Hagamos un retrato concreto de una situación objetiva. Me encuentro en el paseo de la playa de las Canteras. Estoy desayunando con mi pareja en una terraza en una mañana soleada. Oímos el mar. Vemos cómo las olas se elevan y rompen sobre la orilla. Vemos a hombres y mujeres caminando sobre la arena. Admiramos en el horizonte el pico nevado del Teide. Delante de nosotros, al lado de la barandilla, un grupo de extranjeros desayunan mientras hablan y ríen. Hay mesas, sillas y sombrillas. Hay vasos con zumo de naranja, tazas con café, y platos con sándwiches y churros. El sentido de la vida no es otro que el constituido por esta totalidad de la que nosotros somos parte. La vida es posible como vida en esa totalidad.
Cada ente de esa totalidad tiene su sentido en esa totalidad. El sentido pertenece a la totalidad y cada parte tiene ese sentido de modo diferente. Pero hay más: cada parte de esa totalidad está en mí, ha llegado a mí a través de los sentidos, y ha llegado durante muchos años. Así que esas partes están igualmente en mi memoria. Las personas que veo pasear por la playa o desayunar delante de mí son individualmente otras, pero en su papel, en cuanto clases, son las mismas que las que vi ayer o el año pasado: paseantes o extranjeros desayunando. Así que algunas partes de ese todo también están en mí en la forma del concepto. Si bien objetivamente yo soy una parte de ese todo y tomo el sentido de ese todo, subjetivamente todas las partes de ese todo están en mí. Subjetivamente yo soy ese todo.
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