sábado, 27 de agosto de 2011

El hombre y la religión

Me he visto obligado a reflexionar de nuevo sobre el hombre y la religión debido a un debate celebrado en el foro Filosofía y Pensamiento, donde su moderador, Luís Ledo, está transitando el camino del extremismo. Los extremistas cometen el error de simplificar las cosas en exceso, de no observar y evaluar todos los lados que constituyen el fenómeno sobre el que se polemiza, y reducir el debate a un sí o a un no. Es propio del pensamiento metafísico no sólo considerar las cosas en la forma del ser en exclusividad, sino también no considerar que entre los contrarios haya transición. Así no son capaces de contemplar comportamientos religiosos entre las personas presuntamente ateas y comportamientos materialistas entre las personas religiosas.


Se parte de la idea de que las personas creyentes, las personas que creen en Dios, son personas que creen en seres imaginarios. Y quien cree en seres imaginarios es una persona irracional. El ateo extremista no piensa ni por un instante que eso que él cataloga como ser imaginario, para el creyente no lo es. No sólo incurre en este error el extremista, sino que no evalúa y sopesa el papel que ha desempeñado la religión en toda la historia de la humanidad y la consideración de que muchas personas de enorme genio han sido y son creyentes. Pero el extremista esto no lo ve. Lo único que ve es este sencillo razonamiento: Dios es una ser imaginario; luego quien cree en Dios es un ser irracional. No ve que esto que presenta como un razonamiento no es más que un acto de desprecio hacia el creyente y una falta de respeto por las razones ajenas.

Cuando desde la religión cristiana se afirma que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, hay más verdad en esta afirmación que en la del extremista ateo que dice que Dios es un ser imaginario. Un espejo puede estar hecho de tal forma que deforme muchísimo la apariencia de una persona y nos sea difícil  reconocerla, pero con paciencia y esfuerzo siempre podremos reconocer en la imagen a la persona reflejada. La afirmación del ateo extremista, Dios es un puro ser de la imaginación, contiene el error de romper la relación entre objeto reflejado e  imagen, presenta las cosas de tal modo que Dios aparece como un invento, como algo ideado por una mente calenturienta en los marcos estrechos de su cuarto de estudio. Dios se presenta como una obra intelectual.

Decía Marx que a los pensamientos Hegel sólo había que ponerlos boca abajo para que adquirieran un sentido materialista. Lo mismo tendríamos que hacer con la afirmación fundamental de la teología cristiana: Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. Invirtámosla: El hombre hizo a Dios a su imagen y semejanza. Dios no es un puro ser imaginario sino una imagen del hombre. Sin duda que ese hombre está dotado de un poderes que no los posee el hombre en la medida en que los posee Dios. Pero si pensamos en el conjunto de los hombres, veremos que poseen los poderes en la medida en que se encuentran en Dios: la omnisciencia, la omnipresencia y la omnipotencia.  Dios es la imagen del hombre. De este modo acercamos, unimos, la imagen con el objeto reflejado.

¿Debemos considerar a la religión sólo bajo el punto de vista de si se cree o no se cree en Dios o debemos considerar otros lados tan o más importantes que este?  Les relato sucintamente mi propia experiencia. Milité a la edad de 14 años en las Juventudes de Acción Católica. ¿Qué me proporcionó esa experiencia? Un lugar donde ir –por cierto un magnífico edificio-, un lugar donde jugar al ping pong, al baloncesto y al ajedrez. Un lugar donde hacer amigos dedicados a intercambiar opiniones, consejos y valoraciones sobre los múltiples aspectos de la vida. Un lugar donde culturizarme, hacerme con valores y divertirme. Y también un lugar donde confesarme y comulgar. Los debates sobre la existencia de Dios, los debates sobre las pruebas de la existencia de Dios, desempeñaron en esa experiencia un papel muy poco importante. A ese debate apenas le dedicábamos tiempo.  Es este lado social y psicológico, de construcción de la personalidad y de participación en el mundo, lo que no observa  el ateo extremista. Y como no observa estos lados, su comprensión del fenómeno religioso es muy unilateral. De ahí que sus ideas no sirvan ni para comprender mejor el fenómeno religioso ni para combatir la ideología religiosa.

La pregunta que debemos hacernos ahora es cómo ha llegado el ateo extremista a esta representación del fenómeno religioso. ¿De dónde ha brotado esta representación de la religión? De su propia actividad, de su propia actividad unilateral, de pensar en un hombre idéntico a sí mismo. El ateo extremista está encerrado en su cuarto de estudio, sólo tiene libros ante sí y sólo tiene razones en su mente. Piensa que el hombre es así: un hombre dotado sólo de razón. No ve que el hombre que debería representarse es el conjunto de los hombres, con su historia, sus necesidades, sufrimientos, alegrías, intereses y un largo etcétera. No se representa un hombre omnilateral. Se representa un hombre abstracto, un hombre sólo dotado de razón y enfrentado al dilema de si Dios existe o no existe. Se representa a sí mismo. Tacha de ser imaginario al Dios que se representa el hombre religioso, y no se da cuenta que el hombre que él supone cuando cuestiona la religión es también un ser imaginario, un ser dotado sólo de razón. Pero el hombre, el mundo de los hombres, está dotado de muchísimas más potencias y fuerzas esenciales, tanto subjetivas como objetivas, que sólo la abstracta razón. Porque una razón considerada aislada del resto de las fuerzas esenciales humanas es una razón abstracta.






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