(La importancia de ir de las cosas al lenguaje y no del lenguaje a las cosas. A veces hay que buscar la pura sencillez. Abandonar por unos instantes, que pueden ser días y semanas, la trascendencia y la complejidad. Permanecer por un tiempo en el ser material y que la mente claudique ante la exterioridad.)
Era martes. El cielo
estaba mayormente cubierto de nubes un tanto oscuras. En el horizonte hacia la
izquierda había unos claros donde se contemplaba un trozo de cielo color rosa
atenuado de amarillo. La virgen estaba planchando. Se veía de manera muy tenue
el Teide. A su izquierda se elevaba la montaña de Guía. Desde el horizonte a la
barra el mar era de un color azul tan profundo que se aproximaba al negro. De
la barra a la orilla, había marea baja, el mar era un espejo donde se reflejaba
el color rosa del horizonte. También se reflejaba en la arena humedecida de la
orilla. Había unos cuantos paseantes y una o dos personas estaban adentradas en
la quietud del mar.
En el paseo de la Playa
de las Canteras muchas personas hacían fotos con sus dispositivos móviles. Buscaban
eternizar la cromática apariencia en su lucha con la imperecedera e incolora
esencia. En cuestión de segundos esas fotografías estarían en manos de
familiares y amigos. Querían con ellas trasladarles la belleza del momento y el
disfrute y alegría que esa experiencia les estaba proporcionando. La madre de
Raquel observó el móvil con entusiasmo y vio la hermosa sonrisa de su hija. Gritó
a su marido: ¡Ven Ricardo, para que veas lo guapa que está tu hija y lo feliz
que se le ve! Lo necesitaba. Hacía tiempo que no estaba de vacaciones. Su salud
mental se estaba resquebrajando. Seguro que estará durmiendo mejor y estará
olvidada del trajín del trabajo. ¡Qué alegría! ¡Y a ver si deja de tomarse esas
malditas pastillas o disminuye la dosis!
No hay comentarios:
Publicar un comentario