Un buen escritor debe manejar con maestría el medio de expresión específico de su profesión: el léxico y la sintaxis de su lengua materna. Pero eso no es todo: es básico, además, haber sentido y pensado con profundidad lo que en un poema o en prosa quiere expresar. Si queremos hablar del tiempo, del devenir, de la muerte, de la eternidad, tema que es recurrente entre los poetas, debemos hacerlo después de haberlo sentido y pensado muy a fondo. Si no lo hacemos así, por mucho que manejemos el léxico y la sintaxis del español, nuestra prosa o poema será de una entidad muy superficial. A eso nos ayudará la lección de hoy, a pensar el tiempo con profundidad, mientras que lo de sentirlo irá por la cuenta de cada cual.
Escuchemos a Hegel en tres ocasiones y reflexionemos en cada una de ellas. Primera ocasión: “El tiempo es el ser que inmediatamente no es, y el no ser que inmediatamente es”. Digo ahora, y ahora ya no es, ha dejado de ser. Digo después, y después ya es, ha llegado al ser. El ahora ha devenido antes, y el después, ahora. El es se ha vuelto fue, y el será, es. El ahora es el ser, y el antes y el después el no ser. Pero si el antes es el ser que se ha vuelto no ser, el ahora es el no ser que se ha vuelto ser. Poder y belleza inmensos el que posee la dialéctica de los contrarios para representar el tiempo en su profundo movimiento.
Segunda ocasión: “las dimensiones del tiempo, el presente, el futuro y el pasado, son el devenir de la exterioridad. Pero en la Naturaleza, donde el tiempo es el instante, aquellas tres dimensiones no se llegan a diferenciar; siendo solamente necesarias en la representación subjetiva, en el recuerdo, en el temor o en la esperanza”. Nosotros estamos acostumbrados a la siguiente representación de las dimensiones temporales. Trazamos una línea recta y la dividimos en tres partes. Sobre la primera parte escribimos pasado; sobre la segunda, presente; y sobre la tercera, futuro. Nos representamos el pasado, el presente y el futuro como subsistiendo en una línea recta uno detrás de otro, como si nos fueran dados simultáneamente los tres. Pero en verdad, en la naturaleza, en la realidad, sólo existe el presente, el instante, el ahora. Ni el pasado ni el futuro existen, pues el pasado no es y el futuro tampoco es. El futuro y el pasado sólo son necesarios para nuestra representación subjetiva, sólo ahí habitan bajo la forma del ser, el pasado en el recuerdo, y el futuro en la esperanza y en el temor.
Tercera ocasión: “...sólo las cosas naturales están sujetas al tiempo, por ser finitas; lo verdadero, por el contrario, la idea, el espíritu, es eterno”. El hombre se sabe como ser temporal, caduco, finito, que ineluctablemente se encamina al no ser. Tal vez por eso se imagine la existencia de un ser eterno, ajeno al tiempo, no caduco, sin tránsito al no ser. Tema importante el del tiempo, y el de su opuesto: la eternidad. Hegel no habla de la temporalidad y de la eternidad como seres que existen por sí, sino como seres que existen en otros seres. La temporalidad como cualidad del ser natural, y la eternidad como cualidad del ser ideal. ¿Existen los seres ideales? Si existen, ¿son creaciones del hombre o de Dios? Hegel dice que los conceptos son seres ideales. Pero los conceptos son obra de los hombres. Luego, los seres ideales son creaciones del hombre. Pensemos en el concepto de mesa. Para ello nos vamos al diccionario y leemos: mueble que sirve para comer, leer, etc., compuesto por un tablero horizontal sostenido por uno o varios pies. Supongamos que han pasado cuarenta y nueve años, que nos encontramos en el año 2050, y vamos al diccionario a leer de nuevo aquel concepto. No habrá sufrido ninguna modificación. Leemos lo mismo que en el año 2001. El tiempo no pasa por los conceptos, o al menos por este concepto. Pensemos ahora en las mesas reales, en los millones de mesas que hay en los hogares españoles, y dejemos fluir, como en el caso anterior, cuarenta y nueve años. Muchas de aquellas mesas estarán deterioradas, otras inservibles, y las más habrán desaparecido. Las mesas reales están sujetas al tiempo, al cambio, a la eterna sustitución.
Al principio el ser temporal y el ser eterno se presentan como dos seres separados y distantes, cada uno existiendo en su mundo, el primero en el de los seres reales y el segundo en el de los seres ideales. Pero al reflexionar más detalladamente sobre los seres reales, bajo el manto de la temporalidad descubrimos el secreto de su eternidad. Las mesas deterioradas, inservibles y desaparecidas, aunque hayan transcurrido cuarenta y nueve años, seguirán conservando su esencia: un tablero horizontal sostenido por uno o varios pies. No sólo es eterno el concepto de mesa, sino también su esencia. La eternidad no sólo es una propiedad de los seres ideales, sino también de los seres reales. Al construir una mesa, el hombre no sólo construye una cosa natural, un ser sujeto al tiempo, sino también una esencia, un arquetipo eterno. El concepto viene después de creada la esencia, descubriéndole al hombre entre metafísicos misterios su anhelada eternidad, como si lo pariera de su propio ser. Pero el concepto es el reflejo en la mente del hombre de la esencia. Y como la esencia es eterna, así ha de serlo el concepto que la refleja. La eternidad del concepto proviene pues de la eternidad de la esencia.
30 de noviembre de 2001.
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