viernes, 9 de septiembre de 2011

El transcurrir del conocimiento

Arnón, uno de los miembros  del Centro de Estudios Karl Marx, hizo equivalentes un juicio de Hegel con una idea de Borges. Yo tuve mis dudas. Él estuvo un tiempo localizando el texto. Al final cumplió su propósito. El texto, un pequeño y hermoso cuento, lleva por título La forma de la espada. Aisladamente las expresiones de Hegel y de Borges eran iguales y se podían suponer como idénticas en significados. Pero bajo el punto de vista de los concretos a los que pertenecían no significaban lo mismo.


Con la lectura del cuento de Borges llegué a Arthur Schopenhauer. De este autor tenía una sola obra: El amor, las mujeres y la muerte. Pero fue tanto la inquietud intelectual que me generó Borges, en especial cuando escribió “Acaso Schopenhauer tiene razón: yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres, Shakespeare es de algún modo el miserable John Vincent Moon”; que no tuve otro remedio que hacerme con la gran obra del brillante filósofo alemán: El mundo como voluntad y representación. Estoy disfrutando con la lectura de esa obra. No quería hacer juicio alguno sobre el pensamiento de Schopenhauer sin conocer previamente su principal obra teórica. Me gusta conocer las cosas de primera mano. Me da seguridad. También porque prefiero hacerme con mi propio juicio y no tomarlo prestado de otros autores.

Schopenhauer sigue la estela de Kant hasta llegar incluso a Berkeley. Es un idealista. Su afirmación estelar, el mundo es mi representación, es la señal inequívoca de su adscripción a esa corriente filosófica. Pero yo me he educado con Marx; así que no soy un materialista burdo que sólo sabe negar; no me ciego en la lucha contra el idealismo. Conozco el error fundamental del viejo materialismo: no concebir el objeto de forma subjetiva. Sin duda que el idealista Schopenhauer en esto le lleva una gran ventaja al materialista burdo: concibe el objeto como representación. Y este lado es el que quiero aprender con Schopenhauer: el lado subjetivo del objeto.

Pero la lectura de Schopenhauer me ha proporcionado otros tránsitos del conocimiento, con sus reflexiones sobre la vigilia y el sueño me ha llevado a Píndaro y a  este filosófico verso: “El hombre es el sueño de una sombra”. ¡Qué bella inversión! Lo más efímero, lo más leve, sueña el hombre, lo más firme, lo más cierto. Mañana mismo llamaré a la librería y les solicitaré el libro donde se contengan todas las odas del célebre poeta griego nacido en Beocia. Ojalá me haga con él y pueda llevarlo conmigo  a una luminosa ciudad europea.

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