Una mujer se aproxima a su casa en una ciudad
nórdica asolada por la nieve. En los
aledaños del edificio donde vivía vio una aglomeración de personas y una
ambulancia. Aceleró el paso preocupada. Sobre la acera vio un niño de siete
años boca abajo. Lo conocía. Era el hijo de su vecina. Corrió con la cara
desencajada hacia él. Observó un pequeño charco de sangre bajo la cabeza del
niño. Los enfermeros le dijeron que se cayó de la azotea. De forma apresurada
subió las escaleras. Cuando llegó arriba observó una línea de huellas de niño
que terminaban en el muro. Dos policías con aire sosegado y rutinario tomaban
notas. La mujer les preguntó: ¿de quién huía? Los policías encogiéndose de
hombros y sin dar crédito a lo que decía respondieron: “estaba jugando y se
cayó. Caso cerrado”. La mujer gritó: ¡No! El niño fue asesinado.
El dilema semiótico planteado aquí es el siguiente: ¿el
niño fue víctima de un accidente o de un asesinato? El dilema estaría resuelto
si hubiera habido testigos. Las huellas eran las de un niño y sin duda del niño
que apareció muerto en la acera. De esto nadie dudaba. Si no, no se podría
explicar la muerte del niño. Pero ¿por qué la mujer decía que el niño había
sido asesinado? La mujer era de Groenlandia y era una experta en nieve y todo
lo que tuviera que ver con el sentido de la nieve. Conjeturó observando las
pisadas del niño que iba corriendo. Las huellas que se dejan en la nieve si vas
corriendo son distintas a si vas caminando. Además, ningún niño juega así:
corriendo en línea recta hacia el muro. El trazo lineal de las huellas y el
hecho de que estas indicaran aceleración, le hizo concluir a la mujer que el
niño huía de alguien, de alguien al que temía. Había otra razón de fondo que
hacía que la mujer pensara de este modo: ella conocía al niño y, en
consecuencia, no era propio de él comportarse de este modo tan raro: subir por
las escaleras, correr hacia el muro y precipitarse al vacío.
El proceso semiótico se divide en dos fases
temporales: la primera, cuando ocurre el asesinato, donde sólo están presentes
el asesino y la víctima, y la segunda, cuando están presentes el niño muerto,
las huellas del niño, y los observadores. La tarea semiótica estriba en llegar
de los datos presentes al valor referencial no presente: el asesino. Ya se da
un paso decisivo si se reconoce que hubo un asesinato. Si ese reconocimiento se
produce, entrarán en juego una nueva serie de datos que vincularán a la víctima
con su asesino. Pero nosotros no vamos a tener en cuenta los nuevos datos, sino
el proceso semiótico que va del asesinato al reconocimiento del asesinato por
la mujer.
Debemos concebir los procesos semióticos como
procesos concretos donde participan distintos factores y con variadas funciones.
También debemos concebirlos como procesos temporales. Y, por último, siempre debemos
tener en cuenta el rasgo esencial de la significación humana: la constitución
de la conexión referencial entre referentes que están presentes con referentes
que no están presentes. Las limitaciones del lenguaje animal hacen que el
lenguaje sea un lenguaje del presente y de lo que está presente. Lo que está
presente puede estar lejano, pero por medio de la producción de una
configuración sonora se hace presente. Mientras que la característica del
lenguaje humano consiste en la superación del presente: traer el pasado al
presente. Lógicamente este traer el pasado al presente no es un acto arbitrario
o voluntarioso: el pasado deja su huella en el presente. El niño muerto y sus
huellas sobre la nieve son signos que hacen que el pasado esté en el presente.
Las huellas sobre la nieve tienen dos valores
semióticos: uno identificativo, son las huellas del niño que está muerto sobre
la acera, y el otro significativo, son
las huellas de un niño que iba huyendo de alguien al que temía. Este valor
significativo pertenece a las huellas, son referencias producidas por el niño
en el pasado, no es un valor atribuido a la huella por la mujer. El valor
significativo de la huella es un valor causal no un valor atributivo. No viene
determinado por el observado ni por el intérprete, sino por el objeto referido.
Es el objeto referido quien genera o produce la referencia.
(Aquí lo dejo. No tengo tiempo para seguir
indagando. Tengo otras preocupaciones teóricas que reclaman mi atención. Pero no
quería dejar pasar esta ocasión. Vi esta película, de la que he extraído este
pequeño apunte, en la televisión. Y si no la fijo, se pierde. Así que lo dejo
preparada para otra ocasión.)
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