En Intereconomía suele salir un personaje que se
define como anti Estado total. No quiere el Estado para nada y el contenido
esencial de la mayoría de sus argumentos no es otro que ese: no quiero que el
Estado esté ahí donde el individuo debe decidir qué hacer y hacerlo si quiere. Si el Estado existe desde hace más de
cuatro mil años y sólo desaparecerá dentro de no sabemos si otros tantos miles
de años, ¿qué utilidad y sentido tiene defender la desaparición del Estado?
Ninguno. Esta posición sólo sirve para confundir y desorientar. Y en otro orden
de cosas sólo sirve para perder el tiempo y generar ilusiones entre la gente
sencilla con cosas que nunca ocurrirán.
Del mismo tenor me parece la defensa de que España
debe salir del euro. Esto no va a ocurrir. Plantearlo es una pérdida de tiempo
y genera esperanzas sobre cosas que nunca sucederán. No hay condiciones
objetivas para que esto ocurra y menos hay las condiciones subjetivas para que
una propuesta como esta prospere. Son maniobras de distracción. Es hacer pasar
la crisis financiera por una crisis del euro. Es confundir el blanco al que
debe apuntar la izquierda: el enemigo principal son los dueños del capital
monetario y sus gestores. No es el euro. Da lo mismo que sea el euro o la
peseta la moneda de los españoles. El problema seguiría estando en el sistema
de crédito y en la supeditación del interés general del Estado a los intereses
de los gestores y propietarios del capital monetario. No niego que la
construcción de la Unión Europea con el euro como estrella de la economía viva
momentos críticos en su desarrollo, pero no debe confundirse con la naturaleza
de la crisis que nos afecta: cuyo centro ha estado en la burbuja inmobiliaria y
en el sistema de crédito.
Uno de los grandes detractores del euro es el
carismático Paul Krugman, para quien las crisis capitalistas no deberían
ocurrir; y si ocurren, utilizando las fórmulas keynesianas tendrán solución.
Para el afamado economista todo es cuestión de demanda. A su juicio hay un paro
tan elevado y una producción económica tan baja porque la sociedad y el Estado
no están gastando lo suficiente. Aquí parece situarse en las posiciones de
izquierda. Pero no duda en afirmar que la falta de competitividad de la
economía española se solucionaría bajando los salarios. Ahora se sitúa en las
posiciones de derecha. A fin de cuentas es un firme creyente en el sistema de
libre mercado, esto es, en el sistema de libre mercado capitalista. Aunque Paul
Krugman puede ser considerado un socialdemócrata, su fe en la armonía del
sistema capitalista es superior a la de los socialdemócratas de la Unión
Europea. Su vena capitalista le hace demandar cambios estructurales en la
economía española pero en ningún caso cambios cualitativos en el sistema
capitalista.
Si España se saliera del euro y volviera a la peseta
o como quiera que se llamase la moneda nacional, se supone que el Banco de
España podría devaluarla. Así nuestros productos nacionales serían más baratos
y aumentarían las exportaciones. Pero eso no sería todo lo que habría que
mirar. Nuestras importaciones serían más caras. La industria local y el
comercio local, que generan muchos puestos de trabajo, le saldrían más caros
sus costos de producción y tendrían que vender más barato. En Canarias todos
nos quejamos de que los turistas que nos visitan vienen por cuadro duros. Y
esto hace que los hoteleros presionen a los proveedores para que bajen los
precios de sus suministros. Si resulta que con la devaluación de la peseta los
turistas pagarían aún menos, los proveedores de los hoteles tendrían que vender
con muy poco margen de ganancia. No se puede simplificar tanto y hablar como si
estuviéramos en los años setenta. Aquella época pasó. La economía globalizada
no permite la autonomía que tenían ante los Estados con respecto a sus monedas
nacionales.
Si devaluáramos nuestra moneda nacional en un 10 ó
15 por 100 con respecto al euro, comprar dinero por medio de la deuda soberana
nos saldría carísimo. Si ya una prima de riesgo sobre el 5 por 100 resulta
insostenible, imagínense cómo quedaría la prima de riesgo con una moneda
nacional devaluada: nos quedaríamos directamente en la situación en la que se
encuentra en la actualidad Grecia. Así que la moneda nacional devaluada nos
perjudicaría en uno de los problemas claves de nuestra economía: la
financiación del Estado. Bajo esa situación los salarios y las pensiones tendrían
que obligatoriamente bajar. Los intereses extremadamente incrementados no se
podrían pagar. Habría una quiebra fiscal: los gastos superarían en mucho los ingresos. Llegaría el caos. Daríamos muchos pasos atrás en nuestra
historia nacional.
Otro de los argumentos a favor de disponer de una
moneda nacional es que así el Banco de España controlaría los tipos de interés.
Pero lo cierto es que el tipo de interés en la Unión Europea es bajo y en EEUU
es del cero por cien, y no por ello la economía crece y el paro disminuye. No
se trata sólo del tipo de interés vigente sino de las condiciones que rigen los
préstamos. Hoy día se exigen muchas garantías. Y ningún banco quiere como
garantía inmuebles. La mejor garantía que puede presentar una empresa para que le
sea concedido un préstamo es su cuenta de resultados. Si tiene beneficios y su
tasa de endeudamiento es razonable, puede obtener créditos aunque en la
actualidad en cuantías moderadas. Pero si tiene pérdidas y su tasa de
endeudamiento es alta, no obtendrá crédito alguno. Hay aún otra cuestión: las
empresas invierten si sus ventas van a aumentar o tienen en perspectiva un
nuevo y buen negocio; pero si no es el caso, no invierten. Y si no invierten,
no solicitan crédito.
Así que la propuesta de que España salga del euro
tiene dos grandes inconvenientes: uno, objetiva y subjetivamente es inviable, y
dos, las consecuencias para la economía española serían muy graves,
retrocederíamos en nuestro nivel de vida y paz social más de veinte años. Creo
que ciertos estamentos, sobre todo intelectuales, piensan en un mundo en base a
conceptos abstractos y no en base a realidades. Así que, a mi juicio, la
propuesta de que España debe abandonar el euro está desprovista de
realidad.
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