domingo, 22 de diciembre de 2019

El proceso de valorización (Algunas aclaraciones)


Una cosa es el pensamiento y otra “el espíritu”. El espíritu es el nombre colectivo que uso para nombrar un sinfín de fuerzas subjetivas como, además del pensamiento, la conciencia, la inteligencia,  la percepción, la representación, el entusiasmo, la ilusión, el temor, la esperanza, la alegría, el ánimo, los impulsos, la contención, el sentimiento, la planificación y muchas otras potencias. En verdad los rendimientos intelectuales dependen de todas las potencias y fuerzas espirituales y no solo del pensamiento. Pero como sucede con todas las fuerzas naturales y sociales,  hay que saber cuánto las tenemos desarrolladas y capacitadas y cuánto control ejercemos sobre ellas. Aprendí por Nietzsche que el conocimiento también es un instinto. Hay que saber que no solo nuestras pasiones sino incluso nuestro pensamiento pueden estar fuera de control.  Así que el control sobre nuestras fuerzas y potencias subjetivas se vuelve decisivo en el rendimiento y éxito de nuestra actividad intelectual.

Me veo en la obligación de aclarar algunos aspectos del proceso de valorización por la insistencia de Ramón Galán al aplicar la teoría del valor al caso de la transformación de una plancha de cartón en caja de cartón. Según Ramón el valor del cartón antes de transformarse en caja se presenta como totalidad. Y cuando se transforma en caja, el cartón se presenta como parte del valor. Y concluye: “En este sentido y en términos de proceso, la plancha de cartón es totalidad y parte”. Esto no es así. Cuando único se presenta el valor del cartón como totalidad es cuando se compra: en el mercado. También se presenta como totalidad cuando está en el almacén y se contabiliza como existencia. Pero una vez que entra en el proceso de trabajo desde el primer segundo es parte del valor. ¿Por qué? Porque desde el primer segundo la fuerza de trabajo añade nuevo valor al cartón y no solo al final del proceso de trabajo. Así que desde el inicio del proceso de trabajo tenemos dos valores: el de la plancha de cartón y el de la fuerza de trabajo. Pero la cosa no queda ahí: el proceso de trabajo se realiza en una nave o inmueble. Y por ese inmueble hay que pagar un alquiler. Y el alquiler tiene dos partes: una parte representa la amortización del valor de construcción y otra la renta del suelo. Así que desde el primer segundo hay que incluir en el proceso de valorización como valor transferido la amortización del valor de construcción. Pero hay más: el inmueble tendrá instalaciones eléctricas, sanitarias (cañerías y desagües y todos sus complementos) y telefónicas. Así que desde el inicio del proceso de trabajo una parte de este valor tiene que ser transferido al producto final.  Si afinamos más, tendríamos que considerar que las instalaciones llevan un mantenimiento y se presentan como gastos que hay igualmente que transferir al producto final. Y seguimos con más: hay consumo de energía eléctrica, agua y telefonía que igualmente hay que transferir al producto final. Pero resulta que la empresa en cuestión no se financia con recursos propios sino que una buena parte de la inversión y del pago del circulante se hace mediante créditos de inversión, leasing y pólizas de créditos. Y por todo esto hay que pagar intereses y comisiones. De manera que desde el principio debemos tener en cuenta que nuestro proceso de trabajo tiene que crear un valor nuevo que cubra esos gastos. Con lo dicho basta. Observamos que el proceso de valorización es mucho más complejo de lo que a primera vista puede parecer y que desde el principio el valor de la materia prima es solo una parte del valor y en ningún caso se presenta como totalidad.
¿Por qué razón cuando debatía con Ramón en la serie titulada “El todo y las partes,…” no entré en este tema? Es evidente: porque nos salíamos del tema principal y transformábamos el debate sobre el todo y las partes en el debate sobre el proceso de valorización. Y el proceso de valorización no solo es otro asunto sino que supone otra clase de lectores con inquietudes intelectuales distintas. Por eso advierto y vuelvo a advertir: no vayan más allá de lo debido y no se metan donde no deban. Otra cosa distinta es si Ramón hubiera planteado que en otro marco de debate le gustaría dialogar y confrontar ideas sobre el proceso de valorización desde los conceptos de totalidad y parte.

(Todas estas ideas las adelanto para que Ramón y Jerónimo en las reuniones que iniciaremos en enero del año 2020 vayan preparados y pertrechados)




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