sábado, 8 de febrero de 2020

La disciplina que más necesita el ser humano

En el poema de Robert Frost titulado Una mascarada de la razón, Dios le dice a Job: “…la disciplina que más necesita el hombre es aprender a asumir su sometimiento a la sinrazón”. Dios añade que esto debe hacerlo tanto por el propio bien del ser humano como por el suyo propio, para que así no le resulte difícil aceptar órdenes de sus inferiores en inteligencia. Esto que Dios le dice a Job sucede en  muchos planos de la vida social, en el mundo de la empresa, de la familia y del Estado: sucede a menudo que las personas con menos inteligencia dan órdenes a las personas más inteligentes.


Pero yo ampliaré este concepto y afirmo que en muchas ocasiones la sinrazón manda sobre la razón, lo superficial sobre lo profundo, lo ocasional sobre lo regular, lo accidental sobre lo sustancial, la alienación sobre el control de las relaciones sociales, la imagen sobre la realidad, la maldad sobre la virtud, el mezquino interés individual sobre el loable interés social, la ostentación sobre la humildad, el caótico liberalismo sobre la regulación del mercado, la destrucción de puestos de trabajo y de capital sobre su conservación, el derroche sobre el ahorro, el infame interés capitalista sobre el interés de la economía estatal, la desproporcionada riqueza sobre la inhumana pobreza, los precios de monopolio sobre los precios regulados por la ley del valor, la desigualdad sobre la igualdad, los intereses de las grandes corporaciones sobre los intereses de las pequeñas empresas,  el poder de compra de las grandes empresas comerciales sobre los intereses industriales y agrícolas de las pequeñas empresas, el interés nacionalista sobre los intereses de clase,  y la barbarie sobre la cultura.

Este Dios que habla a Job no es revolucionario. Considera que al ser humano le es consustancial el mal y la sinrazón, y que estos aspectos como fuerzas ineluctables constituyen el lado dominante en el desarrollo de la vida humana. Y lo plasma así para que las personas acepten el mundo tal cual es y no quieran revolucionarlo; para que así en vez de buscar en el mundo de la tierra la liberación de todas sus ataduras de clase y de su múltiples alienaciones, se limiten a suspirar como criaturas agobiadas e impotentes, de tal modo que solo les quede como salida  anhelar la felicidad del más allá basada en la quietud, en el ser que se refleja en el ser, en el ser que es igual a sí mismo en todos los tiempos, manteniéndose en reposo sobre el principio de la identidad abstracta; negando así el cambio, el movimiento, la contradicción, cuando según afirma Hegel en su Ciencia de la Lógica “la contradicción debe ser considerada como lo más profundo y esencial de todas las cosas, ya que, frente a ella, la identidad es solo la determinación de lo simple inmediato, del ser muerto; en cambio, la contradicción es la raíz de todo movimiento y vitalidad; pues solo al contener una contradicción en sí, una cosa se mueve, tiene impulso y actividad”. Así que no le hagamos caso al Dios de Frost que le habla a Job aconsejándole que se someta a la sinrazón del menos inteligente, sino a Hegel y a su propuesta de la centralidad de la contradicción en el desarrollo de la vida, como el único modo de hacer un mundo más humano, aquí en la dulce, azulada y pletórica Tierra.

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