¡Ay de ti!, Claudio Guerri, que reconoces que no puedes evitar decir muchas cosas de los objetos. Ya sabía de tu incontinencia y de tus excesos verbales. No es la primera vez que me colmas de oprobios, pero ya no te lo tengo a mal. Es tu sino. Lo peor, inefable Claudio, no es que se digan muchas cosas de un objeto, sino que se digan de manera torcida y oscura.
Sabes bien que en el mundo de los hombres y las mujeres hay excesos, despilfarros, desmesuras, mientras en otros polos hay pura necesidad y donde no sólo faltan palabras sino que no se puede ni tan siquiera proferirlas. ¡Ay!, Claudio Guerri, para qué se quieren palabras sino no se tiene nada, si no se tiene siquiera un trozo de pan para llevarse a la boca.
Tal vez esos excesos de riqueza son los que han provocado los excesos de palabras, y que son usadas por los secuaces de las clases dominantes para ocultar, para sepultar, para hacer imposible la percepción clara de las cosas. Tal vez llegue una nueva generación de semiólogos que barran todos los escombros lingüísticos que hoy cubren a los objetos y los hace irreconocibles, incognoscibles, indescifrables. ¡Ay de ti!, Claudio Guerri, que no haces caso a Alá y a sus advertencias, y te adentras temeroso en la oscuridad y en el caos.
Acércate a los objetos y no viertas sobre ellos tus cúmulos de ofensivas y torcidas palabras, deposita sólo a sus pies sus nombres, y conténtate con contemplarlos. Sabes también, inefable Claudio Guerri, que hay hombres y mujeres que sólo saben hablar y hablar, pero que nunca hacen nada. Tal vez ha llegado la hora no de hablar del objeto sino de transformarlo. Que sean tus manos y no tu lengua quienes le proporcionen el significado y el sentido a los objetos del mundo.
Y mientras tanto, amigo mío, se feliz, “hasta que llegue el destructor de las dulzuras, el separador de las multitudes, el aniquilador de los palacios, el constructor de las tumbas”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario