“Prescindamos de cualquier error de cálculo en el precio, puramente subjetivo, por parte del poseedor de mercancías, error que se corrige inmediatamente en el mercado de una manera objetiva”. El Capital, Karl Marx.
Todavía hay mucha gente de la izquierda radical que sigue confundiendo la forma mercantil de la riqueza con la forma de capital. Pero la cosa no queda ahí, hay personalidades de dicha izquierda, como es el caso de Pedro Prieto, que a quienes defendemos el socialismo de mercado nos dicen de lo último. A mí en concreto el señor Prieto, que publicó en Rebelión un artículo crítico contra mis ideas titulado “El doble salto de una crítica insustancial”, me dice que soy un pseudomarxista, un Chicago boy, un adorador de mercado, y me aconseja que al Centro de Estudios Karl Marx, del cual soy director, le quite el nombre de Marx. Pero también arremete contra las masas: habla, por ejemplo, de “los malditos chinos” y de que hay “quinientos millones de febriles y descerebrados consumidores”. Este estilo es propio de los sectarios, que creen que tienen la verdad en las manos y desprecian a todos los que no piensan ni sienten como ellos. Desprecian a las personalidades independientes y desprecian a las masas. Son unos subidos, unos altaneros, que creen estar libres de la enajenación y en posesión de ideas puras. Pero la verdad es que son ciegos y, en consecuencia, sus acciones provocan mucho daño a los intereses de la izquierda radical. Si el movimiento de la izquierda radical se deja en manos de los sectarios, jamás escapará del aislamiento y de la marginalidad en la que se encuentra en la actualidad.
Marx, en la sección dedicada al dinero como medio de circulación, nos habla de un tejedor que cambia 20 varas de tela por 2 libras esterlinas, y que después con estas 2 libras esterlinas compra una Biblia. Este proceso puede representarse mediante la fórmula: mercancía - dinero - mercancía (M-D-M), donde la primera M son las 20 varas de tela, D son las 2 libras esterlinas, y M la Biblia. Este proceso se divide en dos fases: M-D o venta de las 20 varas de tela, y D-M o compra de la Biblia. Con respecto a la primera fase de este proceso, M-D, Marx dice lo siguiente: “el salto del valor de la mercancía desde el cuerpo de ésta al cuerpo en oro es, como ya digo en otro sitio, el salto mortal de la mercancía”. Pedro Prieto cree que la clave de esta cita está en el oro, cuando la clave está en la forma de dinero del oro. Lo que Marx analiza en esta sección son los cambios de formas del valor. Supongamos que las 20 varas de tela representan 8 horas de trabajo social medio. Pues bien, el tejedor tiene ese determinado valor, 20 horas de trabajo social medio, primero en forma de 20 varas de tela, después en forma de 2 libras esterlinas, y por último, en forma de Biblia. Podemos expresarlo también así: el valor salta desde el cuerpo de la tela al cuerpo del oro (las 2 libras esterlinas), y de éste a la Biblia. El valor es siempre el mismo, 8 horas de trabajo social medio, mientras que los cuerpos en los que existen son distintos: 20 varas de tela, 2 libras esterlinas de oro y 1 Biblia.
Se trata de saber por qué Marx llama a la primera metamorfosis de la mercancía, M-D, el salto mortal de la mercancía y de qué depende que este salto sea exitoso. Y esto es lo que haré a continuación, exponer lo que dijo Marx al respecto, para que Pedro Prieto vea que la cita que yo empleé en el trabajo anterior no está fuera de contexto, mientras que él, a mi juicio, está fuera de órbita.
Unilateralidad y multilateralidad en la división social del trabajo. La división social del trabajo hace que el trabajo del tejedor sea tan unilateral como multilaterales sus necesidades. Por eso su producto no le sirve más que como valor de cambio. No obstante, no le sirve como equivalente general: con las 20 varas de tela no puede comprar todo lo que necesita. Previamente tiene que transformar su mercancía en dinero, la forma general de equivalente socialmente válida, y después comprar lo que necesita. Pero el dinero se encuentra en los bolsillos ajenos. Para sacarlo la mercancía (las 20 varas de tela) tiene que ser valor de uso para el poseedor de dinero, o sea, el trabajo gastado en ella tiene que haberse gastado de una forma socialmente útil, esto es, haberse confirmado como un eslabón de la división social del trabajo.
Confirmación como eslabón de la división social del trabajo y necesidad social. Tal vez la mercancía que se lleva al mercado sea producto de un nuevo trabajo que quiera satisfacer una necesidad recién surgida o quiera crear una necesidad nueva. Pero puede suceder que el mercado no esté maduro para esa nueva oferta, que la necesidad recién surgida no sea firme o que la nueva necesidad que se pretende crear no prenda en los consumidores. Si fuera este el caso, entonces el trabajo que ha creado esa mercancía no se confirmaría como eslabón de la división social del trabajo y, por tanto, no sería socialmente necesario. También puede suceder que la mercancía A que habitualmente satisface una determinada necesidad sea desplazada por una mercancía B que la satisface de mejor manera. En tal caso el trabajo que produce la mercancía A dejaría de ser un eslabón de la división social del trabajo y, por lo tanto, no sería socialmente necesario. Supongamos, por último, que el trabajo que crea la mercancía A se ha confirmado como eslabón de la división social del trabajo. No obstante, esto no asegura el valor de uso de la mercancía A. ¿Por qué? Si la necesidad social de la mercancía A, que tiene sus límites como todo, viene satisfecha por productores rivales, el trabajo que produjo la mercancía A resulta superfluo, inútil. En suma, en estos tres casos el salto mortal del valor de la mercancía desde su propio cuerpo al cuerpo del dinero no se produce, y con ello, como dice Marx, no es la mercancía la que se estrella sino su poseedor.
La mercancía se confirma como valor de uso y atrae dinero. Supongamos que el valor de uso de las 20 varas de tela se mantiene y atrae dinero. Nos preguntaremos entonces: ¿cuánto dinero? La respuesta viene anticipada en el precio, en el exponente de la magnitud de valor. Debemos prescindir de cualquier error de cálculo por parte del poseedor de la mercancía a la hora de determinar el precio. Pero en caso de que se produjera dicho error, el mercado lo corregiría al momento de forma objetiva. Se parte del supuesto de que en la elaboración de las 20 varas de tela se haya gastado el promedio socialmente necesario de tiempo de trabajo. Pero puede suceder que las condiciones técnicas de producción cambien y lo que hoy es tiempo de trabajo socialmente necesario deje de serlo mañana. Hoy 20 varas de tela representan 8 horas de trabajo social medio, pero mañana, con el cambio en las fuerzas productivas del trabajo, sólo representan 4 horas de trabajo. En tal caso, el trabajo que creó las 20 varas de tela bajo las condiciones de producción atrasadas no es socialmente necesario.
Como habrá visto el lector, sólo si la mercancía atrae dinero, sólo si la mercancía se transforma en dinero, se demuestra que el trabajo social gastado en ella es necesario. Y la posibilidad de que esta transformación se produzca depende de muchas variables: que sea valor de uso para el poseedor del dinero, que su espacio en el mercado no venga ocupado por vendedores rivales, y que su mercancía contenga el tiempo de trabajo socialmente necesario. Y aquí no hay apología del mercado, sino la constatación de que los valores, que son creados en la producción, se realizan en el mercado.
Sólo me resta valorar de modo crítico dos de las ideas de Pedro Prieto, para que el lector calibre su forma de pensar. En mi mensaje anterior yo hablaba de que en las economías planificadas las mercancías circulan con lentitud y que el tiempo es oro. Esto del oro debió sonarle tan burgués a Pedro Prieto que me apostilló del siguiente modo: “el tiempo es sencillamente tiempo. En economía liberal podrá ser oro, pero en una economía marxista el tiempo es la cuarta dimensión, una variable más del mundo físico en que vivimos. Punto”. Esto que afirma Pedro Prieto es fruto del sectarismo; puesto que lo que diré a continuación como réplica a sus afirmaciones, él mismo lo defiende. Pero en su lucha ciega conmigo no lo ha visto. Para los marxistas la ley del valor de Marx es un conocimiento imprescindible y el arma principal para luchar contra el capital. Así entre marxistas es habitual decir que el valor de las mercancías es la cantidad de trabajo social medio cristalizada en ella. También saben los marxistas que la cantidad de trabajo se mide en unidades de tiempo, y así hablan del tiempo de trabajo socialmente necesario. También todo el mundo sabe que el salario se establece en función de una jornada labora medida en horas de trabajo, que los trabajadores quieren reducir la jornada laboral y los capitalistas aumentarla o conservarla, como también quieren los trabajadores que el tiempo que trabajan para sí mismo, los salarios, sea mayor que el tiempo que trabajan para otros, la plusvalía. Por lo tanto, para los marxistas el tiempo es un concepto económico fundamental. Y de modo práctico, ¿quién no sabe que el tiempo es oro? Todo el mundo lo sabe, menos Pedro Prieto. Decir, por lo tanto, como dice Pedro Prieto, que en la economía socialista el tiempo es la cuarta dimensión, que es una pura variable física, sólo puede significar que es el propio Prieto quien está en la cuarta dimensión, pues es un saber de la gente sencilla y de la economía más elemental que el tiempo es oro.
La segunda idea de Pedro Prieto que voy a someter a crítica es la siguiente: “La gente lleva al mercado cosas no para atraer dinero, sino para intercambiar bienes y servicios. Esa es la función principal. La atracción por el dinero es algo ajeno al mercado; tiene que ver más bien con el ansia de acumulación capitalista”. Esto es otra prueba de hasta qué punto el sectarismo provoca ceguera, puesto que hasta lo más evidente, lo que nadie discute, Pedro Prieto no lo ve. Al mercado no se puede ir con las manos vacías: o sea va con mercancía o se va con dinero. El que va con mercancía actúa como vendedor, y el que va con dinero actúa como comprador. El vendedor quiere dinero y el comprador mercancías. Así que la atracción por el dinero es una condición esencial del mercado, y la mercancía que no atrae dinero estrella a su poseedor. También el obrero cuando vende su fuerza de trabajo quiere a cambio dinero; y si no atrae dinero, quedará condenado al paro y a la miseria.
20 de junio de 2005.
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