sábado, 20 de abril de 2002

Crítica a Quine

La filosofía contemporánea sigue sin ver claro la naturaleza de la relación entre el sujeto y el objeto del conocimiento. Hasta el punto de que Quine propone hablar, no de las cosas, sino del lenguaje con que hablamos de las cosas. ¿Por qué Quine propone que hablemos del lenguaje con que hablamos de las cosas y no de las cosas mismas? Porque a su juicio las cuestiones que tratan sobre al existencia de las cosas son engorrosas, y no así las que tratan sobre el lenguaje con que hablamos de las cosas. ¿Y por qué resulta engorroso hablar de las cosas y no del lenguaje con que hablamos de las cosas? Por dos razones: una, porque la existencia no es un predicado real de las cosas, y dos, porque las cosas están fuera de la conciencia y el lenguaje con que hablamos de las cosas están en el interior de la conciencia. La primera razón es de Kant; la segunda, de Descartes.


El lector se encogerá de hombros ante este razonamiento de Quine. No entiende nada. Si las cosas están ahí afuera y uno puede verlas y tocarlas, ¿cómo puede Quine ignorarlas? A lo que Quine responde: no las ignoro, lo único que hago es tenerlas en cuenta en tanto existen en el lenguaje y no fuera del lenguaje. El lector se tira ahora las manos a la cabeza, se siente atrapado por el discurrir filosófico de Quine, y su sano sentido común no le ayuda para nada. El origen de este idealismo, presentar las cosas como una cuestión engorrosa, hay que verlo en el hecho de que los filósofos  no reconocen otra relación entre el hombre y el mundo que no sea la de conocer. En este ámbito el hombre existe para el mundo sólo como el sujeto del conocimiento, y el mundo existe para el hombre sólo como objeto del conocimiento. Y bajo el dominio de esta abstracción puede parecer razonable que se dude de la existencia del mundo y que se niegue que de las cosas se pueda predicar su existencia. Abandonemos entonces este ámbito y vayámonos a otro para ver si el sujeto y el objeto adquieren mayor claridad. Sea este nuevo ámbito la producción de bienes materiales. Hablemos pues de un sujeto y de un objeto de este ámbito: el carpintero y la madera. Aquí se trata, no de conocer la madera ni de hablar del lenguaje con que hablamos de la madera, sino de hacer una mesa con madera. Aquí se trata, no de usar la cabeza para pensar en la mesa, sino de usar las manos para hacer una mesa. Se trata aquí también de saber, pero no de saber lo que es una mesa, sino de saber cómo se hace una mesa.

Si queremos conocer el ser de una mesa, vamos al diccionario y leemos: “mesa.f. Mueble para comer, escribir, etc., compuesto de un tablero horizontal sostenido por uno ovarios pies”.  Y si queremos conocer cómo se hace una mesa, vamos a la carpintería y veremos al carpintero serrar los listones y el tablero, y luego martillarlos para unirlos en una sola pieza. Aquí se trata, no de la contradicción entre el ser y el pensar, sino de la contradicción entre el ser y el hacer. Y el hacer presupone la existencia del ser. El carpintero no puede hacer una mesa si la madera no existe. Sin embargo, si puedo hablar de la palabra ‘mesa’ aunque la mesa no exista. Supongamos que mandamos a destruir a todas las mesas. Acabaríamos con la existencia de las mesas, sin embargo, la palabra ‘mesa’ seguiría existiendo. Aquí está el origen y la posibilidad del pensamiento de Quine. Lo cierto es que la mesa puede hacerse de dos formas: con palabras, tal y como la encontramos en el diccionario, y con madera, tal y como la encontramos en la carpintería. Lo que pretende Quine es que sólo hablemos de la mesa hecha con palabras y no de la mesa hecha con madera. En suma, lo que pretende es que separemos el lenguaje del mundo. Un objetivo idealista enmascarado como problema de la teoría del conocimiento.

Abril 2002

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