Cuando hablamos de objetos realizamos procesos cognitivos. Ahí estamos de acuerdo. Pero la clave para mí está en la función de esos procesos cognitivos: ¿Describen aspectos que están en el objeto o añaden aspectos que no están en el objeto? ¿Ayudan a que el objeto se vea más claro o lo oscurecen?
Partamos de la base que la Semiótica es la ciencia que estudia el significado en toda su integridad. Y ese estudio puede incluir el análisis del origen y constitución de los significados.
Pasemos a los ejemplos. Le pregunté a mi hija: ¿Qué significa que Dios está en los cielos? Y me respondió: eso, que Dios está en los cielos. Como observarás, aquí no se añade nada al objeto y es posible que no sea necesario añadir nada para explicarlo. Otra cosa es que nosotros queramos indagar más en la representación que tiene mi hija de lo que ha respondido y le preguntemos ¿A qué te refieres cuando hablas del cielo? ¿A qué te refieres cuando hablas de Dios? Y nos responderá: pues eso, al cielo y a Dios. Nos remite a lo que dice sin ir más allá. La mayoría de los creyentes –mi hija no lo es –no reflexionan sobre el ser y la existencia del cielo y de Dios. Como verás, seguimos sin ir más allá. Y si queremos ir más allá, debemos comprobar si podemos hacerlo. Pero si los creyentes no poseen una representación de Dios y de su reino enriquecida mediante la reflexión teórica, el significado de Dios y del cielo será su significado general. Estamos procediendo con método y no hemos añadido nada que no esté en el objeto y en sus usuarios.
Pasemos a otro ejemplo. En el capítulo Sueño de la noche de Walpurgis de la obra de Goethe titulada Fausto, hay un personaje que se llama Idealista que dice lo siguiente: “La fantasía tiene esta vez demasiado poder sobre mis sentidos. Cierto, si lo soy todo, hoy soy un loco”. Supongamos que le doy rienda suelta a mi pensamiento contingente, al pensamiento que se mueve no en función de la necesidad sino de los parentescos significativos y representacionales y en su más amplio sentido. Y digo: idealismo, platonismo, bekerleysmo, hegelianismo, muerte de los sentidos, reino de lo fantástico, oscuridad sensorial. Y con estas categorías genero algunas afirmaciones, como por ejemplo esta: “Al incurrir la fantasía platónica y hegeliana sobre los sentidos de los hombres, estos perdieron el sentido de la tierra y dejaron de ver a la realidad tal cual es, sobrevino entonces la oscuridad sensorial y resultó que se volvieron locos. Se aproximaron a ese abismo que hoy abate al hombre y lo angustia: El infierno de la locura mefistofélica”. A esto llamo pensamiento contingente. Un pensamiento que termina por ocultar el objeto y por hacer más difícil su representación. Un pensamiento que termina creando un objeto al lado del objeto que supuestamente tenía que representar. Todas las ciencias, incluida la Semiótica, debe mejorar nuestra representación del objeto, pero con estos procedimientos no se logra ese propósito.
Objeciones. Primera objeción: Los idealismo de Platón Berkeley y Hegel son distintos. Y ninguno de los tres es un idealismo basado en el imperio de la fantasía sobre los sentidos. Segunda objeción: El hecho de que la fantasía tenga mucho poder sobre los sentidos no supone ni la muerte de los sentidos ni la oscuridad sensorial. La fantasía puede ser, y en general lo es, muy luminosa.
En vez de hablar de un modo contingente puedo hacerlo de un modo necesario y sólo decir lo que hay en el texto. Y así digo: cuando la fantasía se impone sobre los sentidos se incurre en idealismo. Esto le ocurrió, como ejemplo paradigmático, a Alonso Quijana. Y cuando esto ocurre y en su modalidad extrema y continua damos con un loco.
Culmino: no hay que poner en el objeto cosas que no hay en el objeto y no debemos decir demasiadas cosas para así evitar ocultar al objeto. No nos separemos nunca del objeto o retornemos de continuo a él. Y no lo cambiemos, bajo el imperio de la contingencia, por otro objeto.
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