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sábado, 20 de abril de 2002

Deseo y arte: valor aparente y valor corporal

Empezaré exponiendo unas ideas de Hegel de su obra Lecciones sobre la estética, que en parte he modificado y en parte he adecuado al tema que nos ocupa. “Entre el animal y los objetos del mundo exterior existe una relación desiderativa. En esta relación cabe destacar dos aspectos: uno, el animal, en tanto experimenta el deseo, no le basta con la mera apariencia cromática de los objetos que quiere consumir, sino que los demanda en su existencia sensible concreta. Y dos, el animal, en cuanto experimenta el deseo, no deja a los objetos exteriores subsistir en su libertad y autonomía, sino todo lo contrario: pone de manifiesto que existen ahí para ser destruidos (consumidos). La relación que mantiene el hombre con los objetos exteriores en tanto obras de arte es lo contrario de la relación que mantiene el animal con los objetos exteriores en cuanto objeto de sus necesidades. Al hombre, en cuanto productor y contemplador de obras de arte, le basta con la mera apariencia preferentemente cromática de los objetos exteriores y los deja subsistir en su libertad y autonomía”.

Cuerpos orgánicos y objetos configurados

De las últimas lecturas que he realizado de los textos de Hegel he extraído dos tesis importantes. Primera tesis: los cuerpos se dividen en orgánicos y en inorgánicos. Las partes de un cuerpo orgánico no son meras partes, sino partes funcionalmente diferentes. Distinguiremos el concepto de cuerpo orgánico del concepto de organismo. Una mesa, por ejemplo, es un cuerpo orgánico y no un organismo. En la mesa distinguimos dos partes funcionalmente diferentes: por una parte, el tablero, donde depositamos las cosas que vamos a usar cuando comemos o estudiamos, y por otra parte, las patas, que sirven para sostener el tablero y mantenerlo a una determinada distancia del suelo. Los objetos del mundo exterior no son amorfos, sino que están dotados de una configuración determinada. Dentro de estos objetos los hay firmemente configurados, como los árboles, y los hay no tan firmemente configurados, como las piedras. No queremos decir que las piedras carezcan de configuración, sino que tienen configuraciones muy diversas.

Crítica a Quine

La filosofía contemporánea sigue sin ver claro la naturaleza de la relación entre el sujeto y el objeto del conocimiento. Hasta el punto de que Quine propone hablar, no de las cosas, sino del lenguaje con que hablamos de las cosas. ¿Por qué Quine propone que hablemos del lenguaje con que hablamos de las cosas y no de las cosas mismas? Porque a su juicio las cuestiones que tratan sobre al existencia de las cosas son engorrosas, y no así las que tratan sobre el lenguaje con que hablamos de las cosas. ¿Y por qué resulta engorroso hablar de las cosas y no del lenguaje con que hablamos de las cosas? Por dos razones: una, porque la existencia no es un predicado real de las cosas, y dos, porque las cosas están fuera de la conciencia y el lenguaje con que hablamos de las cosas están en el interior de la conciencia. La primera razón es de Kant; la segunda, de Descartes.