Hemos afirmado que el valor aparente de un ente es el conjunto de aspectos y detalles que constituyen su identidad. Pero una cosa es la identidad y otra la identificación. Para identificar un ente no necesitamos conocer la totalidad de los aspectos y detalles que constituyen su identidad, en muchas ocasiones nos basta solo con unos pocos. Oigo un ruido en la calle y afirmo: es un automóvil. En este caso llevo a cabo una identificación de clase, no de individuo. A cierta distancia veo a una persona caminar y, aunque no veo con detalle su cara, sé que es Manuel García. Estoy ante uno de los muchos valores aparentivos de Manuel García; y aunque el número de aspectos que puedo percibir es pequeño, es suficiente para poder identificarlo.
Recordemos al pintor del renacimiento. A seis metros
del modelo podía verlo en su totalidad, pero no podía ver los ojales y botones
al detalle. Por el contrario, cuando se acercaba a medio metro del modelo, podía
ver los ojales y los botones en detalle, pero no podía verlo en su totalidad.
Pensemos en la catedral de Estrasburgo. No hay manera de ver su valor aparente
al completo: tenemos que verla de frente, después por los laterales, y por
último por detrás. Pero es que, incluso viéndola de frente, no podemos
percibirla en su totalidad. Conclusión: no podemos ver el valor aparente de
objeto alguno, lo que vemos siempre son múltiples valores aparentivos.
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