Introducción
Jerome Bruner, en su obra Actos de significado, muestra una gran decepción por los derroteros que ha seguido la revolución cognitiva. A su juicio, esa revolución se ha desviado hacia problemas que son marginales en relación con el impulso que originariamente la desencadenó.
Cuando se producen descubrimientos nuevos y se abren nuevas vías de investigación, se cometen fundamentalmente dos errores: se exagera el carácter novedoso de las ideas recién engendradas y se borran del mapa las viejas ideas. La mayoría de las veces las nuevas ideas, o ciertos contenidos conceptuales, ya están dadas en pensadores del pasado, aunque con poco desarrollo. Tal vez con mucha intuición y poca razón, pero están dadas previamente. Este es el primer error que se comete con las ideas nuevas, no se mira hacia atrás para ver que en otras épocas y por otros motivos esas ideas ya fueron producidas, aunque en forma embrionaria o en forma unilateral. Lo nuevo no debe significar borrón y cuenta nueva, sino un ajuste de cuentas con las ideas viejas, un nuevo ordenamiento y tal vez un cambio jerárquico y de hegemonías con ellas. Así es como debe entenderse que con las nuevas ideas profundizamos en los viejos problemas. El segundo error tiene que ver con el hecho de que las nuevas ideas, engendradas por una determinada corriente, se presentan como negación de las ideas de las otras corrientes. Y se llega a la errónea conclusión siguiente: esas ideas, las de las otras corrientes, han quedado desactualizadas. Pero en la realidad no sucede así: lo viejo (entendido aquí como corriente del pensamiento desactualizada) también renace en lo nuevo (entendido aquí como corriente de pensamiento dominante), cobra un cambio de sentido en lo nuevo, y adquiere un nuevo valor al unirse a los aspectos nuevos. El tercer error que se produce con la llegada de lo nuevo es el siguiente: como el pensamiento nuevo suele ser en general más complejo que el pensamiento viejo, se suele perder de vista, e incluso despreciar, a las ideas elementales. Se olvida que lo complejo debe elaborarse a partir de lo elemental. En la psicología, como en la filosofía y otras ciencias sociales, se dedica muy poco tiempo al conocimiento de las verdades elementales. Hay demasiadas investigaciones dedicadas a realidades complejas realizadas por investigadores que tienen muy poco dominio sobre las verdades elementales. Esto crea el siguiente panorama intelectual: se tienen muchas expectativas, se intuyen muchos caminos, pero se vive totalmente asaltado por incertidumbres y vaguedades. Parece como si en el terreno del conocimiento de los fenómenos sociales y psicológicos nunca hubiera nada firme ni seguro. Creo que el futuro de las ciencias sociales exige un cambio de actitud ante la enorme complejidad de la vida psicológica del hombre y la mujer de hoy, que nos haga superar el escepticismo y ganar en certidumbre: es necesario una vuelta a las ideas elementales, a las primeras evidencias, y al análisis de los detalles. Al igual que la vida urbana le ha dado la espalda a la naturaleza y ha acabado con parte de su pletórica riqueza, muchos pensadores actuales le han dado la espalda a las verdades elementales y han acabado con su infinita riqueza perceptual y representacional.
La integración del hombre con el medio
Hubo un tiempo en que el lenguaje era estudiado al margen de las funciones psicológicas superiores. (Este punto de vista persiste todavía en la Lingüística). Pero cuando el lenguaje fue estudiado en su estrecha interdependencia con la atención, la memoria y la percepción, se logró una visión más integral del ser humano. Y cuando después se estudió el lenguaje en su estrecha vinculación con las acciones motrices y con el uso de instrumentos, obtuvimos una visión del ser humano más integrada con el medio. Podríamos decir que el camino de la Psicología durante el siglo XX ha consistido en proporcionarnos, por un lado, una visión más integral del ser humano considerado en sí mismo, y por otro lado, una visión más integral del ser humano considerado en su relación con el medio ambiente. Creo que este camino está todavía pendiente de desarrollo y abre un amplio campo de investigaciones.
Escuchemos a este respecto a Vygotski, en su obra Los procesos psicológicos superiores, página 57: “la obra de Köhler hacía hincapié en la importancia de la estructura del campo visual para la organización de la conducta práctica del mono. El proceso entero de la resolución de un problema está básicamente determinado por la percepción. Respecto a ello, Köhler tenía sobrados motivos para creer que dichos animales están limitados por su campo sensorial en mayor grado de lo que están los seres humanos adultos. Son incapaces de modificar su campo sensorial mediante el esfuerzo voluntario. En realidad quizá sería útil considerar como una ley general la dependencia de todas las formas naturales de percepción de la estructura del campo sensorial”. Enumeremos las tesis contenidas en esta idea: una, el mono lleva una vida práctica y tiene, por lo tanto, que resolver problemas prácticos; dos, la solución de los problemas prácticos por parte del mono está determinada por la percepción; y tres, los animales están limitados por su campo sensorial en mayor grado que los seres humanos. En suma, para resolver los problemas de su vida, el mono no va más allá de lo que ve, de lo que le ofrece su campo sensorial, de lo que viene dado a su percepción. Sería entonces conveniente saber qué objetos le vienen dados al mono en su campo sensorial o cómo viene constituido y determinado lo que le viene dado. ¿Por qué unos objetos y otros no? ¿Por qué unas propiedades y otras no? Trato con estas preguntas de dar un paso más en la integración del ser humano y del ser animal con el medio ambiente. Para adentrarnos en este cometido escuchemos a Hegel, en su obra Principios de la Filosofía del Derecho, en la página 268: “El animal tiene un círculo limitado de medios y modos para satisfacer sus necesidades igualmente limitadas. Incluso en esta dependencia el hombre muestra al mismo tiempo que va más allá del animal y revela su universalidad, en primer lugar por la multiplicación de las necesidades y los medios para la satisfacción, y luego por la descomposición y diferenciación de las necesidades concretas en partes y aspectos singulares, que se transforman de esta manera en distintas necesidades particularizadas y por lo tanto más abstractas”. Con Köhler decimos que los objetos de la percepción y de la atención del animal están limitados por su campo sensorial, y con Hegel decimos que los objetos de la percepción y de la atención son los objetos de las necesidades del animal. Son, por lo tanto, las necesidades quienes determinan qué ingredientes del campo sensorial serán atendidos y percibidos. Y como las necesidades de los animales son muy limitadas, sólo un reducido número de ingredientes del campo sensorial será atendido y percibido. La riqueza casi infinita del mundo sensible queda en el caso de los animales reducida a una enorme pobreza. Así que el comportamiento del mono, la solución que le da a los problemas prácticos de su vida, no está determinado por el campo sensorial en general, sino por los ingredientes del campo sensorial que afectan a sus necesidades. El paso siguiente en la filogénesis del ser humano no es la superación de las necesidades, hacer una vida que no esté atada por las necesidades, sino la diferenciación de las necesidades elementales en partes cada vez más particularizadas.
La otra tesis importante que podemos establecer escuchando a Hegel es la siguiente: las necesidades de los animales no sólo son pocas sino que también tienen la forma de lo bruto elemental. Un guepardo que atrapa a un impala, lo desgarra y se come una parte de su carne. El resto de la carne queda para los animales carroñeros, y el resto de las otras partes de la presa queda como desecho. El hombre cazador, por el contrario, divide a la pieza capturada en partes, en piel, en huesos, carne, grasa, sangre y vísceras, y a cada parte le extrae una utilidad determinada. Así que el ser humano no sólo con el lenguaje o no sólo gracias al lenguaje, sino también de manera práctica, divide el todo en partes y lo concreto en abstracto. Esta es la base práctica sobre la que opera la multiplicación de los nombres y la que establece la necesidad de dicha multiplicación.
Cualquier objeto, por ejemplo, los impalas o los bisontes, son totalidades concretas constituidas por muchas partes, donde unas son independientes y otras no independientes. Si bien la piel del bisonte puede separarse de la carne, y ésta de los huesos, no hay manera práctica de separar el color del bisonte del propio cuerpo del bisonte. Sin embargo, esta separación sí es posible hacerla por medio de un espejo o de los ojos. Por este medio fenomenológico es posible separar el color de un cuerpo de su propio cuerpo, pero todavía no se ha constituido en objeto independiente bajo el dominio del hombre. Esta salto, no obstante, se logra de modo práctico, cuando el hombre pintor se dedicó a producir pigmentos para pintar, por ejemplo, los bisontes de las Cuevas de Altamira. En este estadio el color se convirtió en un objeto independiente de todo cuerpo y, por lo tanto, podía cubrir a cualquier cuerpo. Este debe ser considerado como uno de los grandes saltos del hombre desde lo concreto, cuando el color se presentaba como un momento no-independiente de los objetos, a lo abstracto, cuando el color cobró una existencia independiente de cualquier cuerpo. Y esto fue resuelto de manera práctica antes que el hombre lo resolviera de una manera conceptual.
Jerome Bruner se pregunta de manera habitual si ciertas formas del conocimiento del mundo influyen en la adquisición del lenguaje. A este propósito, en la página 175 de su libro Acción, pensamiento y lenguaje, dice lo siguiente: “Creo que podemos afirmar que la adquisición del lenguaje está influida por el conocimiento del mundo que posee quien lo adquiere, ya sea antes de dicha adquisición o en el momento de ella”. La mayoría de las indagaciones que se hacen sobre el conocimiento versan sobre la forma, pero muy poco sobre el contenido. El contenido es traído a colación sólo como medio para observar los cambios de forma que experimenta las funciones cognitivas, como cuando, por ejemplo, se estudia los cambios de forma que experimenta la percepción por causa de la mediación del lenguaje. En la actividad conforme a un fin, en la persecución de metas, se ha buscado un premodelo que hiciera explicable el modo en que el niño adquiere ciertas habilidades gramaticales, como el esquema sujeto-verbo-objeto. Pero si nos fijamos en los contenidos percibidos, que se presentan como resultado de la actividad práctica del ser humano, comprobamos que se pueden establecer muchas distinciones que también se reflejan en el lenguaje. Hemos visto cómo el objeto de una necesidad elemental que se da entre los carnívoros, la carne, se presenta entre los seres humanos como un objeto que se divide en partes y donde a cada parte se le extrae una utilidad determinada. Cada parte extraída del objeto, del bisonte, se integra en un proceso de trabajo particular: la carne en el proceso de cocinar, la piel en el proceso de hacer vestidos, los huesos en el proceso de hacer instrumentos, etcétera. Y no sólo ocurre que una parte se separa del todo, sino que se une a otras partes de otros todos. Sólo quiero que observen que esto ocurre en el mundo exterior y como resultado de acciones prácticas. Y que de todo esto toma nota la percepción. No se presta la debida atención a la enorme riqueza de los contenidos percibidos por los seres humanos en comparación con los contenidos percibidos por los animales. Y en este ámbito, en el del mundo exterior, un mundo exterior creado por medio del trabajo, se establece dos distinciones filosóficamente muy importantes y que tienen su reflejo en el lenguaje: la existente entre el todo y sus partes y la existente entre lo concreto y lo abstracto.
La percepción categorizada
No hay duda alguna sobre el hecho de que los conceptos modifican nuestra percepción. Pero por mucho que la modifiquen, nunca debe implicar que cambian la esencia de la percepción. La esencia de la percepción es que nos da un objeto, y esto no cambia por muchos conceptos que tengamos del objeto percibido. De hecho, el concepto de percepción categorizada se ha transformado en su contrario: en el concepto de categoría perceptualizada. Todo el mundo habla de percepción categorizada, pero lo que en verdad tiene en la cabeza es el concepto contrario: el de categoría perceptualizada. Hay un cambio lógico en la representación que nos hacemos de los hechos. En un caso la totalidad concreta que se estudia es la percepción, donde la categorización es uno de los aspectos que la determinan junto a muchos otros aspectos. Mientras que en el otro caso el concepto es la totalidad concreta y la perceptualidad es uno de los aspectos que la determinan. Nuestras percepciones, las que vivimos día a día y a lo largo de un año, son muy ricas en objetos y acontecimientos, colores y matices, regularidades y accidentes. Pero cuando le damos expresión por medio del lenguaje, toda esa riqueza se reduce en más de un noventa por ciento. Y quien lea nuestra narración de lo que hemos percibido durante un año, lo hará en cuestión de minutos y se hará con una idea general de lo que se dio a nuestra percepción. Una cosa es evidente: la riqueza que nos aporta la percepción sensible no la aporta el lenguaje. Y esto es una verdad elemental, muy elemental, pero de la que apenas se han extraído consecuencias y principios para el estudio de la conducta humana.
La función nominativa de las palabras (I)
Escuchemos a Vygotski en la página 59 de la obra citada: “Una serie de observaciones relacionadas unas con otras demostró que el rotular las cosas con nombres es la función primaria del lenguaje de los niños pequeños. Ello permite al pequeño elegir un objeto determinado, separarlo de la situación global que está percibiendo. Gracias a las palabras, los niños distinguen elementos separados, superando con ello la estructura del campo sensorial formando nuevos centros estructurales. El niño comienza a percibir el mundo no sólo a través de sus ojos, sino también a través de su lenguaje”. La mayoría de las reflexiones filosóficas y psicológicas sobre la mediación del lenguaje en la percepción se centran fundamentalmente en la función conceptual de las palabras, dejando muy de lado la función nominativa de las mismas. Si yo digo “esta mesa en la que escribo”, estoy percibiendo un hecho particular, pero expreso lo que hay de universal en ese hecho. Dicho de otro modo: al lenguaje le es imposible expresar lo particular. Observarán que digo dos cosas: percepción de lo particular y expresión de lo universal. A esto se llama percepción categorizada. Lo que sucede es que se enfatiza tanto el lado de la expresión lingüística, que termina concibiéndose la percepción con la misma función que el concepto. Y así se llega a la conclusión de que la percepción es percepción de lo universal. Pero esto es un error, la percepción es siempre percepción de lo particular, por mucha mediación que exista por parte del lenguaje. Si habláramos en términos de lado dominante y lado dominado, deberíamos decir que en la percepción el lado dominante es lo particular, mientras que el lado dominado es lo universal. Y en el concepto el lado dominante es lo universal, mientras que lo particular es el lado dominado.
De acuerdo con Vygotski el niño por medio de los nombres separa los objetos de la situación global que está percibiendo. Hay que tener en cuenta que esta separación es intencional, no real. Si el niño llama ‘manzana’ a una manzana que está viendo sobre la mesa, y que está rodeada de otras piezas de fruta, servilletas, cuchillos, vasos, etcétera, intencionalmente ha separado la manzana del resto de los objetos que la rodean. Pero realmente la manzana sigue rodeado de los mismos objetos que antes de la nominación. Esta diferencia es crucial y ha sido muy subvalorada o no atendida. La pregunta sería cuándo se logra efectivamente esta separación, cuándo por medio del lenguaje se logra separar un objeto del resto de los objetos que le rodean. En este caso es básico establecer una distinción en el uso de los nombres: por un lado, nombrar un objeto que está presente, y por otro lado, nombrar un objeto que está ausente. Si bien cuando nombramos un objeto que está presente, modificamos la percepción, modificamos su enfoque y atención, cuando nombramos un objeto ausente es evidente que no modificamos la percepción. ¿Qué función psicológica se modifica entonces cuando se usa una palabra para nombrar un objeto que está ausente? La representación. Como el concepto de representación se emplea en muchos sentidos y está cargado de muchos equívocos, aclararé en que sentido lo empleo yo. Sobre su mesa escritorio, estimado lector, hay muchas cosas que usted usa habitualmente, y entre ellas hay, por ejemplo, un cenicero. Centre su atención visual en él. Cierre ahora los ojos y trate de reproducir la imagen del cenicero, trate de verlo en su interior, recordando al máximo el modelo. Cuando usted tiene los ojos abiertos hablaremos de percepción, y cuando los tiene cerrado hablaremos de representación. Hablemos de las diferencias entre los dos actos: una, en la percepción el objeto viene dado, mientras que en la representación el objeto es puesto por el sujeto, como un esfuerzo de su imaginación y de su memoria; dos, en la percepción el cenicero aparece rodeado de todos los objetos que están sobre la mesa, mientras que en la representación sólo aparece el cenicero, el resto de los objetos que le rodean desaparecen; y tercera, en la percepción el cenicero aparece con todas sus partes y detalles, mientras que en la representación el cenicero se vuelve esquemático, viendo reducido drásticamente gran parte de su riqueza de detalles. Pues bien, con los nombres, cuando estos son usados cuando los objetos nombrados no están presentes, se fortalece y se desarrolla la representación. Y es en la representación donde el objeto atendido en la percepción se separa realmente, y no sólo intencionalmente, del resto de los objetos que le rodean.
La función nominativa de las palabras (II)
Les recuerdo la cita de Vygotski referida anteriormente: “Una serie de observaciones relacionadas unas con otras demostró que el rotular las cosas con nombres es la función primaria del lenguaje de los niños pequeños. Ello permite al pequeño elegir un objeto determinado, separarlo de la situación global que está percibiendo. Gracias a las palabras, los niños distinguen elementos separados, superando con ello la estructura natural del campo sensorial y formando nuevos centros estructurales. El niño comienza a percibir el mundo no sólo a través de sus ojos, sino también a través de su lenguaje. En consecuencia, la inmediatez de la percepción natural queda sustituida por un proceso mediato y complejo; como tal, el lenguaje se convierte en una parte esencial del desarrollo cognoscitivo del niño”.
Retornemos, por unos instantes, a Pavlov y a sus experimentos. Es un reencuentro con las ideas elementales. Sabemos que las propiedades mecánicas y químicas del alimento ingerido por el perro provocan una secreción salivar en su mucosa bucal. Esto es el reflejo innato o incondicionado. Pero la secreción salivar puede ser provocada por un sinfín de estímulos que nada tienen que ver con la digestión: el olor de la carne, el color de la carne, el recipiente donde se le sirve el alimento, la presencia de la persona que le da de comer al perro, los pasos de dicha persona, su aliento, el gong de una campana, etcétera. Estos segundos estímulos son estímulos señales: no sólo provocan la secreción salivar, sino que le señalan al perro la presencia o futura presencia del alimento. Dentro de los estímulos señales se incluyen tanto señales sustanciales, como son el olor y el color de la carne, como señales accidentales: el recipiente, los pasos, el gong de la campana, etcétera. La pregunta que debemos hacernos ahora es cómo los nombres modifican esta situación perceptiva. De tres modos: uno, anulando el papel central que desempeña la necesidad alimenticia en la organización de la actividad perceptiva, dos, agrupando los estímulos sustanciales, y tres, separando el grupo de los estímulos esenciales de los estímulos accidentales.
Uno de los grandes saltos en la evolución de los hombres se produjo cuando la actividad perceptiva se liberó de la práctica, de la lucha por la satisfacción de las necesidades básicas. En los animales la actividad perceptiva está totalmente supeditada a la satisfacción de tres necesidades básicas: alimentarse, procrear y defenderse de los depredadores. Fuera de esas actividades, la actividad perceptiva es prácticamente nula. Por medio de los nombres la percepción, además de su carácter práctico, adquiere una nueva función: la contemplativa. Los objetos del entorno empiezan a convertirse en objeto de la percepción aún cuando no se esté buscando el alimento, procreando o defendiéndose de los depredadores.
Los monos cercopitecos producen muchas configuraciones fónicas distintas. Las tres llamadas de alarma son las más conocidas: dependiendo de la clase de depredador que se trate, depredador aéreo, depredador terrestre o serpiente, emite una configuración fónica diferente y responde de modo diferente. La configuración fónica es un referente firmemente atado a la estructura del campo visual: el constituido por la presencia del depredador y la acción de defensa. La función principal de la configuración fónica es señalar la presencia del depredador; y si el depredador no está presente, dicha configuración fónica no se emite. Pero la configuración fónica también desempeña el papel de estímulo: provoca en el resto de los monos que oye dicha configuración fónica una determinada respuesta: huir. La configuración fónica debemos verla atada, tanto al objeto que se presenta, el depredador, como a la acción de defensa de los monos cercopitecos. Para que esta configuración fónica, además de la función de señalar y de estímulo, desempeñe la función de nominar, deben producirse dos saltos sucesivos: primero, emitir la configuración fónica cuando el mono cercopiteco vea al depredador a distancia, cuando no representa peligro, y segundo, emitir la configuración fónica cuando el depredador no esté presente.
Francisco Umpiérrez Sánchez
En Las Palmas. 10 de marzo de 2004.
BIBLIOGRAFIA
A.R. Luria. Lenguaje y comportamiento. Editorial Fundamentos, 1984.
Edmund Husserl. Investigaciones Lógicas.
G.W.F. Hegel. Principios de la Filosofía del Derecho. Edhasa, 1988.
Jerome Bruner. Actos de significado. Alianza Editorial, 1998.
Lev. S. Vygotski. El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Critica, 1996
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