Lo contingente es lo contrario de lo necesario. Si tengo que calentar agua, debo hacer uso de un cazo, ponerlo en la placa encendida y esperar unos minutos. La contingencia en el pensamiento se produce merced a varias circunstancias. En primer lugar, todas las personas tienen sus propios sistemas de ideas, de sensaciones y de representaciones, de percepciones y de concepciones. En toda cabeza siempre hay unas ideas más latentes que otras, recuerdos de lecturas del pasado más cercano, preocupaciones e intereses ideológicos. Y cuando leen textos ajenos o escuchan a otras personas, sus sistemas de ideas se encienden y se disparan en diversas direcciones.
Yo siempre aconsejo a mis colaboradores que cuando
lean un texto ajeno repriman al máximo la contingencia, que dejen de pensar por
sí mismos, y se dejen llevar por el pensamiento del autor que estén leyendo. Se
tienen que familiarizar con el lenguaje que emplea el otro, con su forma de
razonar y con su forma de concebir y percibir. Si no lo hacen, no asimilarán
las ideas ajenas y en sus cabezas el pensamiento ajeno experimentará
transfiguraciones que al final no habrá modo de reconocerlo. Y cuando la
persona dominada por la contingencia nos habla del pensamiento del autor ajeno,
no nos habla en rigor del pensamiento del autor ajeno, sino de su propia
interpretación dominada por su propio sistema de ideas, y donde el pensamiento ajeno
se presenta como los restos de un naufragio.
Cuando una persona con pensamiento contingente está
escuchando a otra persona, al momento se distrae y deja de escucharle como es
debido. ¿Por qué? Porque la idea del otro le despierta en su propia cabeza una
idea suya que, merced a la asociación de ideas, le lleva a otra idea y a otra
idea. Termina por estar pensando en algo que queda muy alejado de la cuestión
central que él otro le está planteando. La persona de pensamiento contingente
no sabe escuchar y es muy proclive a la distracción y a la pérdida de
concentración.
Así que, si quieres ser un pensador riguroso, debes
evitar al máximo la contingencia y dejar que te denomine la ley de lo
necesario. Lee despacio, deja que el otro domine y te guíe. Ya después tendrás
tiempo de objetar, si tienes, claro está, la capacidad para hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario