Pequeña
introducción
(El libro que utilizaré de referencia es de Michael J. Sandel y se titula La tiranía del mérito). Todos deberíamos estar de acuerdo en uno de los principios meritocráticos: si tú te esfuerzas, si tú trabajas duro, y por esas causas has llegado a la “cima”, tú te mereces lo que has ganado en riqueza y renta. Hay un principio socialista marxista que con otras palabras expresa lo mismo: a cada cual según sus capacidades y a cada uno según su trabajo. Pero hay un error básico en esa concepción meritocrática. Las distintas especies de mercancías se diferencian entre sí como valores de uso, son diferentes sus propiedades y son diferentes sus utilidades. Pero como valores, esto es, en cuanto dinero, todas las mercancías son iguales. Todas las mercancías, todos los bienes y servicios, así como todas las clases de renta, en tanto valores son iguales, todas se expresan en una determinada suma de dinero. Justamente ahí está el error: hablar del dinero sin hablar de su determinación cuantitativa. En tanto dinero hay mercancías, bienes y servicios que valen más que otras. Y en cuanto rentas las diferencias de ingresos son también de tipo cuantitativo. Así que estamos de acuerdo en términos generales en que cada cual se merece ganar hasta donde su talento y esfuerzo lo han llevado, pero ¿cuánto dinero se merece ganar? Y ese error, no hablar de la determinación cuantitativa del dinero, está presente tanto en los defensores de la ideología meritocrática, que los hay en el centro derecha y en el centro izquierda, como en sus detractores, como por ejemplo Michael J. Sandel. Aunque estemos de acuerdo en la idea de quien se haya esforzado más que el otro, debe ganar más que el otro, es necesario preguntarse ¿cuánto más? Las rentas excesivamente altas tienen otra grave consecuencia: hay un sector de la economía que produce artículos de lujo para las personas que perciben esas altas rentas, y en esa capa social el exceso y el derroche están demasiado presentes, provocando indignación en todas las vanguardias conscientes de que esas altas rentas no son más que la expresión de apropiación de ingentes cantidades de trabajo ajeno. Desgraciadamente muchos sociólogos burgueses y algunos intelectuales de izquierda llaman envidia a esa indignación.
La crítica de Sandel a la meritocracia
Sandel llega todo lo lejos que puede llegar con sus
conceptos en la crítica a la meritocracia. Aunque critica el individualismo,
tiene una concepción del mundo individualista. No tiene el concepto de que el
individuo es un ser social. De hecho, lo social solo lo tiene asumido como bien
común. Expondré en otro trabajo cómo su concepto de bien común es débil, carece
de desarrollo y de fundamento. Ve como necesario distinguir la doble condición
de los trabajadores: como consumidores y como productores. Considera necesario
incidir más en la condición de productores de los trabajadores que en su
condición de consumidores, pero ignora que aquello que se produce en el consumo
a partir del mercado está determinado previamente por las relaciones sociales
establecidas en la producción. No dispone de los conceptos marxistas de valor
de uso y de valor; y para oponerse al concepto de valor y las desigualdades que
crea, hace uso del concepto de valor moral.
Todo lo que se da más allá del individuo, incluido
sus capacidades y formación y el mercado, Sandel lo presenta como
circunstancial, contingente y arbitrario. Piensa que en esos ámbitos no hay ley
sino simple azar y suerte. En ese marco al no disponer de los conceptos de
valor de uso y valor su análisis no es preciso. También emplea un concepto de
enajenación débil o con falta de desarrollo si lo comparamos con el que elaboró
Marx, y en ese sentido habla de las fuerzas que escapan al control del
individuo. Así que repito: Sandel llega todo lo lejos que puede llegar con sus
conceptos en la crítica a la meritocracia. Y le debemos estar muy agradecidos
por ello. Y será una tarea crítica de los marxistas analizar los límites de sus
conceptos y presentar los conceptos marxistas como aquellos conceptos que
captan de modo más esencial y complementan todo lo que Sandel somete a crítica.
La meritocracia
Branko Milanovic escribió un libro titulado Capitalismo,
nada más. El error de fondo de Milanovic consiste sencillamente en no
percibir que en el mundo actual no se puede plantear la contradicción entre
capitalismo y socialismo en términos absolutos, puesto que todas las sociedades
del mundo actual son sistemas mixtos: una parte es capitalista o domina la
propiedad privada y otra parte es socialista o domina la propiedad pública. Así
que la contradicción entre capitalismo y socialismo no debe plantearse como una
contradicción externa entre países, sino como una contradicción interna de
todas las naciones del mundo. La propia crisis económica y social generada por
la Covid ha puesto de manifiesto que cada vez que el capitalismo necesita
conservarse, se ve obligado a utilizar políticas económicas socialistas: los
ERTE, los préstamos Covid o las ayudas directas. Pero en lo que al tema de hoy
nos ocupa resulta del todo superficial que Milanovic hable de un modelo de
sociedad, donde su excelso ejemplo es EEUU, al que cataloga como capitalismo
meritocrático liberal. En primer lugar, la meritocracia no puede presentarse
como un rasgo que define la esencia del capitalismo, puesto que es una
ideología, ni tan siquiera es una política económica. Y, en segundo lugar, las
sociedades capitalistas actuales no son liberales ni socialdemócratas, son como
dije anteriormente sociedades mixtas y, por consiguiente, sociedades en
transición. El hecho de que un país esté gobernado por un partido liberal, no
convierte a esa sociedad capitalista en una sociedad capitalista liberal. Al
igual que si un país está gobernado por un partido socialdemócrata, no convierte a
esa sociedad capitalista en una sociedad socialdemócrata.
Además, todos los sabemos que el mercado libre no
existe. El concepto de libertad económica vinculado a las sociedades de mercado
no existe en el sentido en que lo entienden los teóricos liberales. La
globalización es productos de oligopolios, y tanto la crisis de 2008 como la
actual crisis generada por la Covid pone de relieve la necesaria e
imprescindible actuación de la economía estatal para que las sociedades
capitalistas puedan conservarse. Mientras los capitalistas prácticos en la
actual crisis generada por la Covid piden al Estado que los ayuden por todos
los medios que esté a su alcance, los teóricos liberales, los que solo tienen
que enfrentarse a los conceptos, siguen defendiendo el mercado libre y un
concepto de libertad económica que hace ya muchas décadas ha dejado de existir.
En el ámbito teórico cualquier persona puede estar en la época que su arbitrio
imponga, pero en el terreno de la práctica solo se puede estar en el presente.
Sociedad meritocrática frente a sociedad
aristocrática
El principio fundamental de la ideología
meritocrática dice que el individuo es responsable de su éxito y de su fracaso,
de su riqueza y de su pobreza. Sandel trata de demostrar que esto no es así,
que el éxito y el fracaso de los individuos tienen que ver con las
contingencias, con la suerte y con la casualidad. El error de fondo de Sandel
consiste en que no ve leyes que regulan la producción y distribución de la
riqueza. Al prescindir de una concepción económica de las relaciones sociales y
sustituirla por una concepción moral, todo lo que se produce más allá del
individuo para él carece de explicación científica. Pero veamos más de cerca
los errores de su concepción.
Escuchemos a Sandel en su capítulo titulado La
ética del éxito. Haré leves modificaciones para hacer más fluida la lectura.
Pondré en negrita conceptos que considero claves para catalogar el valor
científico e ideológico de las ideas de Sandel. “Imaginémonos que una primera
sociedad es una aristocracia, en la que la renta y la riqueza vienen determinadas por
la casualidad de la familia en la que se nace y son heredadas directamente
de generación en generación. Quienes nacen en familias nobles son ricos y
quienes nacen en familias campesinas son pobres. Imaginemos, por otra parte,
que la segunda sociedad es una meritocracia. Sus desigualdades de renta y
riqueza no se deben a que el privilegio sea hereditario, sino a lo que las
personas han ganado con su esfuerzo y talento”. Lo que pretende Sandel, al
poner este ejemplo hipotético, es que los lectores se planteen qué sociedad
elegirían en caso de que pudieran hacerlo. Y en este sentido, unas líneas más
adelante, añade lo siguiente: “Si, dentro de una sociedad feudal, naciera
siervo mi vida sería dura, pero no estaría lastrada por la convicción de que
nadie más que yo sería el responsable de que estuviera ocupando una posición
subordinada. Tampoco tendría que trabajar agobiado por la idea de que el
terrateniente a quien sirvo ha adquirido su posición por ser más capaz e
ingenioso que yo, sino solo ocurre que es un tipo con más suerte”.
Aquí se ve claramente hasta qué punto limita el
conocimiento del mundo los conceptos de la sociología vulgar. Sandel tiene la
concepción de que la sociedad está formada por individuos y no por clases
sociales diferentes, donde una de ellas, los nobles, se apropia del trabajo de
la otra: los siervos. Presenta como casualidad el que un individuo pueda nacer
en una clase u otra, pero para que este juicio tenga sentido habría que suponer
que el individuo existe antes de haber nacido. Y esto no es posible. Luego su
hipótesis carece de fundamento. Los hijos de los nobles no pueden ser sino
nobles y los hijos de los siervos no pueden ser sino siervos. También resulta
del todo improcedente que presente el hecho de que un individuo que pertenece a
la nobleza sea más rico que un siervo como el caso de un tipo que tiene más
suerte. Aquí no se trata de tener suerte o de no tenerla, sino de que el noble, al ser propietario de
la tierra, obliga al siervo a que le entregue en productos o dinero una parte
de su producción.
No existen sociedades meritocráticas ni sociedades
aristocráticas, sino, en el caso que nos ocupa, sociedades capitalistas y sociedades
feudales. Y la riqueza de los capitalistas y señores feudales y la pobreza de
los siervos y de los trabajadores, se explica no por la casualidad de la clase
social en la que se nace ni por la suerte de la clase social a la que se
pertenece, sino porque la clase social dominante se apropia de una parte del
trabajo de la clase dominada. No se debe presentar la producción y apropiación
del plusvalor como un reino donde impera para el individuo la casualidad y la
suerte. Puesto que hay leyes económicas que explican con rigor cómo se produce
el plusvalor y cómo se lleva a cabo la apropiación del mismo. Cosa distinta es
que Sandel desconozca por completo estos conceptos marxistas y recurra a causas
tan poco rigurosas bajo el punto de vista científico como son la casualidad y
la suerte.
La esencia de la ideología meritocrática y la
crítica de Sandel
La meritocracia es una ideología que sirva para
justificar los ingresos desorbitados de los grandes y medianos capitalistas del
mundo y que se obtienen en diversas y variadas esferas económicas. Su esencia consiste en afirmar que los
grandes ingresos que perciben los grandes y medianos capitalistas que actúan a
nivel global se debe a su talento y a su esfuerzo. La crítica de Sandel es muy
sencilla: Tu talento no es mérito tuyo sino resultado de la familia en la que
has nacido. Tampoco es mérito tuyo producir un bien o un servicio que es muy
demandado por la sociedad, sino de las circunstancias y arbitrariedades del
mercado. Y tampoco justifica tus grandes ingresos tu esfuerzo y trabajo duro,
puesto que hay muchas personas que se esfuerzan más que tú y trabajan más duro
que tú y, sin embargo, no han logrado un ingreso mínimamente digno.
Hayek, el padre ideológico de los más acérrimos
liberales, tampoco creía en la meritocracia. Su punto de vista era también
sencillo: lo que tú te llevas al bolsillo es lo que el mercado te entrega a
cambio del valor de los bienes y servicios que tú proporcionas a la sociedad.
Pero hay una razón de fondo que explica la oposición de Hayek a la ideología
meritocrática. Si lo que cada persona debe ingresar en concepto de renta
depende del esfuerzo, esto es, del trabajo, entonces la determinación principal
del valor de los bienes y servicios que tú ofreces en el mercado es el trabajo.
Y si aceptamos esta tesis, entonces tendríamos que darle la razón a Marx: la
sustancia del valor es el trabajo humano abstracto, esto es, el gasto de la
fuerza de trabajo social teniendo en cuenta la calidad de dicha fuerza de
trabajo. Y cuando hablamos del valor de uso no deberíamos hacer como Jevons que
sitúa su esencia en el consumidor, sino que deberíamos situarla en el
productor: en el trabajo útil. La ideología capitalista vive en su seno una
contradicción inmanente entre la ideología meritocrática y su ideología
económica. Pero tampoco esto sería un problema serio: los representantes
teóricos del capitalismo utilizan una ideología u otra según les interese. Y
pueden combinar las dos si también les interesa. La ideología capitalista
actual está llena de manchas y contradicciones flagrantes, aunque esto también
ocurre en la ideología socialista.
Valor de mercado frente a valor moral
Para los economistas convencionales el mercado es el
centro de la economía y el mecanismo económico que lo explica todo. Sandel
considera esta sentencia como incuestionable. No la cuestiona de raíz. La
cuestiona desde fuera: desde la moral. No estoy despreciando la importancia de
la moral o ética en la crítica a la ideología capitalista. Ya dije al inicio de
este trabajo que Sandel en su crítica a la meritocracia llega todo lo lejos que
puede llegar. Lo que diré a continuación es la esencia de la ideología
capitalista sobre el mercado: ¿Por qué soy yo tan rico? Porque el mercado lo ha
decidido así. Y ¿por qué soy tan pobre? Por la misma razón de antes: porque el
mercado lo ha decidido así. Sandel quiere superar la determinación central del
mercado; y para lograr dignificar el trabajo de los desfavorecidos, plantea que
debemos centrarnos en la justicia contributiva, esto es, en la condición de las
personas en tanto productores y no en cuanto consumidores. Pero una vez que
Sandel ha llegado a este punto, no va más allá o no extrae las conclusiones que
debiera. Le falta el pensamiento de Marx. En el pensamiento de Marx el centro
de la economía está en la producción, que es donde se crea el valor y donde de
antemano se establece cuánta renta percibirá cada persona. Ocurre que es en el
mercado donde se crean las formas del valor y donde se realiza el valor. Esta
circunstancia hace que la discusión sobre la naturaleza del valor pase a muy
segundo plano o que en su explicación solo se tenga en cuenta las
determinaciones del mercado. Si tengo el dinero en su plena existencia como
forma objetiva del valor, ¿qué necesidad teórica y práctica tengo de analizar
su sustancia? Para los capitalistas, tanto para sus agentes prácticos como
teóricos, reflexionar sobre la sustancia del valor les parece una cuestión
metafísica, y, por consiguiente, no científica.
Pero Sandel no está de acuerdo con lo que ocurre en
el mercado. Lo percibe como fuente de desigualdades. De manera que si él quisiera
cambiar lo que ocurre en el mercado, no debería pensar que la solución se
encuentra en medidas fiscales (justicia distributiva) y en el cambio en la
mentalidad de los triunfadores en el sentido de que reconozcan que están en
deuda con la sociedad, sino en el cambio en las relaciones de producción. Y el
aspecto principal de las relaciones de producción es el tipo de propiedad que
predomina sobre los principales medios para producir los bienes y los
servicios. Hay un vacío gigantesco en el libro de Sandel: en ningún momento
habla sobre la contradicción entre propiedad pública y propiedad privada. Resulta
totalmente inconsecuente que viendo una irracionalidad en los desproporcionados
ingresos que ganan los grandes propietarios de las grandes empresas, no se
plantee que la solución está ahí: en el cambio de propiedad. Y si fuera
marxista, sabría que en todas las grandes fortunas hay una gran parte que no es
más que trabajo ajeno no retribuido.
Pasemos ahora de lleno al tema que nos ocupa. El
padre del liberalismo, Hayek, no comparte la ideología meritocrática. Es de la
opinión de que los grandes ingresos de la gente rica nada tiene que ver con sus
méritos, pero sí tiene que ver con el valor que aportan a la sociedad. Así los
que ganan mucho dinero aportan mucho valor a la sociedad, y los que ganan poco
dinero aportan poco valor a la sociedad. Pero hay un economista neoclásico,
Frank Knight, que no está nada de acuerdo con la tesis de Hayek. Según dice el
propio Sandel la crítica más demoledora de la ideología meritocrática la
formuló este economista neoclásico. Así que voy a enumerar sus ideas
principales según las transcribe el propio Sandel. Pondré en negrita las
categorías que considero rectoras en su discurso. Aunque las ideas que
transcribiré en esencia son muy pocas, las enumeraré como distintas, puesto que
con cada afirmación añade un matiz o un punto de vista distinto. A mí me gustan
los pensadores que son reiterativos. Lo considero un buen método pedagógico.
Hay intelectuales, sin embargo, que piensan lo contrario.
Primera idea:
la demanda del mercado no es necesariamente lo mismo que realizar
una contribución verdaderamente valiosa a la sociedad. Segunda idea:
Atender la demanda del mercado no es más que satisfacer las necesidades y
los deseos que las personas tengan en ese momento. Pero la significación
ética de satisfacer tales deseos depende del valor moral de estos. Y la
evaluación de tal valor moral no puede ser proporcionado por el análisis
económico. Tercera idea: Nuestro problema más difícil a la hora de la valoración
es la evaluación de los deseos mismos, y, de todos ellos, el más
problemático es el deseo de tener los deseos correctos. Cuarta idea: Knight,
según Sandel, distingue entre el valor de una contribución económica según
la medida que de él da el mercado y su valor real. Cuarta idea: Para
ilustrar la contradicción entre valor de mercado y valor real,
Sandel pone un ejemplo: los desorbitados ingresos que percibe el magnate de los
casinos Sheldon Adelson, una de las personas más ricas del mundo, y un
enfermero o médico, que gana miles de veces menos dinero que aquél.
Lo que Knight identifica como contribución
verdaderamente valiosa a la sociedad, significación ética de los deseos y valor
real, es lo que los marxistas identificamos como valor de uso. ¿Qué ha sucedido
a este respecto entre los economistas marxistas actuales? Que solo hablan del
valor. Jamás hablan del valor de uso. Aunque saben que en el valor está
representado el trabajo en su modalidad abstracta, el gasto de fuerza de
trabajo social sin tener en cuenta la forma en que se gasta, y que en el valor
de uso está representado el trabajo en su forma concreta, el trabajo útil y la
actividad conforme a un fin, lo cierto es que los economistas marxistas
actuales han dejado por completo de lado el trabajo en su dimensión concreta.
Pero ¿siempre ha sido así? Pues no. En los años setenta y principio de los
ochenta del siglo XX se le daba mucha importancia a la diferencia entre los
artículos de primera necesidad y los artículos de lujo. Esta distinción se
establece en la determinación de las mercancías como valores de uso y no como
valores. Creo que la sociedad capitalista actual, mucho más con la experiencia
de la Covid-19, está madura para una política económica que destaque de manera
decisiva la importancia de la significación ética de los bienes y servicios que
se producen en la actualidad. Creo igualmente que habría que librar una lucha
ideológica sin cuartel en esta materia. Y no necesitamos recurrir a Marx, nos
basta con lo que dicen y plantean los teóricos de la izquierda burguesa y
economistas neoclásicos como Knight. Esto también ayudaría al desarrollo de la
justicia contributiva y a la dignificación del trabajo, que es una de las
propuestas reformistas de Sandel. La izquierda radical debe cambiar. Debería
abandonar un poco la ceguera en torno al trabajo abstracto y concentrarse más
en el trabajo concreto. No digo con ello que la lucha ideológica en torno al
trabajo abstracto no deba hacerse, lo que afirmo es que la lucha no se centre
solamente en la dimensión abstracta del trabajo ni sea en todo momento la lucha
dominante.
Los deseos correctos y la creación de los mismos
He de reconocer que nunca he tenido en cuenta la
dimensión ética en los análisis y reflexiones que he realizado sobre los
problemas económicos y sociales. Y debo agradecer a Sandel el conocimiento de
su importancia para conocer el mundo de forma más adecuada y para crear
conciencia de la necesidad de su transformación. Mientras los economistas apologistas del
capitalismo parten de la base de que el gran hacer de los emprendedores
consiste en responder a los deseos de los ciudadanos, Knight, que también es un
economista convencional, plantea una seria objeción a esta premisa: “Nuestro
problema más difícil a la hora de la valoración es la evaluación de los
deseos mismos, y, de todos ellos, el más problemático es el deseo de
tener los deseos correctos”. Aquí Knight de forma muy acertada plantea un
problema ético de primer nivel: la necesidad de evaluar los deseos correctos o
la necesidad ética de establecer los deseos correctos.
Antes que nada, empecemos por resolver una cuestión
metodológica. En el pensamiento marxista solemos hablar de necesidades,
mientras que en la economía convencional suele hablarse de deseos. Pues bien,
entenderemos por deseo la necesidad humana elaborada cultural e históricamente. Volvamos
ahora a nuestro tema. No me gusta emitir juicios a la ligera sin la suficiente
fundamentación teórica. Así que me fui a consultar a Aristóteles. En concreto
su obra Ética nicomáquea. Allí me hice con los siguientes principios. Primer
principio: toda actividad humana tiene un fin. Y todo fin es un bien. Segundo
principio: El bien es aquello a lo que todo arte, investigación, acción y libre
elección tienden. El fin de la medicina es la salud; el de la construcción
naval, el navío; el de la estrategia, la victoria; el de la economía, la
riqueza. Tercer principio: Si, pues, de las cosas que hacemos hay algún fin que
queramos por sí mismo, y las demás cosas por causa de él, es evidente que este
fin será lo bueno y lo mejor. Cuarto
principio: Si debemos determinar cuál es este bien y a cuál de las ciencia o
facultades pertenece, este es manifiestamente la política. Quinto principio: La
política es la que regula qué ciencias son necesarias en las ciudades y cuáles
ha de aprender cada uno y hasta qué extremo. La política se sirve de las demás
ciencias y prescribe qué se debe hacer y qué se debe evitar. Y sexto principio:
Aunque sea el mismo el bien del individuo que el de la ciudad, es evidente que
es mucho más grande y más perfecto alcanzar y salvaguardar el de la ciudad,
porque procurar el bien de una persona es algo deseable, pero es más hermoso y
divino conseguirlo para un pueblo y para ciudades. Este sexto principio es un
golpe certero a los defensores del individualismo.
La conclusión práctica que extraigo de lo afirmado
por Knight y lo propuesto por Aristóteles es la siguiente: la izquierda
reformista y la izquierda radical deberían elaborar un catálogo de cuáles son
los deseos o necesidades que hay que satisfacer por orden de importancia en la
vida de los seres humanos. Si asignamos una función prescriptiva a la política,
también debemos decidir cuántos recursos económicos se dedican a la
satisfacción de los deseos. Sabemos, por ejemplo, que los recursos económicos
dedicados al fútbol y a los deportes en general son desproporcionados. Como
también sabemos que el papel de la publicidad en el mundo de internet está
generando enormes desigualdades y proporcionando grandes recompensas a personas
que realizan actividades “económicas” que satisfacen deseos que distan mucho de
ser los correctos. El mundo que se le abre a la izquierda en este campo es
mucho más amplio y complejo de lo que yo he indicado aquí. Solo quería proporcionar
algunas ideas rectoras.
Hablemos ahora de la creación de los deseos. Les
transcribo unas palabras de Knight: “los deseos que un sistema económico trata
de satisfacer mediante su funcionamiento los genera en gran medida el
funcionamiento mismo del sistema”. Es fundamental esta idea. Echa por tierra la
libertad que la economía convencional presupone en los compradores y echa por
tierra que las empresas o autónomos se limitan a satisfacer lo que el mercado
demanda. De acuerdo con Knight, esos deseos son creados por el propio sistema.
Esta idea de Knight es muy parecida a la de Marx cuando afirma que es la
producción quien crea el material de consumo, el instinto de consumo y el modo
de consumo. En este ámbito la izquierda también debe profundizar y elaborar
propuesta que nos permita crear una conciencia más adecuada para cambiar el
mundo.
No sé si estaré en lo cierto pero el principio socialista marxista que aludes al comienzo de tu artículo, yo siempre lo he enunciado de la siguiente forma:
ResponderEliminar“Cada cual aporta según su capacidad y cada cual recibe según su trabajo”
Dicho principio, así enunciado, nada tiene que ver con la ideología meritocrática toda vez que lleva implícito el concepto de individuo como ser social, del cual carece la mencionada concepción meritocrática.
Por cierto, me parece más justo el principio comunista, que podemos observar en el ámbito familiar, al afirmar:
“Cada cual aporta según su capacidad y cada cual recibe según su necesidad”
Saludos. Ramón Galán.
La forma en que enuncias el principio socialista no modifica en esencia tal y como yo lo he formulado. Si tú tienes la capacidad de dirigir una empresa, tú debes dirigirla; y si no la tienes, no debes dirigirla.
EliminarEste principio socialista implica que quien tenga más capacidad, debe ganar más que quien tenga menos. Y con respecto al principio comunista no se trata de que sea más justo que el principio socialista, sino que corresponde a otra época histórica. Si el socialismo nos queda históricamente lejos, no digamos nada del comunismo.
Y con respecto al principio meritocrático, nada tiene que ver su concepción del individuo con el hecho de que mide lo que debes cobrar por tu talento (capacidad) y por tu esfuerzo (trabajo). Lo importante en todo esto no es el nombre del concepto sino su contenido.
La meritocracia solo es un subterfugio metafísico del idealismo alemán para validar un orden jerárquico en función de la voluntad de saber y su subordinación a una supuesta capacidad individual radicalmente desigual que se denomina eufemísticamente «talento». Capacidad y esfuerzo son simples variantes semánticas de la misma idea moral de castigo al «vago» (parábola de los talentos). Nadie atribuye ni capacidad, ni esfuerzo, al barrendero de la calle, o a las limpiadoras de los hospitales o las kellys de los hoteles por muy relevante y necesaria que sea su actuación. Por el contrario cuanto más alto se sube en la pirámide jerárquica, más talentoso se justifica el estatus. Es decir que fuera de la pirámide jerárquica la meritocracia carece de sentido real y metafísico. Lo mismo pasa con la teoría del valor como esencia metafísica del producto sea intrínseca o de uso. ¿Qué valor hay en un servicio jurídico, por ejemplo?... Desde el punto de vista objetivo, ninguno, pero desde el punto de vista subjetivo, se acude siempre a la meritocracia para justificar la cuantía por lo que un mismo (idéntico) texto jurídico puede facturarse sin límite desde 10 hasta más de 100.000. En cuanto al mundo subjetivo de los deseos, el tratamiento de los mismos es sumamente ligero. ¿Qué es un deseo correcto?... y ¿Quién define la subjetividad correcta?... Objetivar lo subjetivo es todo un sin sentido (nonsens) epistemológico tanto con la «Ética nicomáquea», como sin ella.
ResponderEliminarCreo que sin darte cuenta, estimado Muñoz, simplificas en exceso y transmite desprecio. Primera cuestión: Si la meritocracia fuera solo un subterfugio, la ideología meritocrática hace tiempo que habría desaparecido. Pero no es así, la ideología meritocráctica domina hoy en todos los ámbitos de la vida. Segunda cuestión: barrer, fregar y hacer las camas, limpiar máquinas y utensilios, supone por quienes realizan esa tarea ciertas capacidades, habilidades y esfuerzos. Y es una arbitrariedad por tu parte presentar las fuerzas subjetivas que hacen posible la realización eficaz del trabajo como una variante semántica de la idea moral de castigo al "vago". El talento no es más que las capacidades y habilidades que deben suponerse en el sujeto en función del trabajo a realizar. Así que los barrenderos y camareras de hoteles también tienen talento. Tercera cuestión: Afirmar que los servicios jurídicos carecen de valor objetivo y que solo es subjetivo, solo indican que conoces muy poco el trabajo de los abogados. Y por último, afirmar que objetivar lo subjetivo es un sin sentido, sencillamente indica tu falta de conocimiento en esta materia. Tu pensamiento y tus ideas son todo lo subjetivo que tú quieras, pero por medio del lenguaje,y eso es lo que has hecho en tu comentario, has objetivado tu pensamiento. Creo que despachas todo con demasiada simplicidad y unas cuantas dosis de arrogancia y desprecio.
ResponderEliminarEstimado Umpiérrez Las formas lingüísticas entrañan interpretaciones y las interpretaciones anidan siempre en el entramado psicológico de quien interpreta; cosa que respeto, sin más. En cuanto al fondo me acusas de excesivo reduccionismo (simplificación) para después establecer ad hoc una supuesta volatilidad gratuita del subterfugio meritocrático ¡Débil apoyo a tu tesis de eternidad meritocrática!... ni la eternidad, ni la evanescencia de una ideología son cosas demostrables fuera del marco histórico pues el «hecho» de que una determinada ideología domine hoy no significa que lo haga mañana porque lo cierto es que no dominó ayer; es decir, que tiene un origen. Segunda cuestión; capacidades, habilidades y esfuerzo son la materia prima conceptual sobre la que se construye la pirámide jerárquica del mérito. Así, pues, confundir el ladrillo con el edificio es una distorsión miope de calado. Lo relevante del talento es como lo relevante del dinero; es decir, la cantidad. Cierto que todo el mundo tiene talento/dinero, pero unos más que otros. Esa es la cuestión. Tercera cuestión. En relación con el carácter objetivo o subjetivo de «los servicios jurídicos» y mi conocimiento de los mismos, decir solo que no tienes ni idea de lo que afirmas –lo digo con todos mis respetos–, pues careces obviamente de datos, por lo que solo es una opinión infundada. Finalmente, lo de la objetivación lingüística de un pensamiento subjetivo es de premio a la simplicidad. Y lo afirmo sin dosis alguna de arrogancia y con todo respeto, créeme, que me doy cuenta.
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