martes, 12 de febrero de 2019

El problema de la objetividad del valor


El mundo mercantil capitalista es muy complejo: no cesan de producirse nuevas formas del valor y, por consiguiente, nuevas formas de enriquecimiento. Cuando hablamos de complejidad no solo hablamos de que un sistema tiene muchas partes con variadas funciones, sino también que las relaciones entre las distintas partes se multiplican y se producen muchos fenómenos de inversión y de ocultación. También hay que tener en cuenta que la relación de una parte con otra hace que una de ellas sufra modificaciones: esto lo veremos después en la relación del valor con el valor de uso. En ese momento hablaremos del valor de uso como forma fenoménica del valor. Pero la complejidad teórica, donde el pensamiento de Hegel y el de Marx son ejemplos de ellas,  no debe entenderse en ningún caso como oscuridad sino como la dificultad a la que se enfrenta el lector en el desempeño de las tareas epistemológicas. Un buen filósofo es quien nos proporciona claridad y pone al descubierto los aparentes enigmas y no quien vuelve todo más confuso y enredado.


El valor en su forma objetiva

Que algo es objetivo implica que ese algo es objeto de la percepción sensible. La pregunta sería ahora: ¿conocemos una forma del valor de manera que podamos tener de ella una percepción sensible? Respuesta: Pues sí: el dinero. Pensemos en los euros, en los dólares, en las libras y en cualquier otra divisa: son objetos de la percepción sensible. El dinero es la forma objetiva del valor. Pero actualmente el dinero no tiene un valor en sí o su valor nominal nada tiene que ver con su valor real. Un billete de 50 euros tiene un valor nominal de 50 euros, pero su valor real, lo que cuesta producir ese billete de 50 euros es muy posible que no llegue a los dos céntimos de euros. Pues bien: cuando el valor nominal de un billete o de una moneda no coincide con su valor real, no nos encontramos con valores en sí, sino con signos del valor. Pero aunque sea un signo del valor no pierde su condición de objeto de la percepción sensible. Por lo tanto, los signos del valor sigue conservando la condición de ser forma objetiva del valor. Podemos añadir, siguiendo a Marx, que los signos del valor tienen valor porque circulan. De ahí que cuando sobrevienen las guerras ya nadie confía en esos papeles o monedas y quieren dinero que sea valor en sí: piedras preciosas, joyas de oro, etc.

El valor de uso como forma fenoménica del valor

Vayámonos hacia atrás en el tiempo histórico y situémonos en la época donde el dinero era dinero oro. Siguiendo la expresión de Marx el dinero oro circulaba porque tenía valor. Ahora el dinero tiene un valor en sí y en tal condición tiene las misma determinaciones que las mercancías con las que se intercambia. Supongamos un dinero cuyo nombre monetario es el mismo que el peso del oro. Supongamos monedas de 20 gramos de oro y el nombre monetario de la moneda sea 20 gramos. Supongamos igualmente una relación de intercambio entre una mesa y una moneda de 20 gramos. Cada extremo de la relación es una unidad de valor de uso y de valor. En este sentido nada ha cambiado en relación con la forma simple o fortuita del valor o época del trueque. La única cuestión es que la mesa está en forma relativa de valor porque es la mercancía que expresa su valor, mientras que la moneda de 20 gramos de oro está en forma de equivalente porque es la mercancía que funciona como material de expresión del valor de la mesa. En la sección dedicada al análisis de la forma de equivalente en El Capital, Marx se expresa en los siguientes términos: “La primera particularidad que resalta en la observación de la forma de equivalente es ésta: el valor de uso se convierte en forma fenoménica de su opuesto, del valor. Es decir, el valor de uso tiene dos formas del ser: por un lado, es una cosa que por sus propiedades puede ser útil en diversos sentidos, y por otro lado, es la forma fenoménica del valor, o dicho de forma más asequible: el valor de uso es la forma de existencia objetiva del valor. De manera que cuando en los inicios de El Capital nos preguntamos cómo adquiere el valor forma de existencia objetiva, la respuesta es clara: como valor de uso. El enigma queda resuelto. Otra cosa es que Michael Heinrich convierte este problema en un problema ininteligible.

La objetividad espectral

Las metáforas siempre se han utilizado en la literatura, también en la ciencia, para mejorar la representación que tenemos de una cosa. Con la metáfora se trata de expresar una realidad por medio de otra realidad o representación entre las cuales hay ciertas semejanzas. En Sueños del Pabellón Rojo de Cao Xuequin, uno de los protagonistas dice: “la sospecha es como la sombra de una serpiente”. Sin duda que esta comparación nos ayuda a representarnos mejor la naturaleza de la sospecha. Veamos ahora el extracto donde Marx emplea la expresión “objetividad espectral”. Después de restarle el valor de uso al cuerpo de las mercancías, Marx dice lo siguiente: “Consideremos ahora el residuo de los productos del trabajo. No ha quedado de ellos nada más que la misma objetividad espectral, una simple gelatina de trabajo humano indiferenciado, es decir, gasto de fuerza de trabajo humana sin tener en cuenta la forma de su gasto”. He puesto en negrita lo que debemos considerar expresión metafórica. Lo primero que debe quedar claro es que la realidad que expresamos de forma metafórica es la siguiente: gasto de fuerza de trabajo humana sin tener en cuenta la forma de su gasto. Y esta realidad es expresada por medio de una metáfora: objetividad espectral. Lo que le sucede a Michael Heinrich es que se pierde en la metáfora y no se centra en la realidad de la cual aquella es una metáfora. No hay ninguna dificultad para captar la realidad que expresa la esencia del valor: gasto de fuerza de trabajo humana sin tener en cuenta la forma de su gasto.
¿Por qué Marx emplea la metáfora “objetividad espectral” para expresar el gasto de la fuerza de trabajo humana sin tener en cuenta la forma de su gasto? Por el proceso de abstracción que ha de realizarse para llegar a la conclusión que el valor es el gasto de fuerza de trabajo humana sin tener en cuenta la forma de su gasto. Cuando hablamos de la mercancía, debemos captarla en sus tres estadios: en la producción, en el mercado o intercambio y en el consumo. Aunque el proceso de abstracción lo realicemos por lo que sucede en el intercambio, no por ello debemos olvidarnos de las determinaciones que le corresponden a la mercancía en la sección de la producción y en la sección del consumo. Pensemos en una mesa de madera. Marx nos dice que a la mesa le restemos el valor de uso, esto es, le debemos restar las propiedades y utilidades que tiene. Es decir, le tenemos que restar  la madera, los clavos y la cola, además de las utilidades: que sirve para comer, estudiar, etc. Es obvio que la mesa ha desaparecido delante de nuestros ojos. Pero Marx nos advierte: si le restamos el valor de uso al cuerpo de las mercancías solo nos resta una propiedad, la de ser productos del trabajo. Marx nos retrotrae del intercambio a la producción. Ahora vemos al carpintero haciendo la mesa. Pero Marx no se queda ahí en el proceso de abstracción y nos advierte: como en la utilidad de la mesa está representado el trabajo útil, al hacer abstracción del valor de uso debemos hacer también abstracción del trabajo útil. Menos vemos ahora. Marx nos disuelve aún más la mesa. No veíamos la madera, ni los clavos, ni la cola de pegar, pero ahora tampoco vemos el serrucho, el martillo y el conjunto de movimientos que realiza el carpintero para transformar la madera en mesa. ¿Qué nos queda entonces? Respuesta: el gasto de la fuerza de trabajo sin tener en cuenta la forma de su gasto. Es decir, nos queda algo que está presente en el carpintero, en su subjetividad corporal, en su fuerza de trabajo. Dado entonces que Marx nos va reduciendo el cuerpo de la mercancía casi hasta la nada, es fácil de entender porque Marx utiliza una metáfora y lo llame objetividad espectral. No hay más que ver. No hay enigma. No hay oscuridad. En tiempo de Marx por espectro se entendía la imagen de las personas muertas que se presentaban en sueño o en la percepción perturbada por la representación. Y cuando hablamos de la imagen de una persona, hablamos de su valor aparente cromático al que se le ha restado su cuerpo.



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