sábado, 4 de junio de 2022

El escritor incipiente

 

Antonio hace una pequeña narración. La base de la historia que cuenta consiste en un joven de 40 años que está totalmente sumergido en narrar una pequeña historia tras esnifar una raya de cocaína, y su madre que está preocupada porque su hijo se alimente mejor y deje de consumir un producto que mejora su rendimiento físico. Cuando a Antonio se le pregunta sobre la protagonista de su narración, nos dice que esa mujer solo está preocupada por asuntos “mundanos”, por asuntos de estómago, mientras que el protagonista principal está preocupado por asuntos espirituales, por alimentos para el alma. El narrador me pregunta si en su narración está siendo superficial y cómo puede ser más profundo.

Yo le aconsejo que escriba como quiera y sienta, pero que después reflexione sobre su narración incluyendo un poco de ideología. También le aconsejo que no describa el mundo tal y como él lo ha experimentado o tal y como se lo han contado las personas que ha entrevistado para extraer el material de la historia, sino que debería idealizar la historia que narra. La idealización no implica separarse de la realidad, sino representar un mundo que contribuya a mejorar la conciencia que tenemos de él y nos mueva a mejorarlo. Le digo, en primer lugar, que la mujer que retrata en su historia la deja mal parada. Nos dibuja no solo una mujer antigua, una mujer donde parece que la única causa de su existencia es el cuidado de sus hijos, sino también una mujer carente de vida interior, de pensamientos propios y de ideas críticas sobre cómo es su vida.

Si el narrador quiere profundidad, debió haber presentado a la madre del protagonista sentada a la mesa, mirando de manera crítica a su hijo y diciéndose así misma: “¡Qué hijo más ingrato he criado! Es un egoísta. Aspira a ser un gran escritor. ¡Pobre diablo! Cree que lo que él hace es más importante en la vida que alimentarse bien. Ignora la vinculación entre alimentación, ciencia y salud, que ha constituido mi experiencia en los últimos años de mi trabajo en el sector sanitario. Ni me ve. No me atribuye saber ni experiencia. Actúa como si yo no existiera y como si lo que yo pensara no valiera para nada. No se preocupa por mí y tiene ya más de cuarenta años. Y yo, tonta de mí, sin vida propia e independiente, preocupada siempre por los demás y no por mí. Si volviera a nacer y fuera de esta época, donde las mujeres son más independientes y libres, me pensaría mucho tener hijos que solo te dan preocupaciones y casi ninguna alegría. ¡Pobre ignorante y pobre de mí!

Del mismo modo que Antonio hubiera logrado un poco de profundidad hablando de la madre del protagonista asignándole algunos pensamientos críticos, obtendría igualmente un poco de profundidad si le hubiera asignado al protagonista pensamientos críticos sobre sus dudas, desgarros e insatisfacciones. En suma, le digo a Antonio que, si busca profundidad, solo debe dotar a sus personajes de pensamientos críticos sobre el mundo.

 

 

 

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