Le dije al señor X que cerrara los ojos y se representara o imaginara la playa de Arinaga. Después le pregunté: ¿Qué ves? El señor X titubeó. Le insistí: ¿Qué ves? ¿Ves algo? Después de una cierta demora, respondió: no veo nada. Así que cuando decimos que cerrando los ojos nos representamos o imaginamos determinada situación objetiva, en verdad es una suposición. Nuestro cerebro no dispone de un mecanismo que nosotros de forma deliberada podamos usar para producir imágenes. Si dispusiéramos de ese mecanismo, seríamos muy felices. Podríamos producir la imagen de la persona amada cada vez que necesitáramos hacerla presente en nuestra conciencia, o producir la imagen de seres queridos que hayan fallecidos. Podemos recurrir a una fotografía, pero en la fotografía notamos al instante una deficiencia: la falta de vida. No sucede así en los sueños, donde todo nuestro ser está involucrado. Así que, si siguiendo a Husserl decimos que las representaciones son actos que sirven como cumplimientos o ilustraciones de las intenciones significativas de las palabras, lo cierto es que también las representaciones tienen un carácter intencional. Aquí se nos presenta un dilema epistemológico que más tarde veremos cómo resolver.