domingo, 8 de julio de 2012

El hombre es el sueño de una sombra

Valelele, una de las seguidoras de mi blog, estudiante de Pedagogía de Artes Plásticas, dice en su presentación que le gusta buscar la esencia de todo. Me hizo pensar. ¿Qué es o en qué consiste buscar la esencia de todo? En buscar lo que hay de más perenne en las cosas, lo menos accidental, lo menos aparente. También podríamos entenderlo en el sentido de buscar lo más definitorio de las cosas. Se trata en todo caso de no quedarse con las apariencias y las primeras impresiones, sino en ir más allá, hacia las profundidades. Pero no siempre se puede. Hay veces que las fuerzas de las apariencias son tan poderosas que no podemos ir más allá. Y hay causas objetivas y subjetivas que lo explican. Pero ahora no es el momento de resolver este problema teórico. Ya llegará su momento.

Me llevó el anhelo de Valelele a pensar en Píndaro y en su idea de que el hombre es el sueño de una sombra. De esta idea tuve conocimiento por primera vez por Goethe. Pero no me quedó claro en qué sentido y en que marco la había empleado Píndaro. Así que me hice con la obra completa de este insigne poeta de la Grecia antigua. Esa idea está contenida en el poema titulado Pítica VII. La sombra es un objeto de especial juego para los poetas y artistas en general. Su poder simbólico es inmenso. Nietzsche le dio mucho uso. Pero hoy mismo, leyendo los Grundrisse de Marx, me llegó una idea de Sismondi donde aparece en juego la sombra. Habla del dinero y dice lo siguiente: “El comercio ha separado la sombra del cuerpo y creado la posibilidad de poseerlos separadamente”. Sismondi se refiere a la época en que el dinero oro era sustituido por signos de sí mismo: el dinero papel.  Si afirmáramos que el dinero papel es una sombra, dado el cruel dominio al que están sometidos los estados y los pueblos por parte de los mercados, deberíamos afirmar que sí, el dinero es una sombra, pero una sombra terrorífica.
Pero vayamos a Píndaro. Sus poemas están dedicados a los juegos olímpicos. No piensen en la Grecia antigua con los conceptos y representaciones de la época actual. En los juegos había triunfadores y perdedores. Del triunfador Píndaro dice lo siguiente: “Sin embargo, aquel que acaba de obtener un triunfo en plena dicha, desde su gran esperanza emprende el vuelo impulsada por su alada virilidad, pues posee una ilusión más valiosa que la riqueza”. Observen los valores que aporta el triunfo: dicha plena, vuelo espiritual y una ilusión más valiosa que la riqueza. Mientras que del perdedor dice esto otro: “no les fue asignados a ellos, como a ti, regreso gozoso en Pitíade, ni al llegar junto a su madre la dulce risa de ésta derramó su gracia en torno a ellos; por los callejones, fuera de la vista de sus enemigos, van humillados, por la desgracia mordidos”. Observen los valores que aporta la derrota: ausencia de regreso gozoso, no recibir la dulce risa de una madre, caminar por los callejones fuera de la vista de los enemigos, sentirse humillado y estar mordido por la desgracia.
Sobre este hecho concreto, el triunfo y la derrota que produce todo juego olímpico, y más especialmente sobre la figura del vencido, Píndaro construye estas palabras: “¡Seres de un día! ¿Qué es cada uno? ¿Qué no es? El hombre es el sueño de una sombra”. ¿A qué se refiere Píndaro cuando habla de seres de un día? No se refiere al hombre. El hombre no es un ser de un día. Se refiere al atleta. Pensemos en el corredor de 100 metros lisos de la actualidad. En calidad de corredor de esa prueba el atleta es un ser de diez u once segundos. La victoria o la derrota se producen en una fracción temporal que en la larga vida de una persona es insignificante, pero para para el atleta, sobre todo si es el ganador, puede significar toda su vida. Y así sucede con la mayoría de las competiciones olímpicas: todo sucede en fracciones temporales pequeñas. De ahí que Píndaro llamara a esos hombres seres de un día.
¿Y a quiénes llama “sueños de una sombra”? A los perdedores. Pues una vez que afirmó que el hombre es el sueño de una sombra, objetó: “Mas cuando llega el don divino de la gloria, se posa sobre los hombres un luminoso resplandor y una existencia grata”.  La victoria, ganar en la competición, para los perdedores fue un sueño, el sueño de una sombra: un sueño gris, vaporoso, volátil.



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