domingo, 11 de noviembre de 2018

La arrogante superficialidad


Pensemos que el mundo de hoy es notablemente complejo. La complejidad hace alusión a una totalidad compuesta de muchas partes e interrelaciones en continuo cambio y movimiento. Nada permanece quieto y nada permanece igual. Y cada parte e interrelación tienen distintos aspectos y distintos momentos. Captar la  unidad y conservar la unidad en el análisis de lo complejo se torna muy difícil. Las fuerzas productivas no cesan de desarrollarse, la ciencia no para en su desarrollo y su aplicación tecnológica da la impresión de no tener fin. Y ello lleva aparejado cambios continuos en las relaciones de producción. Hacen mal los marxistas cuando quedan atados en su descripción del mundo a los conceptos esenciales y no prestan atención a su rica y variada manifestación aparente.


Hegel y Marx deben considerarse los pensadores más complejos de todos los tiempos. La riqueza categorial de sus teorizaciones es inmensa y los matices, transiciones y flujo continuo de los conceptos dominan su forma de pensar. Pensamiento complejo no significa pensamiento oscuro y enrevesado. Lo que sucede es que muchos economistas marxistas, educados en la economía convencional, creen que todo se puede reducir a fórmulas sencillas que lo abarcan todo y captan la esencia de todo. Y aquella oscuridad que atribuyen al pensamiento de Hegel y Marx no es más que la suya propia. Los filósofos empiristas y neopositivistas, que es la forma de pensamiento filosófico predominante, reduciendo la certeza del conocimiento a las percepciones e incapaces de comprender la  enorme riqueza del mundo esencial y su compleja conexión con el mundo aparente, hacen gala de un pensamiento superficial y simple. Pretenden verlo todo bajo el paradigma de dos de las ciencias naturales más abstractas: la lógica matemática y la física. De ahí que tengan una concepción de la subjetividad y del mundo exterior extremadamente pobres.

El pensador arrogante, bajo el influjo de la filosofía empirista dominante, cree que la razón por excelencia, la razón con mayúscula, solo se da en el campo de las ciencias naturales, en especial en la lógica matemática y en la física. Considera que fuera de ese campo no existe verdadera razón ni verdadera lógica. Ignora en su arrogancia que la razón se da en todas las formas de la práctica social y existe como potencia y fuerza en todas las personas. De ahí que se crea superior a los demás y piense que la representación del mundo puede reducirse a cuatro juicios rígidos y con validez eterna, como sucede en las matemáticas, y despacha los asuntos de la vida y del pensamiento como los burócratas despachan la aplicación de las leyes. El pensador arrogante está presente en las filas de la izquierda y de la derecha, en las de los liberales y de los marxistas, en las de los creyentes y de los ateos. El pensador arrogante habla con una suficiencia y altivez que no se corresponde con la complejidad del mundo moderno. Recientemente uno de estos pensadores arrogantes, que se autoproclama ateo y materialista, afirmaba que del mismo modo que la teología ha pasado al basurero de la historia igualmente debería hacerlo el concepto de belleza.

La religión no es solo teología y no solo ni fundamentalmente el problema de la existencia de Dios. Las religiones son instituciones, son hermosas catedrales, son prodigioso arte y son comunidades compuestas por millones de personas. Las religiones son además sociología, psicología, economía, política y ética. Las personas religiosas no pueden ser catalogadas de forma general, como hace el pensador arrogante, como irracionales y como víctimas del opio religioso. Esas personas deben ser respetadas, y no solo por sus creencias sino por todo su saber y todo su hacer. El hecho de que una persona sea religiosa no puede implicar que esa persona sea reducida solo a su ser religioso. Toda persona, y más con la complejidad del mundo moderno y por efecto de la globalización, tiene múltiples modos del ser. Esa forma de concebir el mundo, propia del pensador arrogante, que reduce al otro a una sola modalidad del ser y lo examina de forma abstracta y superficial, debe ser rechazada por perniciosa y falsa. Hay más de 6.000 millones de personas religiosas en el mundo y entre ellas hay grandes individualidades. Que el pensador arrogante, el ateo alimentado en cuatro formulas, catalogue a esas 6.000 millones de personas como pura masa irracional y a sus dirigentes y grandes individuales como personas narcotizadas por la religión, solo pone de manifiesto hasta qué grado extremo llega su superficialidad y engreimiento.

La religión es una de las formas de enajenación del ser humano, pero no la única ni la más importante. La peor y más graves de las enajenaciones es la económica. Esta enajenación se manifiesta en el mercado global, en la vida corriente –recientemente una articulista decía que era una locura que dedicara más tiempo a su perro que a sus propias hijas–, en las redes sociales, en el ocio y en el entretenimiento. Y la enajenación no es un producto de la subjetividad sino de la objetividad, del tipo de relaciones sociales que los seres humanos construyen y que escapan a su control consciente. Pero el pensador arrogante cree que está fuera del mundo y que está libre de todo pecado. Y por esa razón mira a los demás, a los que no comparten su concepción, desde una falsa atalaya de la razón abstracta, como seres racionales inferiores. Ignora que un misionero que trabaja en las zonas pobres del mundo tiene más razón en su vida y su pensamiento que él en su diminuto y estrecho cerebro. Ignora que hay personas religiosas que hacen más por la racionalización del mundo que la que él despliega entre las cuatro paredes de su cuarto de estudio. Tiene una estatura mental pequeña, pero en su engreimiento ciego cree que está por encima del mundo.

Así que Dios nos libre de la arrogante superficialidad y de sus estúpidos representantes.

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