuera. Así que aquí la máscara sirve al joven para poder expresar su belleza interior mediante palabras y gestos, delicadezas y detalles, dulces miradas y cálidos acercamientos. El joven, ocultando su rostro, ha logrado enamorar a la mujer de sus deseos y anhelos. Sólo me resta insistir en la metodología de la filosofía que defiendo: definir previamente el concepto de máscara que estoy empleando, partir de lo más sencillo y evidente, y basar las explicaciones en ejemplos.

Gabriela habló de la polisemia del yo, Fani habló de la polisemia de las máscaras, y Antonio Oliver habló de un yo que se retorcía de soledad y tristeza tras las palabras máscaras. Entre los filósofos es habitual el imperialismo significativo, dada una determinada palabra, verbigracia ‘máscara’, se extiende su significado prácticamente a todo, no hay nada que escape a su marca. Todo es una máscara o una mascarada. Yo prefiero limitar la extensión del significado de las palabras, para no dejar de ver, para no perder el contacto con la realidad sensible, fuente de nuestros conocimientos del mundo, incluido el conocimiento del yo. Así que si llevamos a cabo esa limitación de la extensión significativa de la palabra ‘máscara’, de acuerdo con lo dicho por Gabriela, Fani y Antonio,  tenemos sólo dos cosas: una, el rostro como máscara del yo, y dos, las palabras como máscaras del yo.

En vez de hablar de que el yo es polisémico, prefiero decir que el yo se manifiesta de múltiples modos, según sea el momento ambiental que enfrente y según sea el punto espiritual que tenga. Todos tenemos experiencias de tener amigos que cuando cambia el ambiente se manifiestan de un modo totalmente desconocido para nosotros.  El rostro sirve para manifestar una parte del yo, pero no la totalidad de sus partes y componentes. Una mujer es avisada  que su madre ha muerto; siente un enorme dolor por dentro y la invade una inmensa tristeza, pero permanece firme y no llora delante de sus hijos. Podríamos afirmar que la mujer delante de sus hijos tiene puesta una máscara, su cara no dice lo que le está pasando por dentro, mientras que cuando se encuentra en su dormitorio con las puertas cerradas se quita la máscara y rompe a llorar desesperadamente. Yo particularmente no hablaría de máscara en este caso, creo que no sería éticamente justo, sino de dos manifestaciones distintas de un mismo yo. La madre muestra ante sus hijos fortaleza, firmeza y seguridad. Estos son valores y comportamiento a imitar que la madre transmite a sus hijos. Ahí está manifestando su yo y no ocultándolo. Mientras que cuando se encuentra a solas se libera y llora con desesperación. Aquí también se manifiesta su yo, aunque en relación con la muerte de su madre y no en relación con la educación de sus hijos. Al principio afirmé que la madre usaba una máscara delante de sus hijos, porque sencillamente me limité a clasificar un fenómeno, pero tras un análisis compruebo que es inapropiado hablar de máscaras en este caso.

Insisto en la necesidad de poner ejemplos concretos, de amerizar y de aterrizar de las abstracciones, y analizar y descubrir lo que hay en los hechos. Así los conceptos se presentan como frutos del análisis y no como simples mecanismos clasificatorios.  Creo que la educación filosófica yerra en cómo educa a los estudiantes en el arte conceptual, pues no les enseñan  a elaborar conceptos, a obtenerlos tras el análisis de los hechos observados, sino a memorizarlos y a aplicarlos a los casos particulares.


Yo parto de la base de que por regla general la gente no usa máscaras, aunque en ocasiones sí lo haga. Si partiera de la base de que lo normal es que todos usemos máscaras en todas nuestras relaciones y encuentros sociales, obtendríamos un yo arrinconado sin apenas manifestación externa. Y si un yo no se manifiesta externamente, no se desarrolla, no evoluciona, no se adapta al medio ambiente. Sería un yo en potencia, o un yo muy pobre, que nada o muy poco aportaría a la sociedad. Corremos el riesgo de no considerar que la totalidad incluya la esencia y la manifestación. El yo como totalidad incluye las dos partes: una,  el yo que consideramos como lo interior, y la otra,  la manifestación externa del yo en acciones, palabras, expresiones y gestos. No podemos presentar las cosas como si el yo exterior estuviera invariablemente ocultando al yo interior, pues de este modo terminaríamos por  separar la esencia y la manifestación.

Además, el yo debe ser concebido como fruto de sus relaciones con los otros, como algo que se construye en el interior a partir de las relaciones  con los demás, no como la maduración interior de una sustancia. Las relaciones con los demás nos obligan y nos comprometen, pero nos sacan de nosotros mismos, del movimiento de rotación del yo. Y sólo cuando salimos de nosotros mismos,  enriquecemos y desarrollamos nuestro yo. Que una relación me comprometa a comportarme de un modo determinado,  no debe significar necesariamente que yo me pongo una máscara, sino que yo me enriquezco y me desarrollo. Y no es lo mismo pensar que el otro te obliga a ponerte una máscara, que pensar que el otro te permite desarrollar y enriquecer tu yo, que incluye tanto tu vida interior como tu vida con los demás.


Para que una discusión o debate teórico gane en precisión y rigor, es necesario precisar de lo que hablamos. Si presentamos un hecho observable  que sea una experiencia universal, siempre habrá algo preciso y visible para todos sobre el que podemos elevar nuestras reflexiones. Pero de los debates filosóficos siempre saco la misma impresión: se extralimitan los marcos del debate, se extienden hasta el infinito la anchura de los conceptos, y lo que parece que tenemos fuertemente agarrado se nos escapa y nos volvemos a perder.  Todo no puede ser máscara, todo el amplio campo de las contradicciones entre nuestro yo interior y nuestras manifestaciones externas no lo cubre el concepto de máscara. Camuflarse no puede igualarse a enmascararse, el concepto de ocultación es más amplio que el de máscara, y nuestra adaptación a los demás tampoco debe entenderse como máscara.

Debatimos de tal modo, con tal nivel de contingencia, que el concepto de máscara se convierte en el concepto en torno al cual gira un sin fin de fenómenos y categorías, imposibles de abarcar dentro de una sola esfera del saber.  Y al vivir en esa tumultuosa contingencia y en esa infinita universalidad categorial, perdemos de vista lo sensible, lo concreto, la mesura. Perdemos el sentido de la tierra, el lenguaje inteligible, y nuestro deber de servir a la práctica. Yo no quiero sólo filosofar, sino demostrar que el saber filosófico es útil a la sociedad, que es un eslabón necesario en la división social del trabajo. Y repito lo que dije en un mensaje anterior: hablemos antes que nada de la máscara real, la que está hecha de cartón y de plástico, y pongámonos de acuerdo al menos en lo que es visible y observable. Yo quiero hacer una filosófica científica, pero en el sentido en la que la entendieron Hegel, Husserl y Russell. Este último, por ejemplo, reconocía que el filósofo debe ser mucha más cuidadoso con lo que dice, mucho más amante del pensamiento exacto, que el científico.

15 de enero de 2004.

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