En la sección 1 del capítulo IV de la Conclusión del sistema marxiano,
Böhm-Bawerk dice lo siguiente: “En la búsqueda de esa cosa común que
caracteriza al valor de cambio, Marx recurre al siguiente procedimiento. Pasa
revista a las distintas cualidades que poseen en general los objetos
equiparados en el intercambio, y luego, sirviéndose del método de la exclusión
elimina todas aquellas que no superan la prueba, hasta que solo queda una
cualidad. Ésta –es decir la cualidad de ser producto del trabajo–deberá, pues, ser
la cualidad común buscada. Se trata de un procedimiento bastante extraño,
aunque no reprobable como tal. Es ciertamente extraño que, en lugar de someter
la supuesta propiedad característica a una prueba positiva –que en todo caso
habría conducido a uno de los dos métodos señalados más arriba y cuidadosamente
evitados por Marx–, para convencer al lector de que ésa es precisamente la
propiedad buscada, se recurra exclusivamente a una prueba negativa, mostrando
que no es ninguna de las demás propiedades”.
Los supuestos dos métodos que Marx evita en sus
análisis económicos son la experiencia y la psicología de los agentes económicos.
Pero estas acusaciones son falsas: Marx basa sus análisis en la experiencia
económica y su capacidad de análisis psicológico está muy por encima de los
economistas convencionales. Aunque como dije en la entrega anterior, los
análisis psicológicos de los economistas convencionales no pasarán a la
historia de la psicología. Dejemos ahora a un lado estos dos dardos críticos
sobre metodología que Böhm-Bawerk lanza al cuerpo teórico de Marx y centrémonos
en la esencia de su crítica. Marx plantea que la relación de cambio entre dos
mercancías se puede representar mediante una ecuación, por ejemplo, 1 quarter
de trigo = 1 quintal de hierro. Y se pregunta: ¿Qué nos dice esta ecuación? Y
responde: que en dos cosas diferentes, un quarter de trigo y en un quintal de
hierro, existe algo de común y de la misma magnitud. De manera que la tarea
será ahora descubrir esta cosa común. Böhm-Bawerk plantea que Marx recurre a
una prueba negativa en vez de a una prueba positiva, y que le parece extraño
que lo haga así. Da a entender que en este caso puede emplearse tanto un método
como otro y que es una decisión arbitraria de Marx haberse decidido por la
prueba negativa.
Pero Marx, aunque le pese y no lo reconozca
Böhm-Bawerk, basa su procedimiento en lo que dice la experiencia. Así que Marx
expone lo que dice la experiencia de la relación de cambio: “…es precisamente
la abstracción de sus valores de uso lo que caracteriza evidentemente la
relación de cambio de las mercancías. Dentro de ella, un valor de cambio vale
tanto como cualquier otro solo si existe en la proporción suficiente. O, como
dice Barbon: “Una clase de mercancías es
tan buena como la otra, si su valor de cambio es igual. No hay ninguna
diferencia ni distinción entre cosas de igual valor”. Como valores de uso, las
mercancías son sobre todo de calidad diferente, como valores de cambio sólo
pueden ser de cantidad diferente, esto es, no contienen ni un átomo de valor de
uso”. Luego es la experiencia quien nos dice que en la relación de cambio entre
mercancías se produce la abstracción del valor de uso. Y si en la experiencia
se produce la abstracción del valor de uso, entonces es lógico que en el nivel
teórico tengamos que abstraer el valor de uso de la mercancía y ver después qué
nos queda.
Todo el mundo sabe que cuando va al mercado a
comprarse una cosa, lo hace porque necesita tal cosa: unos zapatos, una camisa,
un automóvil, un teléfono móvil y un sinfín de cosas. Pero además de ser un
valor de uso, esto es, una cosa que por sus propiedades satisface unas
necesidades humanas específicas, tiene un precio, esto es, vale una determinada
cantidad de dinero. Y el dinero, quien lo examine con solo un poco de
detenimiento, es la abstracción del valor de uso. El único uso que tiene el
dinero es el de medio de cambio o medio de pago. Es evidente también, así lo
confirma la experiencia, que con la misma cantidad de dinero puedo comprarme
distintos valores de uso. Luego, bajo el punto de vista del dinero, esto es,
del valor, un valor de uso vale como otro cualquiera. El dinero, según Marx, es
el valor en forma objetivada, o lo que es lo mismo, el valor existiendo en
forma de objeto.
Son dos actividades distintas, por ejemplo, usar una
camisa y pagar una camisa. La camisa como valor de uso se realiza en el
consumo, mientras como valor se realiza en el mercado. En el mercado las cosas
no se usan: se compran o se venden. Y es evidente que las mercancías en tanto
valores, valores que quedan expresados en los precios, suponen la abstracción
del valor de uso. Luego si queremos saber cuál es la naturaleza del valor de la
mercancía, debemos abstraer o restar el valor de uso. Así que repito:
Böhm-Bawerk quiere darnos a entender que Marx pudo muy bien emplear “la prueba
positiva” en vez de “la prueba negativa” para demostrar cuál es esa cosa común
que se manifiesta en el intercambio entre mercancías, cuando en realidad es la
propia experiencia del intercambio, la propia existencia del dinero, la que demuestra
que en la relación de cambio de las mercancías se hace abstracción del valor de
uso. Y cuando de las mercancías abstraemos su valor de uso solo nos queda una
propiedad: ser producto del trabajo.
Sigamos con las inteligentes diatribas de
Böhm-Bawerk. En la página 110 del libro
mencionado, Böhm-Bawerk, después de anunciar que Marx excluye de la criba
lógica elementos que no debe excluir, se expresa en los siguientes términos:
“Desde el principio pone en su criba solo las cosas intercambiables dotadas de
aquella cualidad que se propone aislar al final como la propiedad común, y deja
a un lado todas las que son distintas. En una palabra, se comporta como aquel
que desea intensamente que de la urna salga una bola blanca, y para obtener
este resultado introduce sagazmente en ella solo bolas blancas… Pero una cosa
es evidente: si realmente en el intercambio se da una equiparación que supone
la presencia de algo común debe buscarse y encontrarse en todas las especies de
bienes que son objeto de intercambio; es decir, no solo en los productos de
trabajo, sino también en los dones de la naturaleza, como la tierra, la leña de
los árboles, los recursos hídricos, las minas de carbón, las canteras, los
yacimientos de petróleo, las aguas minerales, las minas de oro, etc. En este
caso, excluir de la búsqueda del elemento común que fundamenta el valor de
cambio aquellos bienes intercambiables que no son productos del trabajo, es un
pecado mortal de método”.
¿Habla Marx en El
Capital de los bienes de la
naturaleza que no son productos del
trabajo? Pues sí, y en estos términos: “Un objeto puede ser valor de uso sin
ser valor. Este es el caso cuando su utilidad para el hombre no se obtiene
mediante el trabajo. Así ocurre, por ejemplo, con el aire, el suelo virgen, las
praderas naturales, la leña silvestre, etcétera”. Queda probado entonces que Marx tuvo en
cuenta el factor –que un objeto puede ser valor de uso sin ser valor– del que
Böhm-Bawerk le acusa de no tenerlo en cuenta en su análisis. Todos los
conceptos tienen su extensión. Y en la concepción de Marx la extensión del
concepto de mercancía tiene dos aspectos fundamentales: ser valor de uso y ser
producto del trabajo.
Supongamos que hacemos caso a Böhm-Bawerk e
introducimos en el análisis de Marx los bienes de la naturaleza, por ejemplo la
leña silvestre, que siendo un valor de uso no es producto del trabajo. Si de la
leña silvestre abstraemos su valor de uso, ¿qué nos queda? Pues nada. Puesto
que bajo el punto de vista económico la leña silvestre solo es valor de uso.
Pero Böhm-Bawerk nos podría objetar que la leña silvestre puede venderse por
una determinada suma de dinero, como ocurre con la tierra, y por consiguiente
participa del intercambio. Y le diremos que sí. Una cosa, como la tierra, puede
no tener valor y, sin embargo, tener un precio. Entre valor y precio no solo
hay diferencias cuantitativas, también hay diferencias cualitativas.
Apropiación y trabajo no van unidos. Alguien se puede apropiar de un trozo de
tierra sin trabajarla. Se convierte en mercancía porque ese trozo de tierra
forma parte de un sistema mercantil. Y ese alguien puede vendérsela a otra persona
por un determinado precio; y de ese modo se apropia de trabajo ajeno, aunque en
este caso el trabajo ajeno apropiado es el del comprador. El precio de un trozo
de tierra en el que su propietario no ha añadido valor se explica por la
propiedad privada y por el predominio del modo de producción mercantil. Por lo
tanto, sin en la urna donde Marx pone las mercancías que son valores de uso y
valor, ponemos además, siguiendo las instrucciones del economista austriaco,
las cosas que son valores de uso pero no valores, nos quedará la misma
propiedad: ser productos del trabajo, puesto que aquellas que no son productos
del trabajo al restarle su valor de uso quedan reducidos a cero.
Böhm-Bawerk critica a Marx por cosas o lagunas que
él no subsana ni aporta. Si él cree que las mercancías además de ser valores de
uso y ser productos del trabajo, son otras cosas, que lo diga. Y si cree que
las mercancías no deben ser consideradas como productos del trabajo, que lo
demuestre. En la próxima entrega veremos qué otras cosas considera Böhm-Bawerk
que pueden tenerse en cuenta en el análisis.
Böhm-Bawerk se repite en su crítica, así que no nos
queda otro remedio que volverlo a escuchar: “Por lo demás, Marx se guarda muy
bien de explicar el motivo por el que excluye a priori de su indagación una parte de los bienes permutables.
También aquí, como hace a menudo, recurre a su habilidad dialéctica para evitar
los puntos débiles de su argumentación. En primer lugar, evita que sus lectores
adviertan que su concepto de mercancía es más restringido que el de bien
intercambiable en general. Para poder ceñir el estudio a las mercancías, con
increíble habilidad pone al principio de su libro un punto natural de anclaje,
con una frase general y aparentemente inocua: “La riqueza de las sociedades en
que domina el modo de producción capitalista se presenta como una inmensa
acumulación de mercancías”. Esta proposición es completamente falsa si se
entiende el término “mercancía” en la acepción que a continuación le atribuye
Marx de producto del trabajo, ya que los dones de la naturaleza, incluida la
tierra, constituyen una parte muy importante y en modo alguno indiferente de la
riqueza nacional”.
Según Böhm-Bawerk el concepto de mercancía elaborado
por Marx es más restringido que el de bien intercambiable en general.
Böhm-Bawerk elaboró su crítica suponiendo que el pensamiento de Marx se quedó
parado en la cuarta página de El Capital. En ese punto sabemos que las
mercancías además de valor de uso son productos del trabajo. Si bien el
concepto de valor de uso ya ha sido elaborado, el de valor a esa altura de El Capital todavía no ha sido elaborado.
La crítica fundamental de Böhm-Bawerk es que Marx no incluye a los bienes de la
naturaleza, por ejemplo a la tierra, dentro de los bienes intercambiables o
mercancías, puesto que le atribuye a Marx la idea de que si un bien no es
producto del trabajo, entonces no es mercancía. Pero como el pensamiento de
Marx no se quedó parado en la cuarta página de El Capital, sino que se siguió desarrollándose a partir de ahí,
debemos en su defensa transcribir lo que afirmó a este respecto en la sección
dedicada a la medida de los valores: “Sin embargo, la forma de precio no admite
solamente la posibilidad de una incongruencia cuantitativa entre magnitud de
valor y precio, es decir, entre la magnitud del valor y su propia expresión
monetaria, sino que además puede contener una contradicción cualitativa, de
suerte que el precio, en general, deje
de ser expresión de valor, aunque el dinero no sea más que la forma de valor de
las mercancías. Cosas que en y de por sí no son ninguna mercancías, por
ejemplo, la conciencia, el honor, etc., pueden considerarlas sus poseedores
vendibles por dinero y recibir así, mediante su precio la forma de mercancías.
Por consiguiente, una cosa puede tener formalmente un precio sin tener por ello
un valor. La expresión de precio se hace aquí imaginaria, como ciertas
magnitudes de las matemáticas. Por otro lado, también la forma de precio
imaginaria, como, por ejemplo, el precio del suelo no cultivado, que carece de
valor por no haberse objetivado en él ningún trabajo humano, puede ocultar una
relación de valor, o una relación derivada de ella”.
Cuando Böhm-Bawerk habla de las habilidades
dialécticas de Marx lo entiende en el sentido de que Marx tiene unas
habilidades lingüísticas que le permiten engañar a cualquiera, no en el sentido
de que Marx tiene una capacidad intelectual que le permite reflejar la
realidad, su esencia y apariencia, de manera profunda, puesto que la realidad
es más dialéctica que metafísica. Marx afirma que hay cosas que no son valores
pero pueden tener un precio. Y desde que tienen un precio dichas cosas adoptan
la forma de mercancía. Y pone de ejemplo el honor y la conciencia. Aquí la
forma de la mercancía se deriva de la forma de precio. Y esta clase de precios
los cataloga Marx de precios imaginarios. Y los llama precios imaginarios
porque aquella cosa que tiene un precio carece de valor: no se ha objetivado en
ella trabajo humano. Y no se olvida del suelo. A este respecto nos dice que un
trozo de suelo donde no se ha objetivado trabajo humano carece de valor. Pero
puede tener un precio y, en este caso, será un precio imaginario. No obstante,
hace una acotación o matización importante: “el precio imaginario del suelo
puede ocultar una relación de valor o una relación derivada de ella”. Yo tengo
un trozo de suelo donde no he objetivado trabajo alguno. Pero el trozo de suelo
del que yo soy propietario forma parte de un área donde el Ayuntamiento tiene
pensado invertir en carretera, alcantarillado y alumbrado. Además dicho Ayuntamiento
tiene pensado dar una licencia a una empresa para que construya un centro
comercial. Y así ocurre. En el plazo de dos años mi trozo de suelo pertenece a
un área donde hay invertido una gran volumen de capital fijo y donde se
despliega una gran actividad comercial. El precio de mi trozo de suelo ve
multiplicado su precio en veinte veces. Su precio sigue siendo imaginario, yo
no he incorporado trabajo humano alguno, no obstante, encierra una relación de
valor, el que tiene incorporado el área al que pertenece mi trozo de suelo.
La afirmación de Böhm-Bawerk de que Marx no
incorpora determinados bienes, como la tierra, a su concepto de mercancía es
falsa. Marx sabe que la tierra es una mercancía y dedica varios capítulos a la
misma. Ahora bien, aclara que es una mercancía de naturaleza especial. Y habla
de la tierra que no tiene incorporado trabajo alguno, porque la tierra de
labranza, la tierra que sí tiene un trabajo agrícola incorporado, es valor y es
potencialmente mercancía. Sí se compra y se vende. Porque una cosa aún siendo
valor de uso y valor, para ser mercancía necesita además ser objeto del
intercambio. Pero de aquellos suelos donde no hay trabajo humano incorporado y,
por consiguiente, no tienen valor, pueden tener, no obstante, un precio. Y en
una economía mercantil generalizada, como sucede en el capitalismo, todo
adquiere un precio. Y es de su forma de precio de donde proviene su forma de
mercancía. Marx es un gran dialéctico, no en el sentido en que lo toma
Böhm-Bawerk, como alguien que por sus habilidades dialéctica puede engañarnos,
sino alguien que por su poderosa forma de pensar puede representarnos el mundo
en toda su profundidad, riqueza y movimiento.
Para liberarnos de esta visión tan burguesa y tan
limitada de las personas, de la que hacen gala los economistas burgueses, que
son incapaces de pensar en el ser humano sin la determinación histórica de un específico
modo de producción de la riqueza, a saber, del modo de producción capitalista,
escuchemos a Marx en el capítulo XLVI del tomo III del libro III, respiremos
aire puro: “Desde el punto de vista de una formación económica superior de la
sociedad, la propiedad privada de los distintos individuos sobre la tierra parecerá
algo tan absurdo como la propiedad privada de una persona sobre otra. Ni
siquiera una sociedad entera, ni una nación, ni todas las sociedades que
coexistan al mismo tiempo, son propietarias de la tierra. Solo son sus
poseedores, sus usufructuarias, y como buenos padres de familia tienen que dejársela mejorada a las
generaciones futuras”. A esto se llama pensar, tener una visión del ser humano
de largo alcance, no quedar atrapado en los estrechos límites de la visión
burguesa del mundo. Aunque ha sido la burguesía la que llegó a la abstracción
del ser humano y a concebir sus derechos como unos derechos que tiene cualquier
persona independientemente de su nacimiento, religión o posesión, es una
concepción que no va más allá de la oprobiosa propiedad privada de los grandes
medios de producción, que solo genera pobreza y sufrimiento a las grandes masas
de la población.
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