domingo, 28 de mayo de 2006

El capitalismo invisible

“Desenmascaremos a los capitalistas invisibles y hagámoslos visibles”


Lo inmediato y lo oculto



Los científicos sociales de inspiración marxista andan siempre buscando las causas ocultas que expliquen el mundo inmediato. Es cierto que la naturaleza del valor así como el modo mediante el cual el capitalista se apropia de trabajo ajeno encierran causas ocultas.  Pero hay hechos que están presentes ahí, en la superficie de las cosas, donde  puede percibirse con claridad que hay personas que se apropian de trabajo ajeno. Lo que sucede es que estamos tan acomodados a esos hechos, tan en sintonía con ellos, que no nos indignan y, en consecuencia, no nos hacen reaccionar.



El derecho a ser rico



Pensemos que la injusticia más grande de este mundo es que hay personas que se apropian de tanta riqueza que es imposible explicarla como obra de su propio trabajo. Lo que sucede es que se admite como un hecho natural el enriquecimiento desmesurado. Se piensa que esa situación  le puede tocar en suerte a cualquiera, que no debemos envidiar a nadie, pues todo el mundo desea ser lo más rico posible, aunque unos lo logran y otros no. Al menos, se concluye, esa  es la posibilidad que nos brinda el capitalismo y no así el socialismo. Esta es la ideología dominante entorno al enriquecimiento.



El derecho de propiedad basado en el trabajo



Escuchemos a Locke en su Ensayo sobre el gobierno civil a propósito del derecho de propiedad basado en el trabajo: “Dios ha dado el mundo a los hombres en común; pero puesto que se lo dio para beneficio suyo y para que sacasen del mismo la mayor cantidad posible de ventajas para su vida, no es posible suponer que Dios se propusiese que ese mundo permaneciera siempre como una propiedad común y sin cultivar. Dios lo dio para que el hombre trabajador y racional se sirviese del mismo (y su trabajo habría de ser su título de posesión”. Sólo quiero incidir sobre esto último que dice Locke: el título de propiedad sobre la riqueza debe estar basado en el trabajo.  No estamos recurriendo a Marx para defendernos de los economistas convencionales, de los neoliberales y de toda suerte de lacayos del capitalismo del siglo XXI, sino a uno de los primeros y más revolucionarios representantes de la burguesía, un hombre de la última mitad del siglo XVIII y reconocido como el padre del liberalismo: John Locke. Y lo único que reclamamos de él es la idea de que el derecho de propiedad sobre la riqueza esté basado en el trabajo.  Y esta idea es la que hay que popularizar entre las más amplias masas. No  debe permitirse que nadie se enriquezca más allá de lo razonable, esto es, más allá de que resulte inexplicable su riqueza en base al trabajo propio.



Propiedad y uso del capital



En los inicios del capitalismo el capitalista era el dueño del dinero invertido en la empresa, incluso era el dueño del local donde desarrollaba su actividad. De manera que toda la ganancia era suya. Pero conforme la escala de la producción aumentó y se abrió paso el sistema de crédito, se creó una división del trabajo entre el propietario del dinero, el banquero, y quien usaba ese dinero como capital, el capitalista comercial o industrial.  Como toda suma de dinero empleada como capital arroja una ganancia, el propietario del dinero exige al capitalista en funciones, a quien le ha cedido el dinero en calidad de préstamo, que le entregue una parte de la ganancia: el interés.  De esta manera queda en evidencia que el enriquecimiento experimentado por el propietario del dinero no se debe a su trabajo sino a su condición de propietario. De todos modos, dentro de las relaciones capitalistas de producción, todo el mundo considera normal que quien cede una suma de dinero en forma de préstamo tiene derecho a cobrar un interés. Dicho de otro modo: está estatuido como derecho natural el derecho a apropiarse de trabajo ajeno.



La generalización del capital productor de interés



Parece natural que quien usa el dinero como capital y obtiene una ganancia, debe darle una parte de ella al propietario del dinero en concepto de interés. Pero lo cierto es que tanto el dinero que se queda el capitalista en funciones, el beneficio, como el que se queda el propietario del dinero, el interés, son plusvalía, esto es, trabajo ajeno. Lo que sucede es que todo esto permanece oculto. Pero la cosa no queda ahí, sino que llega más lejos aún. Una persona que solicita un préstamo para comprar una casa o un coche,  no está utilizando el dinero como capital, no obstante, tiene que pagar un interés. Así que en estos casos el dinero pagado como interés no es una parte de la ganancia, sino una parte del salario. Por lo tanto, todo dinero cedido en forma de préstamo, empleado como capital o no, arroja un interés.



Salario y beneficio



Hay una diferencia cualitativa entre salario y beneficio. El salario lo percibe una persona como contrapartida de su trabajo, mientras que el beneficio lo percibe una persona como contrapartida de su condición de propietario de un negocio.  En el ámbito de la pequeña empresa el beneficio siempre suele ser notablemente superior al mayor de los salarios. Pero en las grandes empresas el salario de un ejecutivo o directivo puede ser notablemente superior al beneficio percibido por un pequeño capitalista. Así que aquella superioridad cuantitativa del beneficio sobre el salario queda rota o desvirtuada en este caso.  Este hecho parece desdibujar las diferencias cualitativas entre capital y trabajo y nos hace pensar que el capitalismo decimonónico está más que superado y que el advenimiento del socialismo ha dejado de ser necesario. Pero no hay que dejarse llevar por las apariencias, sino ir un poco más al fondo. Debemos observar dos cosas: por un lado, una parte de los desorbitados salarios que ganan los directivos de las grandes empresas no es más que beneficio. Figura como salario y se percibe como salario, pero sustancialmente es beneficio. Y por otro lado, cuando una persona percibe ingresos desorbitados, la capacidad de ahorro es altísima. Y estos ahorros son invertidos después como capital. Así que no sólo es que los beneficios se disfrazan como salarios, sino también que los altos salarios se transforman en capital.



Capitalistas visibles y capitalistas  invisibles



Pensemos en un capitalista que ha abierto un negocio y contrata a 50 trabajadores. Al cabo de 25 años el empresario tiene un patrimonio personal de 6 millones de euros, mientras que cada uno de los 50 trabajadores dispone de un patrimonio personal de sólo 60. 000 euros. Pero no sólo es que el capitalista tiene un enorme patrimonio respecto de los 50  trabajadores, sino que además el capitalista percibe en su condición de empresario un salario de 12.000 euros y los trabajadores un salario  de 1.200 euros.  Esto es un caso de capitalismo visible, donde se percibe claramente que los trabajadores son explotados, que el dueño del negocio ha acumulado un gran patrimonio personal  y que día tras día disfruta de una gran riqueza, mientras que los trabajadores todavía no han podido pagar su vivienda y se ven apurados para llegar a final de mes. Estos son los capitalistas sobre los que la izquierda radical tiene centrada y afilada su crítica.

Al lado de estos capitalistas visibles hay otros capitalistas que están ahí delante de nosotros, pero no  los vemos ni los reconocemos como capitalistas. Son a estos capitalistas a los que llamo capitalistas invisibles. A esta clase pertenecen futbolistas como Beckham, que cobra 25 millones de euros por cuatro temporadas en el Madrid e ingresa anualmente por publicidad 24 millones de euros, y músicos como Sting, que tiene unos ingresos anuales de 321 millones de dólares. ¿Por qué no reconocemos a estas personas como capitalistas? Por el modo peculiar en que se hacen ricos.  Se reconoce que ganan mucho dinero, pero no lo ganan aparentemente explotando a los trabajadores. De ahí que la izquierda radical no centre su crítica en esta clase de capitalistas invisibles.  



El disfraz de las formas económicas



Vimos antes, para el caso de las retribuciones de los altos ejecutivos, que una parte de esas retribuciones no era más que beneficio disfrazado de salario. Lo mismo ocurre con las retribuciones que percibe Beckham en concepto de publicidad: no es más que beneficio disfrazado como costo de publicidad.  Este hecho, que una forma económica se disfrace bajo otra forma, ya lo puso de manifiesto Marx en El Capital: los intereses y los impuestos pagados por las empresas, que en la contabilidad figuran como costos, no son más que plustrabajo.  Pero lo que nos interesa aquí remarcar es que lo que percibe Beckham, Nadal o cualquier otro deportista en concepto de publicidad no es más que plustrabajo. 

Si antes vimos que un capitalista explotando la fuerza de trabajo de 50 personas, se apropiaba al cabo de veinticinco años de un plusvalor de 6 millones de euros, ahora vemos que Beckham se apropia en un solo año y sólo en concepto de publicidad de un plusvalor de 24 millones de dólares. De ahí que Beckham sea mucho más explotador, notablemente más explotador, que aquel capitalista. Lo que sucede es que aquella persona es un capitalista visible y Beckham es un capitalista invisible. En aquel capitalista observamos la relación directa que mantiene con los trabajadores que explota, mientras que en el caso de Beckham las relaciones con los trabajadores que explota son muy indirectas y están mediadas por muchos procesos y formas económicas.



El papel ideológico del capitalismo invisible



En el capitalismo hay muchas formas de hacerse rico.  Convertirse en una estrella de fútbol es una de ellas.  El otro día vi en la televisión un  documental  donde en un lugar muy pobre todos los padres estaban empeñados en que sus hijos jugaran al fútbol. Es una de las formas, argumentaban dichos padres, de salir de la pobreza. Y esa es la ilusión de muchos niños pobres: convertirse en una estrella de fútbol para sacar de la pobreza a su familia. Lo primero que observamos, por la predominio de la mentalidad capitalista, es que la solución al problema de la pobreza se ve como un asunto individual.  Aquí impera el principio del hombre burgués, del hombre egoísta, que sólo piensa en salvarse a sí mismo.  Y lo segundo que observamos es la inconciencia acerca del origen de la riqueza, como si la riqueza extrema de unos no tuviera nada que ver con la pobreza lamentable de otros. Ese niño que se quiere convertir en estrella de fútbol para salir de la pobreza, convirtiéndose en un rico, no es consciente de que su futuro enriquecimiento se fundamentará en el empobrecimiento de los otros.



El primer plano y el desenmascaramiento



La izquierda radical debe atacar con dureza el primer plano del capitalismo, constituido en parte por las grandes estrellas del fútbol, quienes en concepto de sueldo, primas y publicidad perciben una media anual de 8 millones de euros. Ronaldinho, por poner un ejemplo, ingresó en el último año 9 millones de euros en concepto de sueldo y 14 millones en concepto de publicidad. Tanto su sueldo como lo que ingresa en concepto de publicidad son formas disfrazadas de plustrabajo. El sistema capitalista le hace cree que lo que él gana se debe a su propio esfuerzo, pero lo cierto es que su riqueza sólo es explicable como apropiación de trabajo ajeno. Debemos saber que todos contribuimos a crear la riqueza nacional, pero el sistema capitalista tiene un sinfín de mecanismos que permite a unos pocos meterse en su sus bolsillos muchísimo dinero, mientras que la inmensa mayoría no llega a final de mes. Lo absurdo, lo irracional, lo que ya clama al cielo, es que Ronaldinho, que es un capitalista invisible, estos es, un capitalista que se apropia de gran cantidad de trabajo ajeno bajo la apariencia de que es trabajo propio, ha sido nombrado Embajador contra el Hambre del Programa Mundial de Alimentos.  Por lo tanto, la izquierda radical debe someter a crítica al capitalismo de primer plano, el constituido por las grandes estrellas de fútbol y de otras modalidades deportivas, que bajo la apariencia de neutralidad y bondad se esconden los aliados de los capitalistas de segundo plano, con quienes se reparten el plustrabajo y se hacen ricos de forma desmesurada.


17 de junio de 2006.














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