Les transcribiré tres fragmentos del artículo de Rolando y José Tapia y a continuación haré un pequeño comentario.
“Como las ganancias empresariales son la diferencia entre ventas totales y costos, y un componente importante de los costos son los costos salariales, para que aumente la inversión es clave que aumente la rentabilidad, por ejemplo, mediante la reducción de los salarios. Como el subsidio de desempleo al menos en alguna medida reduce la presión a la baja que el desempleo masivo pone sobre los salarios, dificulta la recuperación de la rentabilidad empresarial y, por tanto, la recuperación de la rentabilidad. Decir simplemente que se puede salir de la crisis porque el subsidio de desempleo o los aumentos de salarios aumentan la demanda agregada y de esa forma estimulan la economía es ignorar el mecanismo básico del capitalismo, que es la explotación del trabajo asalariado. Las empresas obtienen mayor rentabilidad cuanto menores son los salarios y estos son tanto menores cuanto más presione la necesidad sobre los asalariados, forzándoles a aceptar cualquier trabajo y cualquier ingreso. Si los salarios son muy bajos las ganancias serán muy altas y la economía no solo recibirá estímulo sino que se acelerará sobremanera, por la afluencia de inversiones de capital, atraídas por esa alta rentabilidad”.
Es tal el rechazo que sienten Rolando y José Tapia por la izquierda burguesa, que terminan expresando y legitimando los intereses de la derecha burguesa. Y se ciegan. Pensemos en los supermercados y en todas las empresas que venden medios de consumo a las amplias masas. Todos los gestores de estas empresas saben que un aumento de los salarios provocará un aumento de las ventas y, con ello, un aumento de los márgenes comerciales. Si la clase obrera de los años sesenta hubiera seguido los consejos de Rolando y José Tapia, habría renunciado a una mejora de sus salarios y a una mejora de las prestaciones sociales. Dicho de otra forma: si Rolando Astarita y José Tapia hubieran estado al frente de los trabajadores, estos estarían en las mismas condiciones que en el siglo XIX. Se niegan a ver una sencilla y elemental evidencia: en el seno del capitalismo y mediante reformas la suerte de los trabajadores puede cambiar. Para ellos no es así, sino de este otro modo: o capitalismo duro o socialismo absoluto, esto es, o capitalismo duro o puras ideas.
“En cada crisis económica la caída de los salarios, el aumento de la explotación vía incrementos de los ritmos de trabajo y el aumento de la «disciplina laboral» en los centros de trabajo son componentes claves para la recuperación de las ganancias empresariales y del crecimiento económico. En eso la visión de la economía estándar, neoclásica, de los economistas generalmente ligados a las instituciones financieras internacionales y a los gobiernos más conservadores, es mucho más realista que la de los economistas keynesianos. Los economistas conservadores defienden claramente los intereses de las empresas y los bancos, piden recortes de impuestos a las ganancias empresariales y reducción de salarios y servicios sociales y descalifican como tonterías las ideas keynesianas de reforzar la demanda”.
Más claro agua: en la lucha entre la izquierda burguesa y la derecha burguesa, José Tapia y Rolando Astarita se alinean con la derecha burguesa. Parece, y en esto les hacen el juego a los capitalistas más explotadores, que los capitalistas emplean toda la ganancia en ampliar el antiguo negocio o en abrir nuevos negocios, cuando sabemos que una buena parte de ella la emplean en su consumo personal. ¿Cómo se puede hablar de las ganancias sin hacer referencia al fondo de consumo del capitalista y de su familia? ¿Cómo se puede hablar de las ganancias y las crisis sin hacer la más mínima referencia al execrable lujo y despilfarro de las grandes clases adineradas? Sólo se puede llegar a este nivel cuando la lucha contra la izquierda burguesa se ha vuelto visceral y se ha perdido no sólo conciencia sino la más elemental de las sensibilidades.
“Quienes suscribimos este comentario también estamos convencidos como John Kenneth Galbraith de que existen «tendencias suicidas» en el sistema capitalista. Pero en vez de dejar que el capitalismo y sus persistentes intentos suicidas sigan sometiendo a la humanidad al sufrimiento de la pobreza, la desigualdad y las crisis económicas, al riesgo permanente de la guerra y a la creciente destrucción ambiental, preferimos que el paciente se suicide de una vez para que los demás podamos vivir. Y, si hace falta, haremos lo posible por propiciarle una buena eutanasia”.
Este último fragmento me parece poco serio, excesivamente banal, casi una puerilidad. El capitalismo no persigue suicidarse y nunca lo hará. Hoy día está más fuerte que nunca. No lucha contra sí mismo, sino contra el socialismo. Y en esta lucha ha salido victorioso.
12 de julio de 2010.
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