Uno de los problemas que de ningún modo tratan los
economistas convencionales es el
enriquecimiento de la clase capitalista. Incluso aquellos enriquecimientos que
a la vista de todos resultan fuera de lo común no merecen su atención. En
palabras del propio Krugman: “…hasta hace muy poco imperaba entre muchos
economistas la sensación de que los ingresos de los muy ricos no eran materia
adecuada de estudio, pues se trataba de una cuestión más propia de los
sensacionalistas obsesionados con los famosos, y no de las páginas de una
publicación económica seria”. Resulta cuanto menos curioso que la economía que
trata de cómo se produce y se distribuye la riqueza deje de lado el
enriquecimiento de los dueños y gestores de los medios de producción. Pues
bien, me ha resultado muy grato comprobar que Paul Krugman, en el capítulo La segunda edad de oro de su obra Acabad ya con esta crisis, se ocupe de
esta cuestión. Como considero que este asunto es clave en economía, analizaré
el capítulo reseñado con todo el detenimiento necesario. No debemos
desaprovechar esta oportunidad. Contribuyamos a que los ingresos de los muy
ricos sea no sólo un asunto de sensacionalistas obsesionados con los famosos,
sino también y muy especialmente un asunto clave de publicaciones de economía
seria. Les llamo la atención sobre el hecho de que Krugman se refiere en
exclusividad a los ingresos de los grandes ricos que pertenecen al mundo
financiero, pero en verdad la mirada de
la economía debería detenerse en toda clase de ingresos. En
materia de ingresos hay que hablar siempre en términos relativos, o lo que es
lo mismo, en términos comparativos. Y
sobre el análisis comparativo de todos los ingresos de un país se podría
determinar después a partir de que cantidad se considera un ingreso desproporcionado o “escandaloso”.
El concepto de irracionalidad
La lucha entre lo racional y lo irracional se ha
presentado como una lucha entre los reformistas y los neoliberales. Mientras que
los neoliberales creen en un mercado perfecto donde los compradores y los
vendedores no influyen en la determinación de los precios, los reformistas no
creen en la competencia perfecta. Mientras que los neoliberales creen en
agentes económicos racionales que saben predecir con total exactitud el valor
futuro de las variables económicas, los reformistas no creen en el predominio
de la racionalidad en los agentes económicos para todas las situaciones. Los
hechos económicos recientes, la burbuja inmobiliaria y la no predicción de la
crisis que nos azota desde el año 2008, prueban que los reformistas tienen
razón: no existe el mercado competitivo perfecto y la racionalidad no es la
única ni la principal fuerza subjetiva que debemos considerar en los agentes económicos.
Pero no es a esta irracionalidad a la que yo voy a
referirme en este trabajo. Me refiero más a la irracionalidad que se demuestra
en miles de hecho del sistema capitalista y que tiene que ver en lo fundamental
con la distribución de la riqueza. Tal vez el más importante y el más llamativo
sea el enriquecimiento desproporcionado de algunas minorías. Les doy un dato
proporcionado por Krugman: “En 2006, los veinticinco administradores mejor
pagados ganaron 14.000 millones de dólares: tres veces la suma de los sueldos
de los ochenta mil maestros de escuela de la ciudad de Nueva York”. Dicho de
otro modo: el trabajo de 9.600 maestros de escuela equivale al trabajo de uno
de esos administradores afortunados. Esto es una irracionalidad. Hay una
manifiesta desproporción. El concepto de desproporción es un concepto relativo:
incluye dos factores que se comparan. En este caso comparamos a los
administradores de fondo de cobertura con los maestros de escuela. Así que el concepto de irracionalidad incluye
dos contenidos fundamentales: desmesura y desproporción.
La impresión
Paul Krugman empieza su narración con un pequeño
fragmento escrito por Nina Munk en la revista Vanity Fair de julio 2006,
donde se habla de las escandalosas fortunas de Greenwich en Connecticut.
Empieza diciendo que “poseer y mantener una casa del tamaño del Taj Mahal es
caro” y nos ofrece algunos datos al respecto: enmoquetar un dormitorio cuesta
74.000 dólares, los gastos en ferretería por cada habitación pueden ascender a
10.000 dólares, y las cortinas de una sola habitación cuestan entre 20.000 y
25.000 dólares. Según parece aquí vivían los grandes magnates de principios del
siglo XX, pero con la llegada de la posguerra pocos han podido seguir
manteniendo estas mansiones. Hasta que han llegado unos nuevos magnates, los
administradores de los fondos de cobertura (hedge funds), y han dado nueva vida
a Greenwich.
De las mansiones Paul Krugman pasa a darnos algunos
datos de estos magnates. Nos dice que estos gestores cuentan con uno ingresos
tan elevados, si no más, que los de los capitalistas sin escrúpulos de antaño. En
el año 2006 los veinticinco administradores mejor pagados ganaron 14.000
millones de dólares. Ganaron tres veces la suma de los sueldos de los ochenta
mil maestros de escuela de la ciudad de Nueva York. Dicho de otro forma: cada
administrador ganó en un año lo que ganaron 9.600 maestros. Sin duda que es una
irracionalidad: una desproporción colosal en la distribución de la riqueza.
No se resiste Paul Krugman a darnos un último dato:
Larry Feinberg, uno de esos gestores, “compró una casa de 20 millones de
dólares sólo para derribarla: sus planos de construcción preveían una mansión
de 2.859 metros cuadrados”. Esto es una
clara manifestación de desmesura y, por tanto, debe ser señalado como
manifestación irracional del sistema capitalista.
Hasta aquí la impresión de Paul Krugman sobre unos
hechos relacionados con la extrema acumulación de riquezas por parte de una
minoría. No hablo en principio de cuál debería ser la respuesta por parte de
una izquierda que cree en la distribución justa de la riqueza. Dejémoslo para
más adelante.
Antes de seguir adelante:
el concepto de valor
Para no dejar pendientes todas las respuestas que
tenemos que formular a las concepciones de Krugman y a quienes critica, debemos
definir por enésima vez el concepto de valor. Las cosas tienen valor –no
confundirlo con el valor de uso –porque en ellas se ha gastado fuerza de trabajo.
Sólo se trata de saber que cada valor de uso que percibamos contiene una
determinada cantidad de trabajo coagulado. Nada más y nada menos. De manera que
en el ejemplo anterior y fiel al mundo mercantil debemos decir que el trabajo de
uno de aquellos administradores de fondo de cobertura a los que se refirió
Krugman equivale al trabajo de 9.600 maestros. Dicho de otro modo: cada uno de
estos administradores se apropia anualmente del trabajo de 9.600 maestros.
Preocupación, interés morboso
y fascinación
Después de haber descrito las enormes mansiones y
los desmesurados ingresos de los gestores de los fondos de cobertura, Paul
Krugman se expresa en los siguientes términos: “Pero ¿por qué tendríamos que
preocuparnos? ¿Se trata solo de un interés morboso? Bien, no negaré que existe
cierta fascinación hacia los estilos de vida de los ricos y fatuos. Pero
también hay otra cuestión de mayor
calado”. A un marxista esta forma de expresarse tiene que inevitablemente molestarle
en lo más hondo de su corazón. La riqueza amasada por los gestores de los
fondos de cobertura sólo es explicable como apropiación de muchísimo trabajo
ajeno. Así que a los marxistas esa situación económico-social nos indigna, nos
resulta inadmisible, porque es un atentado gravísimo contra el derecho de
propiedad basado en el trabajo propio. Por otro lado, la fascinación y el interés morboso que sienten
ciertos sectores sociales por el modo de vida de los ricos no es más que una de
las tantas expresiones de una conciencia enajenada, una conciencia que no
domina las relaciones económicas entre los hombres, sino que vive sometida a su
imperio cosificador.
Desregulación bancaria y
crecimiento económico
Según Eugene Fama, un notable teórico de las
finanzas de la Universidad de Chicago,
en la época posterior a la desregulación financiera se vivió un
crecimiento extraordinario. Krugman lo niega: afirma que en la época de la
regulación financiera se creció más que en la época de la desregulación.
Entonces a qué se debe que Fama crea que EEUU vivió ese supuesto crecimiento.
Krugman responde: quizá al hecho de que algunas personas experimentaron
realmente un crecimiento extraordinario en sus ingresos. Según Krugman a la
súperelite le fue francamente bien después de producirse la desregulación: sus
ganancias crecieron en un 660 por 100. Krugman se aproxima por este camino a
una pregunta que debería plantearse con mayor generalidad: ¿a quiénes y en qué
proporción van a parar los frutos del crecimiento? Krugman sólo se fija en el 1
por 100, pero los marxistas debemos
fijarnos en el 30 por 100. O mejor: debemos fijarnos cómo se distribuyen los
frutos del crecimiento entre todos los ciudadanos. La injusticia en esta
materia tiene muchos grados y niveles. Y cuidado con los porcentajes en estos
temas. Aquí son básicos los términos absolutos. Supongamos el caso de una
persona que gana 1000 euros y de una persona que gana 3 millones de euros. Supongamos que a ambos el
crecimiento económico le haya proporcionado un incremento del 10 por 100. Si
pensáramos como Krugman, diríamos que a ambos el crecimiento económico les
benefició por igual. Pero no es así. En el caso de la persona que gana 1000
euros, ese incremento asciende a 100 euros; mientras que en el caso de la
persona que gana 3 millones de euros, ese incremento asciende a 300.000 euros.
Es decir, en términos absolutos, el más rico ha visto incrementar sus ingresos
trescientas veces más que el más pobre. De ahí la importancia de hablar en
términos absolutos cuando hablamos de los ingresos y de la distribución de los mismos en función
del crecimiento económico. No sólo Krugman, sino todos los economistas
convencionales hablan preferentemente en términos porcentuales cuando se
refieren al crecimiento económico en su manifestación en la distribución de la
riqueza. De acuerdo con nuestro ejemplo un mismo porcentaje en términos de
incremento de ingreso provoca una
notable diferencia de ingresos en términos absolutos.
La teoría apologética de
la desigualdad
Krugman empieza exponiendo la teoría que justifica
los enriquecimientos desproporcionados: “…allá en 2006, Ben Bernanke, el
presidente de la Reserva Federal, pronunció un discurso sobre la desigualdad
creciente en el que sugería que la historia se resume en que la cabeza formada
por el 20 por 100 de los trabajadores (con estudios muy superiores al resto)
estaba dejando atrás al 80 por 100 (la cola, con una formación muy inferior). Y,
a decir verdad, la historia no es falsa del todo: en general, cuanto más
formación tiene una persona, mejor le ha ido en estos últimos 30 años. Los
sueldos de los estadounidenses con formación universitaria han subido en
comparación con los de los ciudadanos
que se quedaron en el bachillerato; y los sueldos de los estadounidenses con un
título de posgrado han subido en comparación con los que solo tienen una
licenciatura”.
Aquí Krugman es inconsecuente. No es una simple
teoría de la desigualdad, sino una teoría apologética de la desigualdad.
Debemos aceptar que las personas que tengan mejores aptitudes y mejor formación
ganen más que las que tienen aptitudes peores y peor formación. Esto nadie lo
pone en duda. La cuestión es el grado de
esa desigualdad: que una persona que tenga la mejor formación gane hasta veinte
y treinta veces más que la persona que tenga la formación básica, es razonable,
es justo. Pero lo que no es justo ni razonable es que gane mil y un millón de veces más. Y esto es lo que en
realidad sucede. Krugman se queda a medio camino. Lo inició con esta pregunta:
¿cómo repartimos los beneficios producidos por el crecimiento económico? Pero sólo apunta hacia un blanco: los
gestores de los fondos de cobertura. Pierde de vista a la clase capitalista en
su conjunto. Y ahí está su inconsecuencia y las limitaciones de su percepción
del mundo. Le faltan conceptos marxistas, fundamentalmente el concepto de
valor, que solo dice que cada uno debe ganar en proporción a lo que aporta a la
sociedad.
¿Por qué los ricos se hicieron
más ricos?
Si bien Krugman defiende de forma general la teoría
de la desigualdad basada en las aptitudes y en la formación, no la defiende en
el caso que nos ocupa. Según Krugman los verdaderos beneficios del crecimiento
económico no fueron a parar a las personas mejor preparadas, sino a “un puñado
de personas muy adineradas”. Le molesta que los beneficios del crecimiento
económico estuvieran tan mal repartidos, que tuvieran ese carácter tan
oligárquico. Pero en general el sistema capitalista se caracteriza por repartir
de forma muy desigual los beneficios del crecimiento económico en todas sus
épocas y no sólo en esta de hegemonía del sector financiero. Nos proporciona
datos sobre el crecimiento de la desigualdad durante el periodo 1979 – 2007. El
20 por 100 del que hablaba Bernanke vio aumentado sus ingresos en un 65 por
100. A las familias de la zona media les fue la mitad de bien, esto es, vio
aumentado sus ingresos en un 32 por 100. Y el 20 por 100 del sector inferior
sólo vio aumentado sus ingresos en el 18 por 100. Mientras que al 1 por 100 de
la cúspide vio aumentar sus ingresos en un 277,5 por 100. Les recuerdo el error de base de Krugman:
habla en términos relativos, no en términos absolutos. Si las familias de la zona media vieron
aumentado sus ingresos en un 32 por ciento y el 20 por 100 del sector inferior
vio aumentado sus ingresos en un 18 por 100, la distancia entre la zona media y
el sector inferior ha aumentado. Luego la sociedad estadounidense es más
desigual en todos sus ámbitos de rentas y no sólo entre el 1 por 100 y el
resto.
¿Por qué al 1 por 100 de
la cima le fue tanto mejor que al resto (y aún más en el caso del 0,1 por 100)?
Empieza Krugman afirmando que entre economistas se
trata de una cuestión sin resolver. No sólo está sin resolver por qué al 1 por
100 le va mejor que al resto, tampoco está sin resolver por qué unas personas
se enriquecen y otras se empobrecen. Krugman ha dado un paso decidido al
cuestionar la legitimidad de ciertos enriquecimientos desproporcionados, pero
no sabe con exactitud en que terreno se adentra. Si lo pensara mejor, si
atacara los problemas por la raíz, sabría que su planteamiento lo lleva a cuestionar
la propiedad privada.
Krugman añade que las razones de las dudas sobre
cómo explicar que el 1 por 100 le fuera tanto mejor que al resto son
reveladoras. Y estas son las dos dudas que expone: en primer lugar, entre los
economistas dominaba la idea que los ingresos de los muy ricos no era una
materia adecuada de estudio; y en segundo lugar, a pesar de todo se tomó
conciencia de que los ingresos de los ricos están en el meollo de lo que está
pasando en la economía y en la sociedad de los Estados Unidos.
Añade Krugman que desde que los economistas
empezaron a tomarse en serio al 1 por 100, comprobaron que este asunto era
“incómodo” en dos sentidos: uno, porque generaba una cruenta lucha política, y
dos, porque las herramientas teóricas de los economistas no sirven para
analizar los ingresos de ese 1 por 100.
Dicho en otros términos: el análisis de los ingresos de los ricos
tropieza con dos escollos muy serios: una, la lucha de clases, y dos, la
insuficiencia de la economía convencional para explicar por qué los ricos son
tan ricos. Con respecto a la primera cuestión Krugman se expresa en estos
términos tan ilustrativos: “…la distribución de los ingresos entre los de
arriba es una de las áreas en las que cualquiera que levante la cabeza por
encima del parapeto se encontrará con ataques violentos de los que vienen a ser pistoleros a sueldos,
protectores de los intereses de los ricos”. Y con respecto a la siguiente
cuestión dice esto otro: “De lo que sabe más mi profesión es de oferta y
demanda; sí, la economía se ocupa de muchas más cosas, pero esta es la primera
herramienta, y la principal, de los análisis. Y los receptores de ingresos tan
elevados no viven en un mundo de oferta y demanda”. No sólo los receptores de
ingresos tan elevados viven fuera del mundo de la oferta y la demanda, sino
muchísimos sectores sociales. Observen que el gran paso adelante de Krugman
consiste en cuestionar la legitimidad de los enriquecimientos del 1 por 100 de
la población estadounidense, pero su inconsecuencia estriba en no extenderla a
toda clase de enriquecimiento más allá de lo razonable. De ahí la importancia
de señalar cuál es el límite razonable del enriquecimiento personal.
El producto marginal
Según la teoría económica convencional en un mercado
competitivo a cada trabajador se le paga por su producto marginal: la cantidad
de unidades de producción que cada trabajador añade a la producción total. Si
esto fuera así, si a los trabajadores de les pagara todo lo que producen, no se
produciría plusvalía: beneficio, interés y renta del suelo. El concepto de
producto marginal como herramienta teórica para explicar los salarios es muy
deficiente, pero no es el asunto que ahora nos preocupa de manera central. Así
que vamos a dar por válido que dentro de la economía convencional cumple con la
función de explicar los ingresos.
No obstante, Krugman se pregunta: “¿cuál es el
producto marginal de un gran ejecutivo, de un administrador de fondos de
cobertura o, a este respecto, del abogado de una gran corporación?” Y responde:
“Nadie lo sabe de hecho”. Muy bien. Krugman ha dado un paso decisivo y
consecuente: no hay herramienta de la economía convencional que nos permita
explicar cómo se enriquece una parte muy importante de la clase capitalista. No
sirven para analizar estos enriquecimientos dos de las herramientas claves de
la economía convencional: la ley de la oferta y de la demanda y el concepto de producto marginal. Krugman da un paso más en
su crítica a estos sectores de las clases capitalista: si se observan cómo se fijan
los ingresos de esos sectores, nos encontramos con que tiene poco que ver con
su contribución económica.
Inconsecuencia práctica y
teórica de Krugman
Escuchemos a Krugman: “Es probable que, llegados a
este punto, alguien diga: “¿Y qué hay de Steve Jobs o de Mark Zuckerberg?
¿Acaso no se hicieron ricos creando productos de valor? Y la respuesta es: sí.
Pero entre el 1 por 100 de los de arriba, o incluso entre el 0,01 por 100 de
los de más arriba, hay muy pocos que hayan hecho así su dinero”.
Les recuerdo que cuando Krugman evaluaba la riqueza
de los administradores de los fondos de cobertura los comparaba con lo que
ganaban los maestros de escuela de Nueva York. Sólo así se podía observar los
desproporcionados ingresos de esos administradores. Esto que hizo Krugman con
dichos administradores, debió hacerlo con la riqueza de Mark Zuckerberg. Según
la revista marketingdirecto.com, fechada el 3 de enero de 2011, después que
Facebook recibiera una inyección financiera de 500 millones de dólares por
parte del grupo Goldman Sachs, la fortuna personal de Mark Zuckerberg se elevó
a 15.000 millones de dólares. Si tenemos en cuenta que Facebook se creó en
febrero del año 2004, Mark Zuckerberg ha percibido anualmente 2.142 millones de
dólares. Dicho en términos comparativos: los ingresos percibidos por Zuckerberg
en un año equivalen a los sueldos percibidos por 2.667.000 personas que viven del sueldo base. ¿Cómo
explicar que el trabajo de una sola persona valga lo que vale el trabajo de más
de dos millones y medio de personas? En función del trabajo realizado no puede
explicarse. Tampoco por el concepto de producto marginal. Aquí es donde radica
la inconsecuencia práctica de Krugman. En el fondo no está en contra de los
enriquecimientos desproporcionados e ilógicos, sino sólo contra de los de
aquellas personas que pertenecen al mundo financiero.
Pero supuestamente, a juicio de Krugman, el enriquecimiento de Zuckerberg tiene un
concepto que lo expresa adecuadamente: producto de valor. Nos dice Krugman que
el fundador de Facebook se ha hecho rico porque ha creado productos de valor.
Aquí se destaca la inconsecuencia teórica de Krugman: no ha elaborado
previamente el concepto de valor. No sabemos que debemos entender por “producto
de valor”. El lector puede ojear el índice del libro que sobre microeconomía
escribió Krugman con Robin Wells y podrá comprobar que no hay ningún capítulo
dedicado al concepto de producto de valor. ¿No hablaba Krugman de que los
economistas deberían prestarle atención a los ingresos de los ricos? ¿No decía
que las herramientas que usaban los economistas, la ley de la oferta y la
demanda y el concepto de producto marginal, no servían para explicar los ingresos
de los ricos? Entonces a qué viene introducir bajo cuerda un concepto no elaborado
y en todo caso tan poco preciso como el de producto de valor para justificar el
irracional ingreso de Zuckerberg. Pues sencillamente a que su piel burguesa le
impide ir más allá de los límites del modo de producción burgués. Tendría que
despojarse de los prejuicios de este mundo. Debería atreverse a pensar que
puede haber otro mundo que no sea el capitalismo. Lo hubo en el pasado y en
buena lógica debería haberlo en el futuro. Pero la sociedad estadounidense es
tan conservadora, sus redes ideológicas son tan poderosas, que hasta mentes tan
destacadas como las de Krugman son incapaces de ir más allá del capitalismo.
La ilegitimidad de los
desproporcionados ingresos de los altos ejecutivos pertenecientes al mundo
financiero
Veamos los argumentos de Krugman en contra de estas
malas prácticas. Hay que distinguir entre los fundadores de las empresas y los
altos ejecutivos de dichas empresas. Krugman cree que los fundadores de una
empresa deberían tener más derechos económicos que el cuerpo dirigente. Primer
argumento: El conjunto retributivo de los altos ejecutivos lo decide un comité
donde todos están interesados en lo mismo: ganar lo máximo posible. Así que
ninguno se opondrá a que el otro gane un sueldo exagerado cuando a él le
sucederá lo mismo. Esta es la primera cuestión
a tener claro: no hay control alguno sobre las retribuciones de los
altos ejecutivos, los mismos que andan pregonando sobre la necesidad de bajar
los salarios, aumentar la jornada laboral y reducir el Estado del bienestar.
Segundo argumento: Las ganancias de los altos
ejecutivos están infladas en relación a sus verdaderos logros. “Los
administradores de los fondos de cobertura, por ejemplo, tienen honorarios
dobles: cobran por el trabajo de administrar el dinero de otras personas y se
llevan asimismo un porcentaje de sus beneficios. Este último hecho, que se
lleven un porcentaje de los beneficios de los dueños del dinero, es un poderoso
incentivo para que los administradores de fondos de cobertura realicen operaciones
muy arriesgadas”. Esta es la segunda cuestión a tener clara: ¿cómo medir la
contribución de cada sector social a la creación de la riqueza y cómo medir
cuánto deben percibir en concepto de conjunto retributivo?
Expropiación de valor
ajeno
Escuchemos a Krugman: “Una cosa más: aun cuando los
especuladores sin escrúpulos han hecho ganar dinero a los inversores, en varios
casos importante no lo hicieron generando valor para la sociedad en su
conjunto, sino, al contrario, expropiando de hecho valor a otros actores”.
Así es la lógica de la bolsa: la ganancia de unos es
la pérdida de los otros. Pero también sucede lo mismo en el mercado de la deuda
soberana: los intereses que cobran los inversores son los gastos que deben
pagar los pueblos. Y así con todas las formas del capital. No es exclusivo de
las operaciones especulativas apropiarse de valor ajeno, sino que constituye la
esencia misma del capitalismo. Los beneficios (o dividendos), los intereses, la
renta del suelo y los sueldos desproporcionados no son más que trabajo ajeno
apropiado por sus no creadores.
Restricción por escándalo
Según Paul Krugman los ingresos de los más ricos se
dispararon a partir de 1980. A su juicio
la explicación debe buscarse en parte en la desregulación financiera. Empezó en
el mundo de las finanzas y por efecto contagio se extendió a otros ámbitos
empresariales. A este respecto Krugman nos habla que Lucian Bebchuck,
investigadora de la facultad de Derecho de Harvard, sostiene que “la principal
limitación en el sueldo de los administradores es la restricción por
escándalo”. Y lleno de este argumento nuestro aclamado economista concluye que
desde 1980 se ha creado un clima político de tal laxitud que debilitando la
fuerza restrictiva del escándalo ha hecho posible los sueldos desproporcionados
y fuera de control.
Qué sociología más superficial. ¡Restricción por
escándalo! No sería más exacto y más profundo decir que esta posibilidad se da
bajo el predominio del modo de producción capitalista. No sería más exacto
decir que estos enriquecimientos desproporcionados son causados por la
propiedad privada. Los sueldos de los futbolistas y de los deportistas en
general se han disparado también a partir de esas fechas. ¿Por qué? En primer
lugar, por la globalización, cuyo significado principal estriba en que la
potencia social del mercado ha crecido de una forma colosal y su aprovechamiento ha quedado en manos
privadas. Y en segundo lugar, porque las grandes marcas mediante la publicidad
y los grandes medios de comunicación mediante la emisión de los eventos deportivos
han explotado al máximo las necesidades de enajenación de las grandes masas
sociales. Toda esa magia, todo ese endiosamiento de los grandes y nuevos ricos,
donde hay que incluir a los deportistas, desaparecería con el predominio de la
propiedad pública. Se vería así que “la restricción por escándalo” de los
grandes ingresos no es más que la más banal de las teorías sociológicas creada
por una sociedad incapaz de ver más allá de su enajenado mundo capitalista.
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