miércoles, 21 de mayo de 2003

El estudio de lo elemental

Te agradezco la cordialidad y la mesura con que siempre respondes a mis mensajes. Aunque en tu última respuesta no has podido evitar  un cierto enfado, manifiesto cuando dices que yo te acuso de coquetear con el idealismo. Puesto que afirmar y acusar no es lo mismo. No obstante, salvando estas diferencias insignificantes, quisiera aclarar algunas cosas elementales del saber filosófico.

Aunque los números fueron creados hace más de dos mil años, su esencia  vino a aclararse a principios del siglo XX de la mano de Gotlob Frege. Pero no sólo es eso, aunque los números sean ciertamente muy viejos, no podemos prescindir de ellos en nuestra vida diaria. Sabes, además,  que el conocimiento de los números y sus operaciones básicas sigue siendo un saber tan necesario como hace siglos. No todo lo viejo desaparece. Dicho de otra manera: lo nuevo se edifica sobre lo viejo y conserva parte de lo viejo. Igual sucede con Pavlov y su estudio de la actividad nerviosa superior. Aunque las ciencias del comportamiento hayan avanzado muchísimo, no por ello podemos prescindir del conocimiento de la fisiología del cerebro aportado por Pavlov. Me aconsejas que cuando me canse de leer a Pavlov, lea a pensadores modernos. Yo no vivo esa contradicción como la existente entre el conocimiento viejo y el conocimiento moderno, sino como la existente entre el conocimiento de las cosas elementales y la ignorancia sobre esas cosas elementales, que domina muchísimo en el pensamiento moderno. Igual sucede en el terreno de la Filosofía: hay muchos filósofos modernos que se dedican al estudio de las formas de conciencia más complejas, como puede ser el lenguaje humano, sin dominio riguroso de los problemas básicos de la filosofía y de la fisiología. Al igual que hay muchos semiólogos dedicados a estudiar la semiología del dinero sin conocimientos básicos de economía. Hay mucha apariencia de saber en muchos pensadores modernos, y mucho intento de ser originales, pero no dejan de ser unos especuladores que ignoran y desprecian el conocimiento de las cosas elementales. Es esta clase de pensadores quienes convierten los conceptos de materialismo e idealismo en palabras que no tienen firmemente fijado su sentido, pudiendo ser empleados de las formas más arbitrarias posibles.


Yo no creo en la realidad en sí. Quienes hablan de la realidad en sí son aquellos que se mueven con los esquemas mentales de Kant. Pero yo me muevo con los esquemas de Hegel y de Marx. Y la posición ontológica que en este respecto mantengo es la siguiente: todos los objetos tienen su esencia en otros objetos  y se manifiestan en otros objetos. La planta necesita del Sol para existir, y el Sol manifiesta su existencia en la planta. Así es nuestra existencia social: los unos necesitamos de los otros y los otros se manifiestan en los unos. Pero el hecho de que admita la interdependencia entre los objetos, sus relaciones de necesidad y de manifestación, no me debe llevar a borrar las diferencias que existen entre las cosas que interactúan, a no ver claro que una cosa es la planta y otra el Sol. Y de eso se trata, al menos en mi línea de pensamiento, de mantener claras las diferencias entre los seres reales y los seres ideales, como mantenemos claros las diferencias entre el hardware y el software de nuestro ordenador. El escepticismo viejo y moderno, moderado y radical, proviene de ese error filosófico, de no distinguir con claridad los seres reales de los seres ideales. Y la crítica a esa especie de escepticismo me viene, no del materialista Marx, sino del idealista Husserl. Y en palabras de este genial pensador moderno: los empiristas confunden el objeto de la percepción con las sensaciones expositivas. Los empiristas, como es el caso de Bertrand Russell, se niegan  a distinguir, a separar, el objeto que está fuera del espejo del objeto que está en el espejo, el objeto reflejado de la imagen, el ser real del ser ideal. Y ante esta negativa, los caminos y los vapores del pensamiento escéptico brotan por doquier, provocando la transformación de la realidad en un ente nebuloso y misterioso.

Los filósofos que toman la Física como la ciencia más segura y firme, la más apta para establecer una ontología, son aquellos pensadores que se han educado en tres determinadas ciencias naturales: la Física, la Geometría y la Lógica Matemática. Esto da como resultado una conciencia sensible abstracta  y creer que ‘objeto físico’ es la categoría más fiable para nominar a la realidad. Por el contrario, los filósofos que han hecho de la economía la ciencia más segura para catalogar a la realidad, como es mi caso, han encontrado en el concepto de valor de uso el concepto más adecuado para nominar a la realidad. Por medio de ese concepto se une al sujeto con el objeto, puesto que en la definición del concepto de valor de uso se incluye al sujeto. Por valor de uso se entiende una cosa que por sus propiedades puede satisfacer necesidades humanas. La cosa que está ahí fuera no sólo es que exista, sino que es necesaria para que el hombre exista como ser vivo. El hombre está unido a la realidad por la necesidad y porque él mismo es realidad. Con este concepto se une el hombre con la realidad y se presenta como parte de la realidad. Pero las cosas que necesita el hombre no le caen del cielo, sino que tiene que producirlas. Ahora lo que está ahí fuera no sólo es que exista, sino que es obra del hombre, una manifestación suya. Así que por medio del trabajo, entendido como objetivación del sujeto y elaboración del objeto, el hombre está aún más unido a la realidad y se muestra como la principal realidad.

30 de octubre de 2003.    

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