En el ámbito del pensamiento filosófico contemporáneo suele entenderse por ciencia sólo a las ciencias naturales. Esta concepción es tan dominante que para determinar el carácter científico de una teoría se emplea por regla general una ciencia natural como patrón de medida. Esta postura no debe tomarse como una simple opción ideológica, sino como un grave error teórico de funestas consecuencias sociales, puesto que nos lleva al escepticismo y a la impotencia en la solución de los graves problemas del mundo. La tesis principal de este escepticismo es que los fenómenos sociales no pueden analizarse científicamente. ¿Y por qué? Porque en todos los fenómenos sociales actúa el hombre con sus intereses y opiniones, haciéndonos caer inevitablemente en el subjetivismo. Argumento débil donde los haya, pero que hace mella. El hecho de que un argumento tan débil sea dominante y vigente, señala el grado de debilidad extrema al que ha llegado el frente ideológico marxista.
La mejor manera de atacar a este escepticismo no es mediante grandes disquisiciones teóricas, sino formulándole una pregunta de importancia práctica capital: ¿es posible analizar científicamente por qué unos hombres son inmensamente ricos y otros infinitamente pobres? Les digo de antemano que la economía convencional no da respuesta a esta pregunta, ni tan siquiera se la plantea. ¿Y por qué no se la plantea? Porque defiende la tesis de que la pobreza es un problema ético. Esto implicaría que la solución del problema de la pobreza quedaría en manos de la conciencia solidaria de los ciudadanos y del Estado, esto es, quedaría sin solución. Además, no se trata de que los capitalistas practiquen la caridad con los trabajadores, sino que los primeros devuelvan la riqueza que pertenece a los segundos. Desgraciadamente algunos marxistas han caído en este juego y reconocen que la explotación del hombre por el hombre es un problema ético, concluyendo que una de las grandes diferencias de la economía marxista con la economía convencional estriba en que la primera contiene componentes éticos y la segunda no. Todo un error de posición.
Un solo ejemplo aclarará mejor la distinción esencial entre la economía convencional y la economía marxista. La economía convencional define el precio en los siguientes términos: expresión en dinero del valor de una mercancía. Esta definición coincide con la dada por Marx. ¿En que estriba entonces la diferencia? En que Marx analiza el precio como una de las formas de existencia del valor y la presenta como resultado de una evolución que tiene como punto de partida la forma natural del valor, la que se da en el trueque directo. Así que la diferencia entre la economía convencional y la economía marxista no estriba en que la primera carezca de componentes éticos y la segunda los presuponga, sino en que la primera toma las formas económicas como dadas y la segunda estudia su génesis. Hay más: en la economía marxista está integrada la economía convencional, mientras que esta última tiene desterrada a la primera. Negar que la extrema riqueza y la infinita pobreza puedan ser estudiadas de modo científico no sólo es expresión de una filosofía escéptica, sino también de insensibilidad y de impotencia política. ¿Cómo podemos adquirir la firme voluntad de acabar con la pobreza que asola el mundo si negamos la posibilidad de conocerla científicamente? De ningún modo.
Una de las primeras distinciones que se debe establecer para abordar el problema de la naturaleza científica del marxismo es la existente entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. Y la distinción entre ambas ciencias fue establecida por Engels en los siguientes términos: los factores que actúan en los fenómenos naturales no están dotados de conciencia, mientras que los que actúan en los fenómenos sociales sí están dotados de conciencia. La dificultad de los fenómenos sociales estriba justamente en eso: nos topamos con la conciencia. De ahí la importancia que tiene que los sociólogos en general y los marxistas en particular se hagan con una representación científica de la conciencia. A este fin sirven especialmente la psicología soviética representada por Vygotski y Luria, y de forma general una buena parte de la psicología contemporánea. Los marxistas se quedarían asombrados de comprobar cómo ha penetrado el materialismo en la psicología contemporánea, incluso la dialéctica. Dada la naturaleza específica de los fenómenos sociales, que los factores que actúan son agentes dotados de conciencia, es del todo inadecuado emplear las ciencias naturales como patrón de medida para establecer la naturaleza científica o no científica de la teoría marxista en particular y de las teorías sociológicas en general.
Todas las ciencias tienen dos componentes: teoría y experimentación. Y el marxismo no puede ser menos. El marxismo debe entenderse, en parte, como teoría de las leyes de la producción mercantil y de la producción capitalista, y en parte, como teoría de la construcción de la sociedad socialista. De manera que tanto la práctica y experiencia de las sociedades capitalistas como la práctica y la experiencia de las sociedades socialistas, aunque esta última haya sufrido serios reveses, forma parte de la ciencia marxista. Para demostrar la vigencia del pensamiento marxista no hay necesidad de volverse loco. No hay que hacer grandes piruetas mentales. Es una evidencia total que el dinero, la mercancía general, desempeña un papel fundamental en las sociedades modernas. Como es evidente también que el grado de mercantilización al que han llegado dichas sociedades es infinito. Todo se vende como mercancía. De estas realidades tenemos la más absoluta de las certezas. ¿Por qué es útil entonces El Capital de Karl Marx? Porque por medio de esa genial obra teórica podemos saber qué son las mercancías, cómo la mercancía se transforma en dinero, y cómo el dinero se transforma en capital.
Si bien la Lingüística y la Semiótica modernas siguen empeñadas en descubrir la naturaleza del significado y obtener su adecuada representación científica, la economía convencional moderna ha dejado de lado el estudio de la naturaleza del dinero. Hay una razón ideológica que explica esta dejadez: el estudio del dinero nos lleva al estudio del valor, y el estudio del valor nos lleva necesariamente al trabajo, y al llegar aquí todo se torna insoportable para el apologista del capitalismo: que el trabajo humano abstracto sea la sustancia del valor es algo que lo mata. Y lo mata porque la riqueza acumulada por los grandes capitalistas es imposible de explicar sobre la base del trabajo propio, con lo que no quedaría otra opción que explicarlo como apropiación de trabajo ajeno. Esta es la razón de que el dinero, la forma acabada del valor, no sea objeto de estudio central y predilecto de la economía convencional.
¿Es el marxismo una ciencia? (2)
Respuesta a “Aún sobre marxismo y ciencia” de Jordi Soler
Francisco Umpiérrez Sánchez
Con este trabajo respondo a los planteamientos de Jordi Soler Alomá, expuestos en su artículo del 22 de julio de 2004, publicado en Rebelión y titulado Aún sobre marxismo y ciencia. Mi método de exposición será un poco distinto al suyo, pero también lo detallaré por apartados. Como no quiero extenderme demasiado en mi discurso y cansar al lector, sólo responderé a algunas de sus ideas. También hago saber que aunque este tema tiene componentes filosóficos abstractos, intentaré por todos los medios que mis ideas tengan un sentido práctico.
Lo físico y lo social. Según Soler “La ciencia de la naturaleza paradigmática es la física. Una ciencia, por cierto, venerada por Marx,...”. No tengo conocimiento de esa veneración. De todos modos, habrá que saber en qué sentido la veneraba. Lo cierto es que esa idea va en contra de la primera tesis de Marx sobre Feuerbach, como demostraré al final de esta sección. Adentrémonos en el tema. ¿Qué categoría utilizan los filósofos, los psicólogos, los lingüistas y los semiólogos cuando quieren nombrar a los objetos del mundo exterior? La de objeto físico. ¿Por qué? Porque piensan que la Física es la ciencia más fiable y certera para estos menesteres. ¿Deben aceptar los marxistas esta tesis? De ningún modo. ¿Cuál debería ser la categoría más adecuada para nombrar a los objetos del mundo exterior de acuerdo con el marxismo? La de valor de uso. Si llamo objeto físico a esta mesa en la que escribo, sólo la capto en tanto tiene un determinado peso, volumen, forma y color. Sólo la capto según sus propiedades físicas, pero no según sus propiedades sociales. Y en tal caso da lo mismo que sea una mesa o una piedra. No puedo por medio de la física saber por qué una mesa es una mesa. Mientras que si la llamo valor de uso, capto a la mesa como tal mesa, según las siguientes determinaciones: cosa que tiene propiedades naturales, que satisface necesidades humanas y que es obra del trabajo útil. Por lo tanto, al catalogarla como valor de uso, incluyo al hombre en la definición de la mesa. Mientras que si la catalogo como objeto físico, no incluyo al hombre en la definición de la mesa. El concepto de objeto físico aplicado en el ámbito de las ciencias sociales expresa la separación del sujeto respecto del objeto, mientras que el concepto de valor de uso expresa la unidad del objeto y del sujeto, del hombre y de la naturaleza.
Recordemos la primera tesis de Marx sobre Feuerbach: “El defecto fundamental de todo el materialismo anterior –incluyendo el de Feuerbach- es que sólo concibe el objeto, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, como práctica, no de un modo subjetivo”. A la filosofía contemporánea le resulta my difícil explicar cómo la conciencia puede estar cierta del objeto que existe fuera de ella y cómo puede alcanzarlo. La dificultad de estos problemas del conocimiento tiene que ver con el hecho de que los filósofos perciben los objetos del mundo exterior de forma contemplativa y sólo alcanzan a catalogarlos como objetos físicos. Concebir la mesa en la que escribo, como ejemplo de objeto del mundo exterior, de modo práctico, implica concebirla como fruto del trabajo del carpintero y como objeto de uso de su consumidor. Mientras que concebirla como mero objeto físico supone dejar de lado a su productor y a su consumidor, romper los lazos que unen los objetos del mundo exterior con los seres humanos. Por lo tanto, la categoría de objeto físico es expresión del materialismo contemplativo, mientras que la categoría de valor de uso es expresión del materialismo práctico.
Por medio del concepto de valor de uso se puede definir lo que es un rico y lo que es un pobre. Un rico es una persona que tiene las necesidades básicas y las necesidades superiores muy bien satisfechas, mientras que un pobre es una persona que tiene las necesidades básicas mal satisfechas y las necesidades superiores sin satisfacer. Por último, la persona que muere de hambre representa el imperio de la necesidad enajenada de la satisfacción. Nada de esto puede definirse con el concepto de objeto físico. De ahí la importancia de defender la necesidad de que los filósofos, los psicólogos, los lingüistas y los semiólogos denominen valor de uso a los objetos del mundo exterior. Comprenderían que en los fenómenos filosóficos, psicológicos, lingüísticos y semiológicos está presente la contradicción entre ricos y pobres.
Salario y valor de la fuerza de trabajo. Jordi Soler hace el siguiente planteamiento: “Según Marx, el intercambio de fuerza de trabajo por salario es un intercambio de equivalentes. Es decir, el señor capitalista compra en el mercado la mercancía fuerza de trabajo por lo que vale, por su precio de mercado. Si bien es cierto que durante el disfrute de esta mercancía por parte de su propietario se genera más valor que el de la mercancía que ha comprado, eso forma parte del funcionamiento del capitalismo, que es la sociedad en la que vivimos, y es legal y aceptado por ambas partes. Por tanto, en buena ley, el capitalista no tiene que devolverle nada al vendedor de la fuerza de trabajo,...”. En El Capital, de Karl Marx, el salario es presentado como la forma fenoménica del valor de la fuerza de trabajo. No se asusten con la expresión “forma fenoménica”, la aclaro al instante. Si bajo el punto de vista de las relaciones esenciales en el mercado se lleva cabo el intercambio entre el valor de la fuerza de trabajo y una determinada suma de dinero, en la conciencia habitual de los agentes de producción las cosas no ocurren así. Lo que piensa el trabajador, al igual que el capitalista que lo contrata, es que a él le pagan por las horas trabajadas y no el valor de su fuerza de trabajo. En toda hojilla de salario figura el nombre y los apellidos del trabajador, los días trabajados al mes y el dinero a percibir. Supongamos que la jornada laboral sea de 8 horas de trabajo diarias. Esto hace 160 horas de trabajo al mes. Y por trabajar estas 160 horas el empleado recibe 1000 euros. El salario, que es el modo de expresión del valor de la fuerza de trabajo, oculta la división de la jornada laboral en trabajo necesario y plustrabajo, puesto que el trabajador aparece percibiendo el valor de 160 horas de trabajo. Pero en realidad sólo percibe, por ejemplo, 100 horas de trabajo, representando las 60 horas de trabajo restantes la plusvalía. ¿Bajo que formas fenoménicas o modos de expresión encontramos la plusvalía en la contabilidad de una empresa? Bajo las siguientes modalidades: alquiler de la nave, intereses bancarios, impuestos y beneficios. Lo que yo mantengo, siguiendo a Marx, es que hay que decir con voz alta y clara: el alquiler, el interés, los impuestos y los beneficios son frutos del trabajo y pertenecen en propiedad a los trabajadores. Es cierto que en el mercado se intercambian equivalentes, se paga una determinada suma de dinero por el valor de la fuerza de trabajo, pero en la producción, además de crear su salario, el trabajador crea el alquiler, los impuestos, los intereses y los beneficios. Así que reclamar el derecho de propiedad de los trabajadores sobre todas las formas de la plusvalía es de justicia y revolucionario. No creo que sea correcto decir que la apropiación por parte del capitalista de las distintas formas de plusvalía sea aceptada por los trabajadores, como mantiene Soler. Todo lo contrario: la conciencia habitual cree que las distintas formas de la plusvalía son creadas por el capital y no por el trabajo.
Ocultación, inversión y mercancía. Jordi Soler defiende la siguiente idea: “La estructura de la mercancía permanece oculta a muestra percepción porque pertenece al ámbito de las normas a priori, al contexto de lo que de antemano rige y regula nuestro comportamiento cotidiano y forma parte del conjunto de lo consuetudinario, idiosincrásico e ideológico”. Creo que esto es un paso hacia el idealismo. Todos tenemos la experiencia de ver al Sol salir por el este y ponerse por el oeste. En esta experiencia la Tierra aparece como un cuerpo inmóvil, y el Sol como un cuerpo que realiza un movimiento de traslación. Sin embargo, las cosas son en esencia distintas a como se manifiestan a nuestra percepción: Es la Tierra la que al realizar un movimiento de rotación sobre sí misma genera la apariencia de que es el Sol quien se mueve. En este sencillo fenómeno físico no sólo se ocultan las propiedades esenciales, sino que también se invierten: el Sol que es el cuerpo relativamente inmóvil, aparece moviéndose; y la Tierra que es el cuerpo que se mueve, aparece inmóvil. Lo que en el Sol se presenta como un movimiento de traslación, en la Tierra es un movimiento de rotación. Y esto ocurre de la manera descrita y no por normas a priori. Igual ocurre en el mundo de las mercancías. Hay hechos prácticos, y no normas a priori, que explican cómo parte del nuevo valor creado (el alquiler, el interés, los impuestos y el beneficio) aparece como fruto del capital y no como fruto del trabajo. El Capital de Karl Marx sirve, entre otros menesteres, para este fin: para el estudio de las formas de ocultación e inversión de las propiedades sociales esenciales.
Para rematar esta idea escuchemos a Marx en su investigación sobre la transformación del valor o del precio de la fuerza de trabajo en salario: “En la expresión “valor del trabajo” no sólo se ha borrado por completo el concepto de valor sino que se ha convertido en su contrario. Es una expresión imaginaria, como, por ejemplo, el valor de la tierra. Estas expresiones imaginarias provienen, sin embargo, de las propias relaciones de producción. Son categorías de las formas fenoménicas de relaciones esenciales. Es bien sabido en todas las ciencias, salvo en la economía política, que las cosas se presentan a menudo invertidas en su apariencia”. Así y todo, aunque sea una expresión imaginaria, todo el mundo la usa y así entiende el salario: como precio del trabajo. Y en esta conciencia habitual de los agentes de producción de ningún modo surge la necesidad de emplear el concepto de valor de la fuerza de trabajo. Para que esta conciencia habitual cambiara y dominara la conciencia teórico marxista, sería necesario que los principales líderes de los trabajadores dominaran la mencionada investigación de El Capital y la hicieran extensiva a las capas más despiertas de la población, esta es, ”La transformación del valor de la fuerza de trabajo en salario”.
Respuestas a “Ahora bien...”
¿Es el marxismo una ciencia? (3)
Objeto físico o valor de uso. Los filósofos tienen la necesidad de catalogar de algún modo los objetos del mundo exterior. La mayoría de ellos creen que “objeto físico” es el nombre más adecuado, por ser la Física supuestamente la ciencia más certera y fiable. Yo, por el contrario, y apoyándome en Marx, creo que la categoría de valor de uso es más adecuada que la de objeto físico. Puesto que al catalogar como objeto físico a los objetos del mundo exterior no incluyo al hombre en la definición, mientras que al catalogarlo como valor de uso sí lo incluyo. A este respecto Jordi Soler, en su trabajo “Ahora bien...”, me formula la siguiente objeción: “...si, tal y como propone Umpiérrez, hemos de considerar todos los objetos del mundo exterior como valores de uso, nos podemos topar con algún que otro inconveniente. Por ejemplo: ¿en qué sentido un astrónomo estudiará una galaxia como valor de uso? ¿Serán, para un neurólogo, las células nerviosas, las sinapsis y los neurotransmisores valores de uso? Los procesos psíquicos ¿son valores de uso? La sociedad ¿es un valor de uso? Claro que, si sólo estudiamos mesas, sillas y bolígrafos, habremos de tener en cuenta forzosamente este aspecto suyo, pero el micro y macro cosmos son muy vastos y poblados por seres que escapan a esa adjetivación”.
Ya que Jordi Soler es tan dado a las citas de El Capital, método que comparto con él, le transcribo una contenida en las primeras páginas de dicha obra: “Un objeto puede ser valor de uso sin ser valor. Este es el caso cuando su utilidad para el hombre no se obtiene mediante el trabajo. Así ocurre, por ejemplo, con el aire, el suelo virgen, las praderas naturales, la leña silvestre, etcétera”. Por lo tanto, el Sol, que es objeto de estudio del astrónomo y no es producto del trabajo, es un valor de uso, sin el cual la vida del hombre sería imposible. El Sol es una cosa que por sus propiedades satisfacen unas determinadas necesidades humanas, que es una de las dos definiciones que da Marx del valor de uso. También las células nerviosas y los neurotransmisores, si son utilizados con algún fin médico, son valores de uso. De modo general, concebido en forma abstracta, podríamos afirmar que los procesos psíquicos no son valores de uso. Pero si observamos que es en el lenguaje donde se objetivan los procesos psíquicos superiores, debemos aceptar que los procesos psíquicos, en tanto lenguaje, son valores de uso. El lenguaje es una cosa que por sus propiedades satisface las necesidades de comunicación entre los hombres. Y cuando Jordi Soler pregunta si la sociedad es un valor de uso, el objeto de esa pregunta necesita ser despiezada para dar una respuesta afirmativa.
Si hablamos de sociedad debemos incluir al hombre. Y si incluimos al hombre hemos de incluir la satisfacción de sus necesidades. Y si incluimos la satisfacción de las necesidades, debemos incluir la producción de los medios que satisfacen esas necesidades. Por lo tanto, la definición de sociedad debe incluir la producción y consumo de los valores de uso. Por último, no es como dice Jordi Soler que sólo tenemos en cuenta el aspecto de valor de uso de los objetos del mundo exterior cuando estudiamos mesas, sillas y bolígrafos. También son valores de uso los alimentos, las máquinas, las carreteras, los edificios, las armas de guerra, los telescopios, todo lo que se contabiliza como producto interior bruto, y todas las fuerzas naturales que el hombre usa en su provecho. Y esto no es poca cosa. Y el hecho de que no podamos adjetivar como valores de uso las galaxias lejanas, no debemos preocuparnos, pues de ello no depende la liberación de los trabajadores ni la transformación del capitalismo en socialismo. Pero hay que pensar en una cosa: el hecho de que tengamos constancia de la existencia de esas galaxias tan lejanas se debe a los telescopios. Y los telescopios son valores de uso. De manera que si bien el objeto inmediato de estudio del astrónomo no es un valor de uso, sí lo es el medio que emplea para tener acceso a aquél.
La relación económica entre capitalista y trabajador. El problema que nos traemos entre manos Jordi Soler y yo es el siguiente. Soler plantea que el intercambio de dinero y fuerza de trabajo es un intercambio de equivalentes, hecho que yo no niego. Pero yo defiendo que los trabajadores deben reclamar su derecho de propiedad sobre el plusvalor, hecho que Soler no acepta. Para defender su postura Soler hace uso de una cita de Marx cuyo contenido final es el siguiente: “El proceso de trabajo es un proceso entre cosas que el capitalista ha comprado, entre cosas que le pertenecen. Por eso el producto de ese proceso le pertenece exactamente igual que el producto del proceso de fermentación que discurre en su bodega”. Y sobre la base del contenido de esa cita Soler afirma que están claras las siguientes dos cuestiones: una, el intercambio de dinero por fuerza de trabajo es un intercambio de equivalentes, y dos, durante el proceso de trabajo tanto la fuerza de trabajo como todo lo que ésta produce son propiedad del capitalista. Aquí va mi respuesta: si bajo el punto de vista del proceso de trabajo es cierto que el producto pertenece al capitalista, bajo el punto de vista del proceso de valorización el producto contiene una parte del valor que no pertenece al capitalista. Pero entremos en detalle para aclarar esta cuestión.
El capitalista invierte una suma de dinero en comprar medios de producción y fuerza de trabajo, con ellos produce una mercancía, y con su venta obtiene más dinero del que invirtió. Al inicio del proceso tenía un millón de euros y al final tiene un millón doscientos mil euros. La pregunta que debemos hacernos ahora es la siguiente: ¿de dónde surgieron los doscientos mil euros? La economía vulgar responde que proviene del mercado y que es fruto de las habilidades del capitalista, que sabe comprar barato y vender caro. Marx, por el contrario, mantiene que el plusvalor de doscientos mil euros no proviene del mercado, pues tanto en la compra de los factores de producción como en la venta de la mercancía producida se produce un intercambio de valores iguales. A su juicio el cambio de valor que experimenta el capital proviene de la producción, pero no del capital constante, capital invertido en medios de producción, sino del capital variable, capital invertido en fuerza de trabajo. ¿Pero cómo es posible que el capital invertido en salarios varíe su valor? Porque el capitalista hace trabajar al obrero más allá del tiempo de trabajo necesario, esto es, más allá del tiempo de trabajo necesario para producir en mercancías el equivalente del salario que percibe. Marx distingue entre creación de valor y valorización.
Si el tiempo de trabajo sólo dura hasta producir el equivalente del salario, hablaremos de creación de valor; pero si dura más allá del tiempo de trabajo necesario, hablaremos de valorización. Es cierto que el valor de uso de la fuerza de trabajo pertenece al capitalista y todo lo que produzca con ella le pertenece igualmente. Pero la fuerza de trabajo se vende por un tiempo determinado y debe ser devuelta al término de dicha duración temporal a su propietario: el trabajador. El origen del plusvalor está en que el capitalista hace trabajar al obrero más allá del tiempo de trabajo necesario. Y si el plusvalor es plustrabajo, entonces el plusvalor pertenece al obrero aunque se lo apropie el capitalista. Por lo tanto, bajo el punto de vista del proceso de trabajo el producto pertenece al capitalista, pero bajo el punto de vista de la valorización hay una parte del producto que crea el trabajador y se la apropia el capitalista. Por lo tanto, el trabajador tiene todo el derecho a reclamar su propiedad sobre el plusvalor.
Valor y forma del valor. Para responder a esta cuestión tengo que reproducir casi por entero el argumento de Soler. “Las mercancías se relacionan unas con otras a través de su valor, que es una propiedad social suya. La prueba de que se trata de una propiedad social es que, para que exista valor, hace falta más de una persona. Robinsón Crussoe no podía producir valor, no podía intercambiar cosas consigo mismo. Hasta tal punto el valor se ha independizado de su objeto portador que lo podemos “transportar” en tarjetas de crédito. Cuando compramos, en realidad, estamos intercambiando mercancías; estamos equiparando las mercancías que actúa como equivalente general (dinero) con otras mercancías. De todo eso ni somos conscientes ni generalmente tenemos noticia: no lo sabemos, pero lo hacemos, comportándonos como si lo supiéramos, de otro modo el dinero no tendría “ningún valor”. El funcionamiento de este sistema exige no sólo una estructura subjetiva dada de antemano (o a priori) sino que también requiere un marco intersubjetivo, idiosincrásico y consuetudinario, que es, básicamente, la ideología (base de la economía)”. Aquí va mi respuesta: cuando Marx se pregunta de dónde proviene el carácter místico de la mercancía, responde que no proviene del contenido de las determinaciones del valor sino de la forma del valor. Debemos distinguir, por lo tanto, dos cosas: el contenido de las determinaciones del valor y la forma del valor.
Las determinaciones del valor son dos: una, aunque los trabajos útiles sean muy diferentes entre sí, es una verdad fisiológica que son funciones del organismo humano y que cada una de esas funciones es esencialmente gasto de cerebro, músculos, nervios, etcétera. Y dos: es una evidencia total que la cantidad de trabajo es distinta de su calidad, y que en todas las situaciones tuvo que interesarles a los hombres el tiempo de trabajo que les cuesta producir los medios de subsistencia. Por lo tanto, bajo el punto de vista del contenido de las determinaciones del valor, Robinsón Crussoe producía valor: por un lado, porque los distintos trabajo que hacía eran gasto de nervios, músculos y cerebro, y por otro lado, porque cada uno de los trabajos que realizaba tenía una duración determinada. En lo que se refiere al hecho de que para que el sistema mercantil funcione es necesario una estructura subjetiva dada de antemano y un marco intersubjetivo que es la ideología, respondo de la siguiente forma. ¿De donde proviene el carácter místico de la mercancía? De la forma de valor. ¿Y en qué consiste esa forma? Una, la igualdad de los trabajos humanos recibe la forma de la igualdad de las mercancías en cuanto valores, dos, la medida del gasto de fuerza de trabajo recibe la forma de magnitud de valor de los productos del trabajo, y tres, la relación social de los productores recibe la forma de relación social de los productos del trabajo. A este respecto añade, Marx, lo siguiente: “No es que los hombres sepan que sus productos son envolturas de trabajo idéntico y que por esa razón los relacionan entre sí como valores. Al contrario, al equiparar los productos del trabajo entre sí como valores, equiparan sus trabajos. No lo saben, pero lo hacen”. Por lo tanto, si lo hacen pero no lo saben, no debemos suponer que para que el intercambio de mercancías y la circulación de las mismas por medio del dinero se den, sea necesario la existencia de un a priori subjetivo ni de la ideología como condición intersubjetiva. El dinero como el lenguaje es un producto social, pero su existencia así como su uso no supone que sus creadores y usuarios conozcan su esencia. De hecho, el secreto de las mercancías, cuya existencia y uso se remonta a más de dos mil años atrás, fue descubierto por Marx en el siglo XIX.
Aunque en el ámbito de los propios marxistas estos debates, sobre todo en esta tercera parte, parecen muy abstractos y carecer de utilidad en la lucha contra el capitalismo; si se enmarcara en el ámbito de la economía convencional, se vería su utilidad. La principal crítica que los economistas convencionales dirigen a Marx es que el valor es un ente metafísico, imperceptible, no observable. Pero esto no es cierto, puesto que el gasto de fuerza de trabajo y la duración del trabajo son dos determinaciones del valor que son totalmente observables. Lo que resulta muy complicado de estudiar y de entender es la forma del valor. Pero decir que es complicado de estudiar y difícil de entender la forma del valor, no implica que el valor sea un ente metafísico.
¿Es el marxismo una ciencia? (4)
Plusvalor y propiedad. Ante el temor de que el debate que mantengo con Jordi Soler se vicie y canse al lector, lo renovaré con nuevas ideas que espero sean útiles para la defensa del socialismo. En su último trabajo Jordi Soler supone ideas que de ningún modo se encuentran en mis teorizaciones, cuando me compara con Lasalle o cuando afirma que yo confundo el trabajo con la fuerza de trabajo. No respondo a estas cuestiones porque supondría alejarnos de aspectos más cruciales de nuestro debate. No obstante, quisiera hacer un pequeño comentario sobre la cuestión principal que nos diferencia. Yo defiendo el derecho de los trabajadores a reclamar la propiedad sobre la plusvalía e incluso sobre la plusvalía capitalizada. Quien haya leído El Capital sabrá que todas las empresas al cabo de un número determinado de años representan plusvalía capitalizada, esto es, representan trabajo ajeno apropiado por el capitalista. De ahí que sea legítimo expropiar a los capitalistas de sus bienes empresariales y pasarlos a manos de los trabajadores, a manos de sus originarios propietarios. Por el contrario, Soler defiende que la plusvalía pertenece al capitalista. Creo que Soler no diferencia con claridad dos cosas: una, la plusvalía es creada por el trabajador, y dos, el capitalista se la apropia. Si el capitalismo es un sistema que permite a unos hombres apropiarse de trabajo ajeno, y de acuerdo con dicho sistema les pertenece, no se sigue de ello que sean sus legítimos propietarios. Sus legítimos propietarios son los trabajadores, sus creadores, y hacen bien, por lo tanto, en reclamar el derecho de propiedad sobre todas las formas de plusvalía. En el plano de la lucha de ideas se trata, por ejemplo, de lo siguiente: cuando los capitalistas se quejan de que pagan muchos impuestos, de que una parte de sus rentas es sacrificada en aras del bien común, hay que recordarles que esos impuestos son plustrabajo.
Mercancía y capital. El socialismo soviético confundió la forma mercantil de la riqueza con su forma de capital. Así que la lucha contra la forma de capital de la riqueza se convirtió en la lucha contra su forma de mercancía. Aunque Stalin hablara de que había que respetar la ley del valor y así lo repitió Mao Zedong, en una economía donde no hay mercado es imposible que la ley del valor se manifieste. Una de las características de la economía soviética era que se habían suspendido las relaciones mercantiles monetarias. Y si se suspenden esas relaciones, es imposible que la ley del valor se manifieste. Y si a la ley del valor no se le permite manifestarse, es evidente que no se respeta. El camino seguido por las reformas económicas chinas iniciadas en 1978 tenía como objetivo crear un mercado socialista, demostrar que el socialismo también sabía aprovechar el mercado como mecanismo económico para el desarrollo de las fuerzas productivas. Creo que ese objetivo se ha logrado y con notable éxito.
La experiencia del socialismo mundial durante los primeros setenta años ha demostrado que el mercado es un mecanismo económico superior al plan para desarrollar la economía. La naturaleza capitalista o socialista de una sociedad se determina atendiendo a su propiedad: si las empresas están en manos privadas, tendremos una sociedad capitalista; pero si están en manos públicas, en manos del obrero colectivo y del Estado, entonces tendremos una sociedad socialista. Mientras que para determinar si una sociedad es de economía planificada o de economía mercantil, debemos atender a los siguientes factores. En una economía planificada la autoridad estatal central le dicta a cada empresa a quién debe comprar, qué debe comprar y el precio que ha de pagar; lo que ha de producir, a quién debe vender y el precio al que debe vender; y la obliga a entregarle toda la ganancia. Es evidente que en una economía así los trabajadores no se sientan dueños de la empresa, puesto que nada pueden decidir por sí mismos. Mientras que en una economía mercantil es la empresa quien decide qué comprar, a quién comprar y el precio que está dispuesta a pagar; el producto a elaborar, a quién vendérselo y el precio de venta; y una parte de la ganancia queda en sus manos. Y todas estas operaciones pueden ser realizadas por una empresa de propiedad colectiva. De manera que nada hay de raro en la noción de mercado socialista: sencillamente se trata de que los distintos colectivos de trabajadores propietarios de las empresas las gestionen de forma autónoma y sean responsables de sus propias pérdidas y ganancias.
Los capitalistas y sus apologistas son los más interesados en demostrar que el mercado es capitalismo, que no puede existir una economía mercantil que no sea capitalista, que si se quiere un mercado en toda regla es imprescindible la participación de los capitalistas. Esta concepción dominó en el camino hacia la extinción del socialismo soviético: la creación del mercado fue pareja a la transformación de la propiedad pública de la mayor parte de las empresas del Estado en propiedad privada. En la extinta URSS la victoria del capitalismo sobre el socialismo, de la propiedad privada sobre la pública, se presentó como creación del mercado libre. Pero la experiencia de los últimos veinte años de la economía china demuestra que puede haber una sociedad socialista de mercado, una sociedad que utiliza el mecanismo del mercado para producir su riqueza y donde el noventa por ciento de las empresas sean de propiedad estatal y de propiedad colectiva. Así que la economía mercantil no tiene que ser necesariamente una economía capitalista.
Economía planificada y economía individual. Es cierto que la economía individual es todo lo contrario de la economía colectiva, pero en una sociedad socialista la gente no podría vivir satisfactoriamente si no existiera economía individual. Imagínese, atento lector, que usted vive en una sociedad de economía altamente planificada. Usted necesita un fontanero o un electricista, no los encontrará; necesita comprar en un bazar o cenar en un restaurante, no los encontrará. Usted tiene un pequeño terreno donde le gustaría cultivar algunos productos de la tierra y criar ganado con el propósito de venderlos, no puede hacerlo. Imagínese lector cómo se animaría la economía de esa sociedad en la que usted vive si estuvieran permitidas las libertades mercantiles para la economía individual. Es cierto que estas personas que pertenecen a la economía individual percibirían ingresos superiores a los del obrero medio, pero éste tendría mejor satisfechas sus necesidades de servicios elementales así como sus necesidades de productos del campo.
Empresario y capitalista. En la ideología dominante el concepto de empresario y el concepto de capitalista se igualan. De hecho, por ejemplo, Jordi Soler habla que ‘empresario’ es el modo eufemístico de denominar al capitalista. Aclaremos, pues, esta diferencia. En la pequeña empresa el empresario y el propietario son la misma persona. De ahí que en ese ámbito sea relativamente normal confundir ambos conceptos. Pero en las grandes empresas la función de empresario y la función de propietario recaen en personas distintas. La función de empresario es una función del trabajo: es la persona encargada de gestionar la empresa y de explotar eficazmente la fuerza de trabajo de la que dispone. Por dicha función la persona en cuestión recibe un salario, más alto que el que recibe el obrero medio. Mientras que la función de capitalista es una función de propiedad: son las personas propietarias de las empresas que perciben anualmente sus correspondientes dividendos. Es cierto que los gestores de las grandes empresas son a su vez propietarios de una parte de las acciones de la misma. De este modo se logra que el gestor ponga el máximo interés en que la empresa obtenga beneficios. Imaginemos por unos instantes que todas las empresas de propiedad privada existentes en España pasan a ser propiedad de los trabajadores.
Surge una pregunta: ¿están los trabajadores capacitados para gestionar las empresas de las que son recientemente propietarios? No y mil veces no. ¿Qué hacer entonces? Contratar a los capitalistas más experimentados en calidad de gestores durante un plazo determinado, ofrecerles incluso un buen sueldo y derechos sobre una parte de los beneficios anuales. Lo que deberían hacer los obreros más avanzados, dotados de una clara conciencia socialista, es aprender de esos ex capitalistas para que en el plazo más breve posible los sustituyeran al frente de las empresas. El paso de una economía capitalista a una economía socialista es un periodo de transición, donde concurren los elementos nuevos con los elementos viejos, y la presencia de los antiguos capitalistas como gestores de las empresas socialistas es uno de esos elementos de transición. Por lo tanto, la izquierda radical debe distinguir con claridad la función del empresario de la función del capitalista, declarar que nada tiene contra la función de empresario ni con el hecho de que las personas que realizan esa función perciban un salario superior a la media. También deben declarar que nada tienen contra los beneficios, que lo normal y deseable es que las empresas tengan beneficios, pero que sí están en contra de que esos beneficios no estén en manos de sus creadores, de los trabajadores, incluido el trabajador que trabaja como empresario.
12 de septiembre de 2004.
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