Sigo la reflexión. Hago uso de los conceptos de “Reflexiones
sobre Semiótica” que pueden encontrarse en este mismo blog bajo la etiqueta
Semiótica. Hablamos de las huellas que dejó el niño sobre la nieve caída en la
azotea del edificio donde vivía. Nos encontramos ante un modo de expresión. El
niño es el objeto expresado, la nieve es el medio de expresión y las huellas
son la expresión. Expresado fenomenológicamente diremos: Un subconjunto del
valor referencial del niño, en concreto las referencias que pertenecen a sus
zapatos, han saltado desde su propio cuerpo al cuerpo de la nieve. (Para no entrar
de momento en disquisiciones más detalladas, consideraremos los zapatos como un
pequeño cuerpo añadido al cuerpo propio del niño). Las referencias que contienen
en principio las huellas son las dimensiones del zapato del niño y su peso.
Las conexiones referenciales que permiten
identificar esas huellas con ese ese
niño en particular son las siguientes: una, que sólo hay huellas de ida y no de venida,
sólo hay huellas en un sentido, y dos, que al final de esa línea de huellas se
encuentra el muro y mirando hacia abajo se encuentra el cuerpo muerto del niño.
La línea de huellas se presenta como una flecha indicadora de sentido. Si solo
hay una línea de huellas de ida del hueco de la escalera al muro, entonces se
descarta que pueda ser otro niño. Luego la línea de huellas contiene dos valores
semióticos: uno, indicación de sentido de las huellas al cuerpo muerto del niño,
y dos, exclusión de que pueda ser otro niño el causante de las huellas.
Pero la mujer experta en el sentido de la huella
había advertido otro valor semiótico en las huellas: el niño iba corriendo.
Mejor: el niño iba huyendo. No tenía sentido que el niño fuera simplemente
corriendo para precipitarse por el vacío. Luego el niño huía y huía de alguien
al que temía. Donde teníamos la percepción y nos daba la línea de huellas,
tenemos ahora la representación que nos da el niño huyendo, mirando hacia
atrás, hacia su perseguidor, asustado. Hasta tal punto le tenía miedo a su
perseguidor que terminó precipitándose al vacío. Nos encontramos ante un modo
de expresión específicamente fenoménico. El niño bajo una determinada
condición, huyendo de alguien al que teme, mirando hacia atrás con miedo, se
convierte en manifestación o signo de su perseguidor.
Alguien puede pensar por qué confiarnos de la representación.
Pero las personas tenemos experiencias. Mejor el género humano alberga una
dilata experiencia sobre un sinfín de fenómenos sociales, más especialmente,
sobre psicología. Todo el mundo distingue cuando alguien corre de cuando huye.
Así que lo primero que debemos valorar es si la deducción edificada sobre las
huellas es acertada o no. ¿Estaba el niño jugando? Y si estaba jugando, ¿a qué
jugaba? ¿Qué sentido tiene que el niño corra escaleras arriba y luego en línea
recta hasta el muro para precipitarse al vacío? Ninguno. Luego el niño huía. Y
si huía, huía de alguien al que temía. Las huellas del niño delatan su relación
con un perseguidor que lo amenazaba. No sabemos de momento en que sentido lo
amenazaba y no nos preocupa en principio saberlo. Por lo dicho podemos entonces
confiar plenamente en la representación elaborada por la mujer experta en el
sentido de la nieve. Y en consecuencia podemos afirmar que el niño huyendo se
presenta como una manifestación o signo de su perseguidor.
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