Les recuerdo el ejemplo del que les hablaba en el trabajo anterior titulado Las imágenes como signos: mi madre mirando a la fotografía me decía: ahí tengo a tu padre. Este hecho no sólo pone de manifiesto la estrecha vinculación entre imagen y ser, sino entre imagen y existencia. Y así lo vive la gente. Cuánto desean quienes han perdido a un ser querido soñar con él. El sueño se presenta así no como la ruptura del ser con la existencia, sino como su más estrecha unión e interdependencia.
Al reducir la imagen a un signo, al concebirlo con tanta generalidad y abstracción que lo hace equivalente a cualquier otro signo, una señal de tráfico o un sencillo nombre común, y así procede Peirce, el ser queda reducido a una sombra: pierde su esencia y su vinculación con la existencia. Por medio del concepto, y el concepto sólo existe como signos lingüísticos, el filósofo ha podido separar la esencia del ser. De este modo no sólo enfrenta la esencia al ser, sino que sitúa la existencia como algo al que se le puede poner el índice cero al reflexionar sobre el conocimiento. Así, siguiendo a Descartes, procedió Edmund Husserl. Se reduce así la existencia a una abstracción. Por medio de la reflexión epistemológica los entes se han descompuesto en partes que después se sustantivan y se presentan a unas enfrentadas a las otras: la esencia frente al ser y el ser frente a la existencia.
Pero es un error. En la realidad sucede lo contrario: el ser, la esencia y la existencia son inseparables. La existencia no es una abstracción ni es una disputa filosófica acerca de si se puede hablar de ella como sustancia o predicado. La existencia forma parte de lo concreto. Un solo ejemplo desbarata todas las disquisiciones abstractas sobre las partes de los entes. Todo el mundo podrá percibir la enorme diferencia que hay entre la existencia de un ejecutivo que dispone para vivir de unos ingresos anuales de tres millones de euros de la existencia de un indigente que vive de las limosnas. La existencia es siempre la existencia de un ser humano determinado, en una sociedad determinada y en una época histórica determinada, no una categoría abstracta, atemporal, que ha perdido toda conexión con la vida.
Debemos volver a dotar las imágenes de vida, volverlas a conectar con el ser y la existencia, para que de ese modo los signos lingüísticos y los signos en general vuelvan a formar parte indisoluble de la realidad concreta.
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