Hace años yo solía ir dos veces por semana a almorzar a un pequeño restaurante. En dicho restaurante había una pareja de unos cuarenta años que se llevaban maravillosamente bien: siempre se les veía hablar entre ellos de forma muy cordial, se reían mucho y se trataban de manera exquisita. Un día me acerqué y les felicité. Les dije: Nunca, o en contadas ocasiones, había visto una pareja que se llevara tan bien. Y ella me respondió: es que no somos pareja. No tuve más remedio que sonreír. Por regla general las personas que más se extralimitan en el trato y se dicen cosas desagradables o se tiran puntas son las parejas. Fuera de la pareja, y sobre todo si es una persona que acabamos de conocer, todos nos esmeramos con un trato correcto y decoroso.
Una vez vi por la
televisión que una pareja estaba celebrando que llevaban juntos sesenta y cinco
años. El periodista le preguntó a la mujer cuál era el secreto de que ella y su
marido llevaran tanto tiempo juntos. Ella respondió: porque discutimos todos
los días. En otra ocasión le dije a una vecina que me alegraba que su amiga
tuviera pareja y que él parecía muy buen chico. Ella me respondió: “es
demasiado guanajo, no te discute nada, y así la pareja es poco animada. No me
gusta esa clase de hombres”. Y, por último: en cierta ocasión le pregunté a mi
peluquera, próxima a los cincuenta años, si no le gustaría tener pareja. Y me
respondió: claro que sí, para tener alguien con quien discutir. Así que la
discusión en pareja es un bien y no lo es tanto con las personas que acabamos
de conocer.
Digo todo esto para
indicar que cuando examinamos el significado y el sentido de algunas palabras,
no debemos separar el lenguaje de la vida, las locuciones de la persona A o B
siempre debemos presentarlas como parte de una o varias relaciones sociales. Y
el contenido de las relaciones sociales son muy diferentes. Y esta diferencia
de contenido en las relaciones sociales es la que crea las diferencias de
sentidos de las mismas palabras. Las palabras en sí mismas tienen el mismo
significado allá donde estén presentes, pero sus relaciones de sentido varían
con cada cambio de contenido en las relaciones sociales. No podemos examinar el
significado y el sentido de las palabras como si el lenguaje constituyera un
reino independiente. Una mujer llama a su marido, con el que lleva viviendo más
de cincuenta años y al que quiere mucho, cobarde. Un señor B que conoce a ese
marido desde hace diez años y con el cual tiene un trato sin mucho fondo lo
llama igualmente cobarde. La palabra “cobarde” tiene en ambos casos el mismo
significado, pero sus sentidos son muy diferentes.
El sentido de una palabra
lo constituye varias cosas: las relaciones sociales a la que pertenece, y los
sentimientos, las concepciones, los valores y el estilo de vida a los que está
vinculada esa palabra. Cuando la mujer llama cobarde a su marido, no por ello
deja de quererlo ni busca denigrarlo o hundirlo, busca que cambie de actitud
ante un problema cuya solución es decisiva para su vida. Las parejas por mucho
que discutan y se digan cosas desagradables, si llevan mucho tiempo juntos,
siempre tienden hacia la reconciliación. Mientras que cuando el señor B llama
cobarde al marido de esa mujer, al que no quiere ni le tiene aprecio, busca
denigrarlo y herirlo. Y en general no tiene ningún interés por la
reconciliación. Así que una cosa es el
significado de una palabra y otra el sentido. Y no puede hacerse un análisis
preciso y certero de las locuciones si no se tiene en cuenta el marco de
relaciones sociales del que forma parte esas locuciones, si no se tiene en
cuenta el resto de los componentes psicológicos presentes en la vida humana:
además del lenguaje, hay que tener en cuenta los sentimientos, la historia, los
valores y la ideología, entre otras cosas, que constituyen el contenido de una
determinada relación social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario