sábado, 6 de junio de 2009

Marx contra Quine

Hay muchas personas que  creen que la filosofía es un saber muy complejo al alcance de unos pocos entendidos. Según este parecer hablar filosóficamente en términos sencillos y evidentes es contrario a la propia esencia de la filosofía, ya que sus objetos de estudio no se presentan a primera vista, sino que yacen ocultos en paraderos desconocidos. De manera que sólo las mentes prodigiosas y extremadamente profundas pueden acceder a ellos y saber de su existencia.  Esta creencia fortalece la idea de que el lenguaje filosófico constituye un reino propio y soberano. Pero como dice Marx: “Los filósofos no tendrían más que reducir su lenguaje al lenguaje corriente, del que aquél se abstrae, para darse cuenta y reconocer que ni los pensamientos ni el lenguaje forman por sí mismos un reino aparte, sino que son, sencillamente, expresiones de la vida real”. (La ideología alemana)


Ontología y epistemología

Sobre estas dos disciplinas filosóficas se pueden dar definiciones muy complejas, pero también se pueden facilitar ideas sencillas y operativas. Cuando hablamos de los objetos  del mundo exterior, de los edificios, de los animales, de las montañas, etc., estamos hablando de ontología.  Mientras que cuando hablamos de las operaciones de la mente, de la percepción, de la memoria y del pensamiento, estamos hablando de epistemología. La ontología es el estudio del ser y de la existencia de los objetos mundo exterior, mientras que la epistemología es el estudio  de las funciones y formas del conocimiento.  

¿Cómo debemos llamar a los objetos del mundo exterior?

En su ensayo “Hablando de objetos” Quine se expresa en los siguientes términos: “Acostumbramos hablar y pensar acerca de objetos. Cuando adoptamos el modo ilustrativo, el ejemplo obvio son los objetos físicos; pero también están todos los objetos abstractos y que comprenden los estados y cualidades, los números, los atributos, las clases”. Quine ha tomado una determinada posición ontológica al denominar objetos físicos a los objetos del mundo exterior. Deja en manos de la física lo que puede decirse de los objetos del mundo exterior. Y la física es la ciencia más abstracta que existe o una de las más abstractas. De manera que Quine con su acto de catalogación o nominación ha reducido el mundo exterior a un mundo abstracto.
Pero podemos no adoptar la posición de Quine y apostar por una posición más concreta más rica, más colorida. ¿Cómo llamaremos entonces a los objetos del mundo exterior? Usemos en principio términos singulares: Carreteras, edificios, automóviles, vestimentas, hortalizas, frutas, panes, dulces, flores, etcétera. Pero cada uno de estos entes que hemos nombrado con términos singulares, podemos nombrarlo también con un término específico y así adoptar una visión de conjunto. ¿Cuál es ese nombre específico y qué esfera de saber nos lo suministra? El término en cuestión es el de valor de uso y la esfera de saber que nos lo suministra es la economía.  ¿Y qué es un valor de uso? Una cosa que por sus propiedades satisface necesidades humanas y que, en su mayor parte, es producto del trabajo humano.
Con “objeto físico” no sólo presentamos al mundo exterior de un modo abstracto, sino que además creamos una distancia enorme entre los objetos del mundo exterior y el hombre. Mientras que con “valor de uso” no sólo presentamos el mundo exterior en todo su colorido y plenitud, sino que además vinculamos los objetos del mundo exterior con las necesidades y el trabajo humano. De ese modo los objetos del mundo exterior no son presentados como objetos exteriores a los que sólo cabe acceder mediante actos complejos de la mente, sino que son presentados como objetos integrados en la vida del hombre y sin los cuales éste no podría exteriorizar ni afirmar su vida.

La relatividad ontológica

Les expondré sucintamente lo planteado por Quine a este respecto en su ensayo “La relatividad ontológica”. Imaginemos que se ha descubierto una tribu cuyo lenguaje nos es desconocido por completo. Supongamos que enviamos  a un lingüista español con la tarea de que aprenda el lenguaje de esa tribu. Comenzará por hacer una lista de términos nativos que corresponderán a determinados objetos circundantes. Pero según Quine desde el inicio el lingüista está imponiendo sus propios patrones ontológicos. Pues a su juicio los patrones de individuación e identificación de la tribu son distintos que los de la comunidad de hablantes españoles. Expliquémonos.
Supongamos que ante la presencia de un conejo, los nativos emiten el término “gavagai”. El lingüista se apresurará a escribir en su cuaderno  “gavagai” como un término de significado equivalente al término “conejo”. El lingüista, dominado por su propio patrón ontológico, cree que los nativos se están refiriendo con el término “gavagai” al conejo en su totalidad, pero según Quine puede que se estén refiriendo a cualquier segmento temporal del conejo o a cualquiera de sus partes no separadas.  Lo que trata de demostrarnos Quine es que la ontología  de esa tribu es diferente  de la ontología de los españoles. De ahí que hable de relatividad ontológica.  (Presten atención a estas dos expresiones extremadamente abstractas y formales de las que hace uso Quine: segmento temporal del conejo y parte no separada del conejo. Más adelante las llenaré de contenido y concreción)

La ontología marxista

Escuchemos a Marx  en su  primera tesis sobre Feuerbach: “El defecto fundamental de todo el materialismo anterior (incluyendo el de Feuerbach) reside en que sólo capta la cosa, la realidad, lo sensible, bajo la forma de objeto o de contemplación, no como actividad humana sensorial, como práctica; no de un modo subjetivo”. En este mismo defecto incurre Quine. Nos habla del conejo como un puro objeto externo al que sólo nos une la experiencia perceptiva y nominativa, él está ahí delante y nosotros nos limitamos a verlo y nombrarlo.  Concibe el  conejo en forma contemplativa, no de un modo práctico. Demos pues un giro a esta concepción y pasemos de la visión contemplativa del objeto a la visión subjetiva. Llenemos de concreción las expresiones abstractas de Quine: “segmentos temporales” y “partes no separadas”. Pensemos en las pinturas de las cuevas de Altamira y en los bellos bisontes allí representados. Sin duda que los bisontes constituyeron ingredientes fundamentales en la vida de las comunidades vinculadas con dichas cuevas.
Aquellas comunidades humanas eran cazadoras. Los bisontes debían ser cazados y debió ser una tarea dura y arriesgada. Podemos distinguir dos “segmentos temporales claves del bisonte”: el bisonte libre y vivo y el bisonte cazado y muerto. (El bisonte pastando, el bisonte echado, el bisonte corriendo y un largo etcétera son otros tantos segmentos temporales del bisonte) Es posible que el lenguaje de esa comunidad no distinguiera en principio el bisonte vivo del bisonte muerto, pero de lo que no cabe duda es que la práctica sí había establecido ya  dicha distinción. Y si la práctica ya estableció esa distinción, más tarde o más temprano esa distinción se debió fijar en el lenguaje. Y si así ocurrió, entonces la diferencia y la mismeidad ocuparon su puesto y desempeñaron su papel en el mundo lingüístico de esa comunidad. Llamaban “bisonte” tanto al bisonte muerto como al bisonte muerto, tanto al bisonte pastando como al bisonte corriendo. Así el nombre “bisonte” conservaba su esencia, su función de identificar a uno y el mismo ser independientemente de las formas accidentales de su ser. Y al tiempo que quedaba fijada la mismeidad respecto del término “bisonte”, también quedaba fijada en el ámbito del lenguaje la diferencia entre vivo y muerto.
Después que el bisonte era cazado y muerto, lo trasladaban al poblado y allí lo despiezaban: separaban la piel que la utilizaban como vestido o abrigo, la carne que la utilizaban para comer, algunos de sus huesos que a lo mejor los usaban como utensilios y adornos, y otras partes del cuerpo a las que seguramente le daban otros usos. Vemos que las partes no separadas del bisonte, la piel, la carne y los huesos, eran separadas mediante diversas formas de la práctica.  Y como la práctica ya había separado estas partes del cuerpo de bisonte, más tarde o más temprano esas diferencias se reflejaron en el lenguaje. De manera que la comunidad en cuestión terminó por hacer uso de un nombre distinto para cada una de las partes separadas: uno para la piel, otro para la carne y otro para los huesos.

¿Cuál es el error de Quine?

El error de Quine consiste en que sólo se pregunta qué dice el nativo cuando ve un conejo y no qué hace el nativo con el conejo. Ve en el conejo un objeto puramente exterior del que sólo cabe decir si está presente o no lo está y al cual un determinado término puede convertirlo en objeto referido. No ve en el conejo un ingrediente vinculado con las necesidades y el trabajo de la comunidad. Quine cometió el fallo de enviar a esa tribu a un lingüista que concebía el mundo de modo contemplativo, mientras que debió enviar también a un antropólogo que concibiera el mundo de un modo práctico o subjetivo.  El conejo vivo, el conejo correteando por los parajes, es en principio un objeto separado del sujeto o un objeto aparentemente independiente del sujeto. Pero el conejo cazado y muerto es un objeto donde está representado el sujeto, donde está representado el trabajo útil de cacería de los miembros de esa tribu. Así que la concepción ontológica marxista, en cuanto concibe el objeto de forma práctica, tiene como principio la existencia del sujeto en el objeto.  Y de ese modo se supera la concepción de los empiristas e idealistas metafísicos que hacen que entre sujeto y objeto haya un abismo infranqueable.
25 de mayo de 2009.




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