lunes, 25 de junio de 2012

Huellas de niño sobre la nieve (II)

Sigo la reflexión. Hago uso de los conceptos de “Reflexiones sobre Semiótica” que pueden encontrarse en este mismo blog bajo la etiqueta Semiótica. Hablamos de las huellas que dejó el niño sobre la nieve caída en la azotea del edificio donde vivía. Nos encontramos ante un modo de expresión. El niño es el objeto expresado, la nieve es el medio de expresión y las huellas son la expresión. Expresado fenomenológicamente diremos: Un subconjunto del valor referencial del niño, en concreto las referencias que pertenecen a sus zapatos, han saltado desde su propio cuerpo al cuerpo de la nieve. (Para no entrar de momento en disquisiciones más detalladas, consideraremos los zapatos como un pequeño cuerpo añadido al cuerpo propio del niño). Las referencias que contienen en principio las huellas son las dimensiones del zapato del niño y su peso.

Las conexiones referenciales que permiten identificar esas huellas con ese  ese niño en particular son las siguientes: una,  que sólo hay huellas de ida y no de venida, sólo hay huellas en un sentido, y dos, que al final de esa línea de huellas se encuentra el muro y mirando hacia abajo se encuentra el cuerpo muerto del niño. La línea de huellas se presenta como una flecha indicadora de sentido. Si solo hay una línea de huellas de ida del hueco de la escalera al muro, entonces se descarta que pueda ser otro niño. Luego la línea de huellas contiene dos valores semióticos: uno, indicación de sentido de las huellas al cuerpo muerto del niño, y dos, exclusión de que pueda ser otro niño el causante de las huellas.
Pero la mujer experta en el sentido de la huella había advertido otro valor semiótico en las huellas: el niño iba corriendo. Mejor: el niño iba huyendo. No tenía sentido que el niño fuera simplemente corriendo para precipitarse por el vacío. Luego el niño huía y huía de alguien al que temía. Donde teníamos la percepción y nos daba la línea de huellas, tenemos ahora la representación que nos da el niño huyendo, mirando hacia atrás, hacia su perseguidor, asustado. Hasta tal punto le tenía miedo a su perseguidor que terminó precipitándose al vacío. Nos encontramos ante un modo de expresión específicamente fenoménico. El niño bajo una determinada condición, huyendo de alguien al que teme, mirando hacia atrás con miedo, se convierte en manifestación o signo de su perseguidor.
Alguien puede pensar por qué confiarnos de la representación. Pero las personas tenemos experiencias. Mejor el género humano alberga una dilata experiencia sobre un sinfín de fenómenos sociales, más especialmente, sobre psicología. Todo el mundo distingue cuando alguien corre de cuando huye. Así que lo primero que debemos valorar es si la deducción edificada sobre las huellas es acertada o no. ¿Estaba el niño jugando? Y si estaba jugando, ¿a qué jugaba? ¿Qué sentido tiene que el niño corra escaleras arriba y luego en línea recta hasta el muro para precipitarse al vacío? Ninguno. Luego el niño huía. Y si huía, huía de alguien al que temía. Las huellas del niño delatan su relación con un perseguidor que lo amenazaba. No sabemos de momento en que sentido lo amenazaba y no nos preocupa en principio saberlo. Por lo dicho podemos entonces confiar plenamente en la representación elaborada por la mujer experta en el sentido de la nieve. Y en consecuencia podemos afirmar que el niño huyendo se presenta como una manifestación o signo de su perseguidor.





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