Ya he terminado de leer el libro de Paul Krugman
titulado “¡Acabad ya con esta
crisis!”. Esperaba más de este texto.
Tenía la esperanza de encontrar algo novedosamente radical. Esta crisis ha traído
muchas desgracias a la humanidad. Es una crisis profunda. Luego uno espera
pensamientos profundos. Pero en todo el libro Krugman no elabora pensamiento
profundo alguno, se queda muy por debajo de las exigencias de la realidad. Por
ejemplo, en la página 95 Krugman se expresa en los siguientes términos: “Pero
¿existe una flecha de causalidad tal que una directamente la desigualdad de
ingresos con la crisis financiera? Quizá, pero es más difícil de demostrar”. Me enfada esta forma de pensar. Krugman es
incapaz de pensar fuera de los cánones capitalistas, por eso resulta tan débil
su pensamiento. Además respecto de los trabajadores sólo se plantea si tienen
empleo o no lo tienen, y no cuanto ganan en proporción a lo que ganan los
capitalistas. Otro aspecto más: A la
hora de hablar de la desigualdad en la distribución de la riqueza Krugman sólo
se fija en el 1 de la población de EEUU,
que posee el 34,6 % de la riqueza, pero no en el 19 % de la población, que
posee el 50,5 % de la riqueza. Analiza la desigualdad, pero con muy poca
profundidad y sin vincularlo estrechamente con las relaciones de producción
capitalistas. No ve clases sociales sino individuos. Pero bueno, ya me ocuparé
de este tema más detalladamente en otro trabajo.
Pensemos en una empresa de 100 trabajadores y un
propietario gerente. Si cada empleado gana 1000 euros mensuales y el
propietario gana 10.000 euros mensuales, al final del año cada empleado habrá
ingresado 12.000 euros y el propietario 120.000 euros. El empleado no podrá
ahorrar dinero alguno, mientras que el propietario gerente podrá ahorrar
100.000 euros anuales. Al cabo de diez años los empleados tendrán el mismo
patrimonio, mientras que el patrimonio del propietario habrá ascendido a un
millón de euros. Si al cabo de esos diez años sobreviene una crisis y la
empresa quiebra, los 100 empleados se verán viviendo del subsidio del desempleo
durante dos años, mientras que el
empresario se verá con una tasa de ahorro que le permitirá invertir en deuda
del Estado, que en tiempos de crisis arrojan altos intereses, y vivir de forma
desahogada. El empresario podrá seguir manteniendo un buen nivel de demanda
hasta que la economía se recupere, mientras que los trabajadores irán bajando
su nivel de demanda hasta situarla en cero. ¿No dice Krugman que nos
encontramos ante una crisis de demanda? Luego la desigualdad, el hecho de que
unos poco ganen mucho y los muchos ganen poco, afecta de forma decisiva a la demanda.
Pero él, como buen keynesiano, no ve la solución de la escasa demanda en el
aumento de los ingresos de los trabajadores sino en el aumento del gasto del
Estado.
Si el dinero que les sobra a los ricos se les diera
a los pobres, todas las viviendas que hoy día están en manos de los bancos se
venderían en un abrir y cerrar los ojos. Acabaríamos con buena parte de los
activos tóxicos. Que esto suceda es imposible, pero es imposible en este mundo,
en estas determinadas relaciones económicas. Lo que se espera de un supuesto
gran pensador es que en momentos tan graves aporte pensamientos profundos y
radicales. Pero estos pensamientos sólo pueden sobrevenir si el pensador en
cuestión en su visión del mundo supera los estrechos límites de la sociedad
capitalista. No se trata de elaborar pensamientos utópicos, sino poner de
relieve los límites de las relaciones capitalistas de producción. Pero hasta
ahí no llega Krugman. Para el insigne
economista no existe mundo posible distinto del capitalista. Luego no es un
pensador de futuro.
Oigamos de nuevo a Krugman en la página 243 de su
libro: “Decenas de millones de nuestros conciudadanos atraviesan graves
dificultades, las perspectivas de futuro de los jóvenes de hoy se debilitan con
cada mes que pasa…y nada de esto tiene por qué pasar. La verdad, en efecto, es
que tenemos tanto el saber como las herramientas precisas para salir de esta
depresión. Sin duda, si aplicamos algunos principios consagrados por el tiempo,
cuya validez han reforzado aún más los acontecimientos recientes, podremos
recuperar niveles próximos al pleno empleo muy pronto; probablemente, antes de
dos años. Lo que bloquea esta recuperación es solamente la falta de lucidez
intelectual y de voluntad política”. Krugman vive en las nubes. Es un utópico
burgués. Cuando afirma que nada de lo que está pasando tiene por qué pasar, no
deja de ser una enorme y manifiesta contradicción. Si está pasando lo que está
pasando, si se destruye empleo y riquezas, si hay crisis del crédito, será por
alguna razón. Y la razón de fondo es que siempre se produce más de lo que se
demanda: Hay más viviendas de las que la gente puede comprar. Esta es la
esencia de las crisis capitalistas.
Pero lo que resulta de un idealismo supremo es que
Krugman diga que “lo que bloquea la recuperación es solamente la falta de lucidez intelectual y de voluntad política”.
Sustituye la lucha de clases, la lucha entre naciones, la lucha entre intereses
diferentes, por la lucha entre ideas distintas de la comunidad de los
economistas para explicar el camino que se transita tras la crisis. ¿No ve que
cuando se dice que los mercados no se fían de Grecia y de España esto solo significa que los
intereses de los prestamistas se imponen sobre los intereses económicos de los
pueblos griego y español? ¿No ve Krugman que el problema estriba en el poder
tan grande que tienen los capitalistas monetarios y no en la falta de lucidez?
¿No ve Krugman que en todas las épocas de crisis lo que en última instancia se
plantea es el conflicto entre el poder del Estado y el poder económico y como
ocurre siempre en el capitalismo el primero se tiene que doblegar a los
intereses del segundo?
Pero abandonemos esta forma de pensar que sólo toca
la superficie de las cosas. Oigamos a Marx en el fragmento del texto primitivo
de la “Contribución a la crítica de la economía política” (1858): “El dinero no
es una forma puramente mediadora del cambio de mercancías. Es una forma del
valor de cambio que brota del proceso de la circulación, un producto social que
nace por sí mismo de las relaciones en que los individuos engranan, dentro de
la circulación. Una vez que el oro y la plata (o cualquier otra mercancía) se
han desarrollado como medida de valor y medio de circulación (ya sea, este último,
en forma corpórea o simbólicamente) pasan a ser dinero sin que la sociedad lo
quiera ni intervenga en ello”. Hablamos aquí del origen del dinero. Tratamos de
buscar su esencia. El dinero es un producto social. Esto hay que gritarlo todos
los días y a los cuatro vientos: el dinero, como el lenguaje, es un producto
social. Luego no puede estar en manos privadas. Puede estar en manos privadas
en cantidades pequeñas, pero no en cantidades grandes. Si lo permitimos, sucede
lo que sucede: los Estados, esto es, los pueblos, quedan a merced de los
mercados. El sector privado de la economía usa un producto social, un producto
que es de todos, para ir en contra de todos. Durante la época de crecimiento el
sector privado se apropia de grandes cantidades de dinero, del producto social,
para luego en tiempos de crisis someter a los Estados para que estos obliguen a
sus pueblos a sacrificios infinitos. Lo que está pasando está pasando
justamente por causa de la propiedad privada sobre los grandes recursos
monetarios y no, como cree Krugman, por falta de lucidez y voluntad política.
Después de dicho aquello Marx añade esto otro: “Su
fuerza (la del dinero) nace como una fatalidad, y la conciencia de los hombres
–sobre todo, en las sociedades que marchan hacia la ruina ante el desarrollo a
fondo del valor de cambio –se rebela contra el poder que adquiere frente a
ellos una cosa, un objeto, contra el señorío del maldito metal, que parece una
cosa de locura”. Sin duda que en la crisis de la deuda soberana como en la
crisis de crédito se manifiesta el señorío del maldito metal, que parece una
cosa de locura, y así lo es. Primero, porque el dinero está en grandes
cantidades en manos privadas y quedamos a merced suya. Y bajo esa forma se
manifiesta como una cosa. Y para que el Estado pueda obtenerlo no sólo tiene
que devolver el principal, sino pagar unos intereses usureros. Parecería una
cosa de locura que los Estados expropiaran buena parte de la riqueza monetaria
al sector privado. Pero es que el sector privado obtuvo esas grandes masas
monetarias por el mismo camino: expropiando a las mayorías sociales. El capitalismo
es un sistema que permite a los pocos enriquecerse sin límite apropiándose por
mil vías distintas del trabajo ajeno. De ahí la necesidad radical de poner un
tope superior al ingreso personal.
Continúa Marx con su exposición: “Es en el dinero,
ante todo, y además en su forma más abstracta y, por tanto, más carente de
sentido, más incomprensible –la forma en que toda mediación se ha anulado-,
donde se manifiesta la transformación de las relaciones sociales en una
relación social fija e imperativa, a la que tienen que someterse los
individuos”. Aclaremos algunos pormenores. Cuando el dinero era oro y plata,
todavía el valor no se había separado del valor de uso. El valor que decía
tener la moneda de oro en realidad lo tenía. Pero cuando el dinero oro fue
sustituido por signos de sí mismo, el valor que decía tener el dinero papel en
realidad no lo tenía. Según Marx la sustancia del valor se separó de su
función. Para hacer de medio de circulación no hace falta que el dinero sea
oro, basta con signos suyos. De manera que cuando el dinero oro se convirtió en
dinero signo el dinero se volvió más abstracto.
Aclaremos un segundo pormenor. Todo el mundo sabe,
menos los economistas convencionales, que el dinero es signo de trabajo y
expresa una relación social. El obrero o la obrera que trabajan para un capitalista 8 horas diarias de lunes a
viernes, por ejemplo, al finalizar el
mes reciben una suma de dinero en concepto de salario. Aquí con respecto al
dinero se ven dos cosas claras: una, que el dinero brota del trabajo y, por
tanto, es signo del trabajo, y dos, que el dinero en cuanto salario expresa la
relación socioeconómica que existe entre el trabajador y el propietario de la empresa. Pero en el capital
productor de interés, y la deuda soberana es una forma particular de existencia
del capital productor de interés, el dinero parece brotar de sí mismo, no se
presenta como signo del trabajo. Quien posee una suma monetaria puede prestarla
durante un tiempo determinado y a cambio recibir un interés sin trabajar. Ahora
el dinero no parece brotar del trabajo, sino de sí mismo. Del capital productor
de interés Marx dice que es una relación donde todo mediación se ha anulado,
donde la mediación del trabajo ha desparecido. También dice que es una relación
carente de sentido, pues del dinero no puede brotar dinero. Sin embargo, esa
forma existe y se mantiene.
Pero los hechos políticos recientes aclaran este
sinsentido del dinero que produce dinero. ¿De donde proviene el dinero que
tendrá que pagar el Estado español en concepto de interés a los prestamistas
que le han comprado deuda soberana? Está claro: una parte proviene de la paga
extra que los funcionarios no cobrarán en navidades. Y queda claro otra cosa:
el sistema capitalista permite que quienes no trabajan, los propietarios del
capital monetario, se apropien del trabajo de los que sí trabajan. Por eso
vemos a unos cada vez más ricos y a los otros cada vez más pobres. Lo que
sucede es que el dinero se ha cosificado y ha esfumado su esencia: ser
expresión de una relación social. Krugman es víctima de esa enajenación y vive
feliz en esa enajenación, en la cosificación de las relaciones sociales por
medio del capital productor de interés, y no cuestiona que quienes no trabajen
se apropien del trabajo de quienes trabajan. Lo que pasa es que él está del
lado de los que viven la enajenación positiva, los capitalistas, y no del lado
de los que viven la enajenación negativa: los trabajadores. Puesto que una
persona que no cuestiona de raíz el sistema capitalista, un sistema de
explotación del hombre por el hombre como lo fueron el esclavismo y el
feudalismo, en última instancia siempre estará del lado de la clase
dominante.
Gracias Paco por este trabajo tan rebelador. Gracias por señalarnos los conceptos que tienen más peso, por hacernos más asequibles las palabras de Marx, por ayudarnos a distinguir lo que es esencial de lo que es superficial. Será lento aprender todo esto, tendré que volver al texto muchas veces, pero es sumamente liberador.
ResponderEliminarUna compañera de trabajo militante de la izquierda me ha reenviado un texto que recibió en su correo titulado: ¿sirven para algo las manifestaciones? El citado texto termina con estas afirmaciones: “Sirven para hacer posible lo imposible. Sirven para hacer realidad la utopía. Por eso y para eso, hay que acudir a las manifestaciones y a la del jueves 19 en toda España”.
ResponderEliminarLa utopía y lo imposible no pueden realizarse. No pueden hacerse realidad todos los deseos. Yo hace tiempo que me hice con la idea del gran pensador Hegel: "la impaciencia se empeña en lo imposible, llegar al fin sin los medios". No cabe duda que es un pensamiento muy profundo. Así que tenemos que aprehender la idea:” los medios tienen que ser necesarios y adecuados al fin que perseguimos”. Dicho esto me gustaría hacer algunas reflexiones sobre el movimiento de los trabajadores en la calle y las manifestaciones.
¿Tienen utilidad las manifestaciones? No cabe duda que sí. Pero también pueden tener efectos negativos para aquellos que las convocan y que las quieren utilizar como medios para fines políticos y económicos. Las movilizaciones en respuesta a los recortes del gobierno del PP están teniendo utilidad en varios sentidos: están haciendo tomar conciencia al conjunto de los trabajadores que forman una clase, la clase de los asalariados. Están haciendo tomar conciencia que junto a los trabajadores asalariados hay otro grupo de trabajadores que tienen intereses comunes con los asalariados: los pequeños y medianos empresarios. Junto con la famosa prima de riesgo y las partidas presupuestarias que no bajan, las destinadas a pagar los intereses de la deuda pública, se pone de manifiesto el enemigo común actual a la clase de trabajadores y trabajadoras, incluyendo en la misma a las clases medias: el gran capital monetario productor de interés. ¿Van a cambiar las manifestaciones las relaciones económicas dominantes entre los hombres? Pienso que no. Para eso es necesario que la voluntad popular se convierta en poder de estado y que la voluntad popular sea acabar con las relaciones económicas actualmente dominante entre los hombres y mujeres. Y poder de estado hoy quiere decir poder parlamentario y gobierno del estado. Y para ello es necesario que los trabajadores adquieran conciencia de la necesidad de organizarse política y sindicalmente. Y que es la hora de la unión y no del sectarismo. Que es la hora de la confluencia de intereses generales de los trabajadores y no la hora de los intereses particulares de organizaciones marginales.
Las manifestaciones recientes deben servir para tomar conciencia de la necesidad de señalar a los verdaderos vividores sociales: a los grandes ricos. Y a los políticos que diciendo defender los intereses generales de los ciudadanos defienden sólo los intereses de los grandes ricos. Es hora de hacer un grito que llegue a los oídos de todos los hombres y mujeres de este mundo: hay que poner límites legales a la riqueza personal. Hay que recortar a los de arriba, a los ricos, y no a los de abajo, a los que apenas tienen para las necesidades más básicas o ni siquiera tienen para satisfacer estas necesidades. Y creo que las manifestaciones sólo tienen que ser un medio para este fin: unidad y toma de conciencia de los trabajadores, y la necesidad de transformar el movimiento social en voluntad de estado. Y para ello es necesario aislar a los sectarios y a los violentos. Se trata de construir una sociedad nueva sobre esta sociedad que ya empieza a ser caduca. Se trata de reconocer al estado del bienestar como el estado socialista y desarrollarlo y no recortarlo. Se trata de que el estado sea una organización social que sirva de medio para la vida de los muchos y no un medio que favorezca el enriquecimiento de los pocos. Y para esto deben servir las movilizaciones de los trabajadores.
Continuación:
ResponderEliminarDe la misma forma que por ley existe un ingreso mínimo, por ley puede existir un salario máximo. Por ley puede existir un límite al enriquecimiento personal. Por ley se podría prohibir que un futbolista ganase las astronómicas cantidades de dinero que ganan y con ello acceder a la posibilidad de convertirse en acreedor del estado. Ese debe ser el grito revolucionario de nuestras manifestaciones. Hay que recortar los ingresos de los ricos y no los medios para satisfacer lo más básico de los muchos y pobres. Los sindicatos de trabajadores y las organizaciones políticas de la izquierda se deberían hacer con esta sencilla consigna: hay que poner límites a la riqueza personal, a los salarios astronómicos y a las ganancias desorbitadas del capital.
La política es necesaria. Los políticos son necesarios. Por lo tanto no deben ser los políticos ni la política el enemigo común. Sin embargo si es necesario señalar quienes son los políticos amigos del pueblo y quienes defienden los intereses de los enemigos del pueblo. Y los enemigos del pueblo son los políticos que solo recortan y sólo ajustan el estado socialista, el estado del bienestar, y que no recortan el bienestar de los inmensamente ricos, que tanto debilitan el estado del bienestar, el estado socialista.
El camino será largo. Habrá que tener paciencia. Habrá avances y retrocesos. Pero será necesario recorrerlo. Cuando me represento el socialismo, me represento un estado del bienestar desarrollado, en el cual las grandes empresas estratégicas para la economía de los muchos son de propiedad pública, o mayoritariamente públicas. Y donde ningún propietario individual tiene el suficiente poder del dinero para poner en peligro la vida material de los muchos.
Saludos. Jerónimo Artiles