domingo, 27 de octubre de 2013

Deseo, ciencia y arte

Nos encontramos en el apartado 2 de la introducción de Lecciones sobre  la estética de G.W.F. Hegel. Expondré uno de sus fragmentos, donde se explica los diversos modos en que puede relacionarse el espíritu con lo sensible. La clave para aprender el pensamiento de Hegel es pensar como él lo hizo, esto es, pensar con sus categorías. Durante la exposición iré intercalando algunas aclaraciones sobre el contenido de las categorías que Hegel pone en circulación en su discurso. Al mundo exterior lo denomina de tres modos: lo sensible, ser ahí y ser ahí sensible. Al hombre lo denomina como espíritu, que para nosotros será equivalente a pensamiento y lenguaje. Diremos que el hombre es un ser espiritual en tanto está dotado de pensamiento y lenguaje. Como el ámbito donde Hegel va estudiar estos problemas preferentemente será el de la percepción, presentará al hombre en cuanto singular y a las cosas también en tanto singulares. Al hombre no solo lo presentará en cuanto singular sino también en cuanto singular sensible. No hay dos personas iguales como no hay dos mesas iguales. En ese sentido entenderemos lo de singular.

La relación de deseo

La primera forma de comportamiento del espíritu con las cosas es la del deseo. En este caso el hombre no se dirige a las cosas como pensador con determinaciones universales sino según sus impulsos e intereses singulares. Yo puedo relacionarme con la carne de dos modos: como biólogo dotado de conceptos o como comensal. En el primer caso, al relacionarme conceptualmente con la carne, opero con determinaciones universales, mientras que en el segundo caso son mis impulsos e intereses alimenticios los que mandan en la relación.  Añade Hegel que el hombre se mantiene en las cosas en cuanto las usa y las consume; y que opera, mediante el sacrificio de dichas cosas, su autosatisfacción. En la relación de deseo hago uso de las cosas y satisfago mis necesidades. El uso de las cosas es el sacrificio de las cosas.

Hegel distingue entre la apariencia superficial de las cosas externas y su existencia sensible-concreta. Para ver claro esta diferencia solo tenemos que comparar la fotografía de una manzana, donde solo tenemos la apariencia superficial cromática de la manzana, con una manzana real, donde además de su apariencia superficial tenemos su cuerpo. Así que por existencia sensible-concreta entenderemos la existencia de las cosas en tanto unidad de cuerpo y apariencia. A este respecto dice Hegel –siempre hablando de la relación de deseo –que al hombre no le basta con meras  pinturas de las maderas que quiere usar o de los animales que quiere comer.

En la relación desiderativa Hegel señala otro aspecto muy importante: el hombre no deja al objeto subsistir en su libertad, pues su impulso le apremia a superar esa autonomía y libertad de la que en apariencia están dotadas las cosas externas, y demostrar que éstas son ahí para ser destruidas y consumidas. Así también se comportan los predadores con sus presas, como cualquier animal con su medio de alimentación. Todos los seres vivos demuestran que los otros son ahí para ser destruidos y consumidos. Pierden así su autonomía y su libertad. Pero todo lo que alcanza al objeto termina por alcanzar al sujeto. Y esto lo advierte Hegel: Tampoco el sujeto, víctima de los intereses limitados, mezquinos y singulares de sus deseos, es libre en sí mismo, pues no se determina a partir de la universalidad y racionalidad esenciales de su voluntad.

Deseo y arte

El hombre no se encuentra con la obra de arte en la relación de deseo. La deja existir libre para sí como objeto, no quiere consumirla ni destruirla, pues la obra de arte solo es para la faceta teórica del espíritu. Por eso, aunque la obra de arte tiene existencia sensible, carece, no obstante, de existencia concreta sensible. En los bodegones de Cezanne vemos frutas amontonadas dispuestas sobre platos; existen sensiblemente porque podemos percibirlas visualmente, pero carecen de existencia sensible concreta, no podemos tomarlas entre las manos y comérnosla. En el deseo deben darse las cosas en su existencia sensible concreta, mientras que en las obras solo se dan en su existencia superficial.

La relación teórica

El segundo modo en que lo dado exteriormente puede ser para el espíritu es la relación teórica con la inteligencia. El hombre al examinar teóricamente las cosas no tiene interés en consumirlas en su singularidad, todo lo contrario: su afán es conocerlas en su universalidad. El deseo reclama las cosas en su singularidad, mientras que la teoría las reclama en su universalidad. Al examinar las cosas teóricamente el hombre quiere además encontrar su esencia y ley internas, y concebirlas según su concepto. Nada de eso interesa al hombre en tanto mantiene con las cosas una relación de deseo.

Pero si se busca la universalidad, la esencia y la ley interna de las cosas, no debemos pensar el sujeto en tanto singular, esto es, en tanto está bajo el dominio de sus impulsos e intereses materiales, sino en tanto en él predominan la razón y el pensamiento. Y así, aunque parte de lo sensible y de lo particular, el sujeto  no se queda ahí, sino que  transforma lo dado exteriormente en algo abstracto, en algo pensado. Los conceptos transforman en ocasiones tanto las cosas que al final del proceso teórico nada tienen que ver con su apariencia sensible. Lo que sucede es que estamos tan acostumbrados a pensar en términos conceptuales que no nos damos cuenta de hasta qué punto en las ciencias hacemos abstracción de la existencia aparente y concreta de las cosas. Les pongo un ejemplo. Uno de los conceptos fundamentales de la mecánica es el de punto material. Por esta denominación se entiende un cuerpo cuyas dimensiones se pueden despreciar al describir su movimiento. Supongamos que ese mundo material sea la Tierra. Aquí, a juicio del físico, solo está haciendo abstracción de las dimensiones del planeta azul, pero en verdad se está haciendo abstracción de un número infinito de cosas: ciudades enteras con toda su riqueza material y cultural, animales y plantas en toda su inmensa variedad, y un sinfín de cosas más.  Y piensen que la física se entiende como una de las ciencias que no va más allá de lo dado, que no se adentra en el terreno de la metafísica, pero en verdad epistemológicamente no es así: su nivel de abstracción es enorme. Sólo quería que tomaran conciencia de hasta qué punto los conceptos hacen abstracción no solo de la apariencia sensible de las cosas sino de muchas de sus esencias.

Deseo, ciencia y arte

En lo que se refiere a la relación entre arte y deseo, afirmaremos que el interés artístico se distingue del deseo práctico porque el primero deja subsistir el objeto en su independencia y libertad, mientras que el segundo lo destruye en su propio provecho. Y en lo que se refiere a la relación entre el interés artístico y el interés científico afirmaremos esto otro: el primero centra su interés en la existencia singular del objeto, mientras que el segundo centra su interés en las determinaciones universales del objeto.

El poder del arte frente a la ciencia y la filosofía

Lo sensible constituye un aspecto fundamental del arte, pero no en la modalidad de la existencia concreta sensible, tal y como lo demanda el deseo, sino en su modalidad de superficie y apariencia sensible. El espíritu no busca en lo sensible de la obra de arte la completud interna que demanda el deseo ni las determinaciones universales que capta el concepto. Quiere presencia sensible, pero liberada del andamiaje corporal que reclama el deseo. El deseo demanda un cerdo de carne y huesos con todas sus vísceras –a esto se refiere la expresión “completud interna” –, mientras que el arte sólo demanda la apariencia cromática y superficial del cerdo. Por eso en la obra de arte lo sensible es elevado a mera apariencia. Es importante destacar que en el arte la apariencia se presenta como una elevación respecto de la existencia sensible concreta de las cosas.  

El arte de halla a medio camino entre el deseo y la ciencia. Su superioridad respecto del deseo se basa en que desarrolla una sensibilidad espiritual, pues hace que el hombre no busque la destrucción del objeto sino su conservación. Y su superioridad respecto de la ciencia consiste en que no se volatiza en pensamientos y conceptos abstractos, sino que sigue conservando al objeto en su existencia sensible. Ahí reside el gran poder del arte: es un objeto para el espíritu con existencia sensible. De ahí, como muy bien destaca Hegel, que lo sensible del arte solo se refiere a los dos sentidos  teóricos de que disponen los seres humanos, la vista y el oído, y no a los sentidos prácticos: el olfato, el gusto y el tacto.  El hecho de que el espíritu se vista de lo sensible, que es lo que proporciona el arte, es lo que ha dado a la religión cristiana todo su inmenso poder sobre las masas; pues durante toda la edad media el arte en tanto arquitectura, escultura y  pintura estuvo al servicio de la religión.

 

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