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sábado, 26 de noviembre de 2022

El pensamiento contingente

 

Lo contingente es lo contrario de lo necesario. Si tengo que calentar agua, debo hacer uso de un cazo, ponerlo en la placa encendida y esperar unos minutos. La contingencia en el pensamiento se produce merced a varias circunstancias. En primer lugar, todas las personas tienen sus propios sistemas de ideas, de sensaciones y de representaciones, de percepciones y de concepciones. En toda cabeza siempre hay unas ideas más latentes que otras, recuerdos de lecturas del pasado más cercano, preocupaciones e intereses ideológicos. Y cuando leen textos ajenos o escuchan a otras personas, sus sistemas de ideas se encienden y se disparan en diversas direcciones.

Yo siempre aconsejo a mis colaboradores que cuando lean un texto ajeno repriman al máximo la contingencia, que dejen de pensar por sí mismos, y se dejen llevar por el pensamiento del autor que estén leyendo. Se tienen que familiarizar con el lenguaje que emplea el otro, con su forma de razonar y con su forma de concebir y percibir. Si no lo hacen, no asimilarán las ideas ajenas y en sus cabezas el pensamiento ajeno experimentará transfiguraciones que al final no habrá modo de reconocerlo. Y cuando la persona dominada por la contingencia nos habla del pensamiento del autor ajeno, no nos habla en rigor del pensamiento del autor ajeno, sino de su propia interpretación dominada por su propio sistema de ideas, y donde el pensamiento ajeno se presenta como los restos de un naufragio.

Cuando una persona con pensamiento contingente está escuchando a otra persona, al momento se distrae y deja de escucharle como es debido. ¿Por qué? Porque la idea del otro le despierta en su propia cabeza una idea suya que, merced a la asociación de ideas, le lleva a otra idea y a otra idea. Termina por estar pensando en algo que queda muy alejado de la cuestión central que él otro le está planteando. La persona de pensamiento contingente no sabe escuchar y es muy proclive a la distracción y a la pérdida de concentración.

Así que, si quieres ser un pensador riguroso, debes evitar al máximo la contingencia y dejar que te denomine la ley de lo necesario. Lee despacio, deja que el otro domine y te guíe. Ya después tendrás tiempo de objetar, si tienes, claro está, la capacidad para hacerlo.

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