domingo, 24 de junio de 2012

Huellas de niño sobre la nieve

Una mujer se aproxima a su casa en una ciudad nórdica  asolada por la nieve. En los aledaños del edificio donde vivía vio una aglomeración de personas y una ambulancia. Aceleró el paso preocupada. Sobre la acera vio un niño de siete años boca abajo. Lo conocía. Era el hijo de su vecina. Corrió con la cara desencajada hacia él. Observó un pequeño charco de sangre bajo la cabeza del niño. Los enfermeros le dijeron que se cayó de la azotea. De forma apresurada subió las escaleras. Cuando llegó arriba observó una línea de huellas de niño que terminaban en el muro. Dos policías con aire sosegado y rutinario tomaban notas. La mujer les preguntó: ¿de quién huía? Los policías encogiéndose de hombros y sin dar crédito a lo que decía respondieron: “estaba jugando y se cayó. Caso cerrado”. La mujer gritó: ¡No! El niño fue asesinado.

El dilema semiótico planteado aquí es el siguiente: ¿el niño fue víctima de un accidente o de un asesinato? El dilema estaría resuelto si hubiera habido testigos. Las huellas eran las de un niño y sin duda del niño que apareció muerto en la acera. De esto nadie dudaba. Si no, no se podría explicar la muerte del niño. Pero ¿por qué la mujer decía que el niño había sido asesinado? La mujer era de Groenlandia y era una experta en nieve y todo lo que tuviera que ver con el sentido de la nieve. Conjeturó observando las pisadas del niño que iba corriendo. Las huellas que se dejan en la nieve si vas corriendo son distintas a si vas caminando. Además, ningún niño juega así: corriendo en línea recta hacia el muro. El trazo lineal de las huellas y el hecho de que estas indicaran aceleración, le hizo concluir a la mujer que el niño huía de alguien, de alguien al que temía. Había otra razón de fondo que hacía que la mujer pensara de este modo: ella conocía al niño y, en consecuencia, no era propio de él comportarse de este modo tan raro: subir por las escaleras, correr hacia el muro y precipitarse al vacío.
El proceso semiótico se divide en dos fases temporales: la primera, cuando ocurre el asesinato, donde sólo están presentes el asesino y la víctima, y la segunda, cuando están presentes el niño muerto, las huellas del niño, y los observadores. La tarea semiótica estriba en llegar de los datos presentes al valor referencial no presente: el asesino. Ya se da un paso decisivo si se reconoce que hubo un asesinato. Si ese reconocimiento se produce, entrarán en juego una nueva serie de datos que vincularán a la víctima con su asesino. Pero nosotros no vamos a tener en cuenta los nuevos datos, sino el proceso semiótico que va del asesinato al reconocimiento del asesinato por la mujer.
Debemos concebir los procesos semióticos como procesos concretos donde participan distintos factores y con variadas funciones. También debemos concebirlos como procesos temporales. Y, por último, siempre debemos tener en cuenta el rasgo esencial de la significación humana: la constitución de la conexión referencial entre referentes que están presentes con referentes que no están presentes. Las limitaciones del lenguaje animal hacen que el lenguaje sea un lenguaje del presente y de lo que está presente. Lo que está presente puede estar lejano, pero por medio de la producción de una configuración sonora se hace presente. Mientras que la característica del lenguaje humano consiste en la superación del presente: traer el pasado al presente. Lógicamente este traer el pasado al presente no es un acto arbitrario o voluntarioso: el pasado deja su huella en el presente. El niño muerto y sus huellas sobre la nieve son signos que hacen que el pasado esté en el presente.
Las huellas sobre la nieve tienen dos valores semióticos: uno identificativo, son las huellas del niño que está muerto sobre la acera,  y el otro significativo, son las huellas de un niño que iba huyendo de alguien al que temía. Este valor significativo pertenece a las huellas, son referencias producidas por el niño en el pasado, no es un valor atribuido a la huella por la mujer. El valor significativo de la huella es un valor causal no un valor atributivo. No viene determinado por el observado ni por el intérprete, sino por el objeto referido. Es el objeto referido quien genera o produce la referencia.
(Aquí lo dejo. No tengo tiempo para seguir indagando. Tengo otras preocupaciones teóricas que reclaman mi atención. Pero no quería dejar pasar esta ocasión. Vi esta película, de la que he extraído este pequeño apunte, en la televisión. Y si no la fijo, se pierde. Así que lo dejo preparada para otra ocasión.)





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