jueves, 2 de enero de 2014

Los nombres, lo particular, lo general y la existencia

Pregunta Yolanda Pérez si los nombres son figuras ideales. Partamos de la idea de que todo es complejo, que todo está sometido a desarrollo y que no debemos dejar cosa alguna como sabida de forma absoluta. A ninguna pregunta se puede contestar de un modo simple y desde un solo lado. Las cosas experimentan transiciones y están salpicadas de matices. La relatividad del ser de las cosas no es más que el reconocimiento de que las cosas están interrelacionadas y experimentan influencias y modificaciones mutuas. Nada es de una determinada manera para siempre: ni el ser ni el pensamiento que lo concibe.
 
Cuando hablamos de los nombres, hablamos de la función nominativa de las palabras. Con la palabra “mesa” puedo nombrar la mesa en la que escribo; y para mí y para todos los que están presentes la función nominativa de la palabra “mesa” está vinculada a la percepción y, por lo tanto, a lo particular. Y a este respecto no está de más recordar las sabias palabras de Aristóteles contenidas al inicio de su Metafísica: “Ahora bien, todos los actos, todos los hechos se dan en lo particular”. Con esto solo queremos reafirmar que las mesas solo se dan en lo particular o solo existen en lo particular. Aquí la categoría existencia está afectada de la categoría realidad. Dicho de otro  modo: no existe la mesa en general.
Pero cuando afirmamos que no existe la mesa en general, estamos afirmando que en tanto ser en general la mesa no es objeto de la percepción. No obstante, aquello que no es objeto de la percepción puede serlo del concepto. De hecho con la palabra “mesa” puedo nombrar el objeto del concepto mesa. En todo concepto distinguimos el objeto del concepto y el contenido del concepto. Y en el concepto mesa, con la palabra “mesa” nombro el objeto del concepto, y con el sintagma “mueble compuesto por un tablero horizontal sostenido por uno o varios pies que sirve para comer, estudiar, etc.” expreso el contenido del concepto. Luego en el concepto mesa se da la mesa en tanto ser en general.
Pues bien, el carácter ideal de los nombres proviene de cuando las palabras se usan como nombres del objeto de un concepto, y no cuando se usan para nombrar un objeto de la percepción. La percepción presenta al objeto en su modo de ser particular, mientras que el concepto lo presenta en su modo de ser general. Pero entre lo particular y lo general hay transición, como la hay entre la percepción y el concepto.  Los nombres comunes son nombres de los individuos que pertenecen a una misma clase. Con el nombre común “mesa”  no nombro a una mesa en particular sino a muchas mesas particulares. Luego al nombre común le es propio la generalización. Y desde el principio los niños se acostumbran al uso  generalista de las palabras. Y la generalización mediante el uso de las palabras constituye un momento de transición entre la percepción y el concepto.
Hablemos ahora de la existencia. Con los órganos de los sentidos los animales duplican el mundo: además de su existencia real los entes tienen una existencia en imagen. Los sueños son el medio por el cual las imágenes grabadas en la memoria cobran vida propia. Pero los sueños son procesos inconscientes del hombre. De hecho la religión como creencia de que existe otro mundo además del mundo real, un mundo del más allá, tiene su fuente subjetiva en los sueños. Fuera de los sueños sólo la necesidad, por ejemplo el hambre, es la que puede provocar en la conciencia del animal la representación de un ser distinto de él. Pero el ser humano aventaja a todos los animales en la duplicación del mundo gracias al lenguaje. Desde que los seres humanos le pusieron nombre a las cosas, las dotaron de una doble existencia. Ahora con el nombre el ser humano puede traer a su conciencia lo que no está presente y puede hablar con el otro de lo que no está presente. En este sentido se puede afirmar que las cosas tienen una doble existencia: la que tienen por sí misma y la que tienen mediante el lenguaje humano. Y la existencia que tiene el ser mediante el lenguaje humano tiene un carácter ideal. Y la práctica evidencia de sobras esta diferencia: no es lo mismo comerse una manzana que escribir o leer que te comes una manzana. En el primer caso la manzana existe como ser real, y el segundo como ser ideal.
 

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