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lunes, 13 de octubre de 2014

Personificación de las relaciones sociales. (A propósito de la gente como categoría política)

En la sección de El Capital dedicada al proceso de intercambio, Marx se expresa en los siguientes términos: “Las personas existen una para otra solamente como representantes de mercancías y, por tanto, como propietarios de mercancías. En general, a lo largo de nuestra exposición veremos que las distintas máscaras de las personas no son más que personificaciones de las relaciones económicas, encontrándose unas ante las otras en calidad de portadoras de ellas”.

El punto de partida son las relaciones económicas. Dada una determinada relación económica, los dos agentes que participan en esa relación personificarán dicha relación. Dada la relación de compra venta de un bien o servicio, uno de los agentes será la personificación de la venta y el otro será la personificación de la compra. Nadie es vendedor ni comprador sino por medio de la relación de compra venta. Cada agente de la relación es fuera y antes de la relación económica una persona en general. Mientras que dentro de la relación cada agente es la personificación de dicha relación.
Marx también afirma que esas personificaciones son las máscaras que adoptan las personas en esas relaciones. Así un obrero en relación con la empresa en la que trabaja tiene la máscara de comprador, en relación con los dividendos que cobra en su calidad de propietario de una determinada empresa tiene la máscara de accionista, en su relación con el banco al que solicitó un crédito tiene la máscara de prestatario, en su relación con el supermercado donde compra los alimentos tiene la máscara de comprador, y así con el resto de las relaciones económicas en las que participe. Como puede observarse, en las sociedades capitalistas actuales cualquier persona cambia continuamente de máscara. El concepto de máscara es importante en lo que llevamos estudiando no por su papel ocultador, sino porque señala las relaciones económicas en las que participan las personas.
También es importante un tercer concepto manejado por Marx: las personas son portadores de las relaciones económicas en las que intervienen. Nadie escapa entonces al embrujo y la determinación de las relaciones económicas capitalistas. Cuando un trabajador pone sus pequeños ahorros en una cuenta a plazo y cobra periódicamente intereses, es portador de la relación económica consignada bajo la categoría capital productor de interés. Cuando un trabajador que con su esfuerzo y el de su familia ha podido comprar una segunda vivienda y pone la primera en régimen de alquiler, es portador de la relación arrendaticia. Por eso, no solo los capitalistas en su sentido pleno, sino muchos trabajadores están bajo el poder de la maraña de las relaciones económico capitalistas. Conforme el capitalismo se ha vuelto más social –piénsese solamente que el número de accionistas del Banco de Santander es muy superior al número de empleados–, la mentalidad burguesa se ha extendido a todas las clases, grupos y capas de la sociedad. Esto hace pensar en la disolución de las clases sociales, pero no es así: lo que en verdad indica es que vivimos en una época de transición. El hecho de que muchos trabajadores en la actualidad cobren intereses, solo es un acto de justa redistribución: recuperan una parte del plusvalor creados por ellos y que en siglos pasados era apropiado al completo por los capitalistas.
Así que tenemos tres categorías para explicar las relaciones económicas: personificación, máscara y portador. Pero esto que hemos afirmado para las relaciones económicas, también lo podemos afirmar para las relaciones sociales en general. Ser padre o ser profesor es una personificación de una relación social. También ser juez o ser policía. Así que en general todas las personas como participan de muchísimas relaciones sociales, tienen muchísimas máscaras. También podemos afirmar que son portadores de múltiples relaciones sociales. Esta diversidad de las relaciones sociales, esta multiplicidad de máscaras, hace que las personas tengan un grado alto de complejidad. De ahí la variedad y el cambio de sus opiniones.  De ahí también que personas diferentes no tengan el mismo concepto de un tercero, por participar cada una de ellas con este tercero de una relación social distinta.
El hecho de que la mayoría de las personas sean portadoras de múltiples relaciones sociales y sus máscaras sean por consiguiente diversas, no se deduce de ahí que las diferencias de clases hayan desaparecido. De ahí que debamos hablar de una personificación preferente. Así Ana Botín, por ejemplo, aunque realice funciones de trabajo, es preferentemente una capitalista. Sucede lo mismo con la mayoría de los trabajadores, aunque perciban dividendos, son preferentemente trabajadores. En este ámbito es necesario indicar que ciertas máscaras no solo expresan la personificación de determinadas relaciones económicas, sino que además cumplen el papel de una verdadera máscara social: encubrir la clase social a la que pertenece la persona en cuestión. Hablamos de ciertos cocineros, ciertos deportistas o ciertos directivos que perciben en concepto de salario tales cantidades de dinero que una buena parte de ese dinero representa plusvalor, valor creado por otros y apropiado por ellos. Este tipo de personas, que realizan funciones de trabajo individuales, no necesita contratar a trabajadores para apropiarse de más valor del que crea. Hoy día hay un sistema complejo de distribución del valor. Ya Marx distinguió que el primer capitalista que se apropia del valor no es el único que lo hace. Después lo reparte entre muchos otros. Las apariencias engañan. Y en el mundo económico los engaños aparenciales se producen más que en el resto de los ámbitos de la vida social.
Las personificaciones más dominantes en la sociedad capitalista son las de político y las de ciudadano. El primero representa al segundo. Es como si en la realidad hubiera varios planos y el primero fuera el de la política. La política es la esfera del gobierno de la sociedad y donde las personas son efectivamente iguales. El hecho de que una persona sea efectivamente igual a otra no implica que esa efectividad se realice. Un hecho decisivo y donde esa igualdad se manifiesta es en el voto. Nadie vale más que un voto. Sin duda que la igualdad en el ámbito de la política también depende, entre otras cosas, del dinero. De ahí que la efectividad de la igualdad tenga distintos grados de realización y distintos grados de dificultad para realizarse.
En el ámbito de la política es donde mayores enmascaramientos, en el sentido de encubrimiento, se producen. Los partidos de la izquierda radical son en este sentido los más verdaderos. IU no oculta a la clase social que preferente representa, a los trabajadores, ni lo que estratégicamente quiere: el socialismo. Esta preferencia no implica que niegue los derechos a los pequeños capitalistas y al capitalista individual ni que se niegue a colaborar con ellos. Tampoco implica que sus dirigentes no sepan que el cumplimiento de su objetivo estratégico necesita de un largo proceso de desarrollo y de múltiples alianzas. Lo cierto es que en los discursos de los dirigentes de IU la referencia a los trabajadores como el sujeto de la acción de la historia que ellos quieren dirigir es absolutamente clara. Esa referencia desaparece en el caso del PP y del PSOE. Estos prefieren el término ciudadano. De ahí que ambas formaciones políticas deban catalogarse como partidos burgueses, aunque el primero represente a la derecha burguesa y el segundo a la izquierda burguesa.
Podemos busca crear un mundo nuevo en el ámbito de la política y su primera batalla la enmarca en el mundo del lenguaje. Con la categoría “casta” busca definir al enemigo a abatir, y con la catalogación de régimen al Estado social y democrático de Derecho creado en 1978 quiere encasillar en la antigüedad y en la perversión a todas las fuerzas democráticas que la crearon, donde entre otras hay que destacar al PSOE, al PCE, organizaciones de extrema izquierda, UGT, CCOO, y otros sindicatos y fuerzas sociales. En este mismo ámbito de lucha está empleando el término “gente” como la categoría que define al grupo social que Podemos quiere representar. No creo que este término como el de casta o régimen del 78 sobreviva durante mucho tiempo. Ciudadano es una categoría que define con precisión la conquista que supuso la revolución burguesa frente al régimen feudal: todas las personas se han liberado políticamente de la religión y del señorío y deciden por sí misma dónde estar, con quién trabajar y a quién votar. De hecho los siervos carecían del derecho a votar. Luego el concepto de ciudadano está cargado de historia y de significado político. También la burguesía y los trabajadores son dos conceptos que están cargados de historia y de profundos significados económicos, políticos y sociales. Renunciar al uso de los términos “capitalista”, “trabajador” y “ciudadano” en favor del término “gente” no supone ningún avance ni sirve para reflejar la realidad de manera más certera.
El otro día vi por televisión un programa sobre el Mercado de la Boquería, y los vendedores que estaban al frente de sus negocios decían que la gente no tenía dinero, que se lo había gastado todo en las vacaciones, que había que esperar a que volviera a tener más dinero. Quien vende fruta, verdura, pescado o carne puede llamar “gente” a sus clientes porque no necesitan más determinación. El término “gente” es un nombre de significado indeterminado que puede ser usado por los vendedores, porque para ellos la condición de trabajador, capitalista o ciudadano carece de valor en su actividad comercial. Sin embargo, en el ámbito de la actividad política los términos “capitalista”, “trabajador” y “ciudadano” son portadores del máximo valor. De ahí que los intentos de Podemos por convertir el término “gente” en una categoría política sean infructuosos. En determinadas coyunturas dramáticas ciertas corrientes pueden ganar una fuerza aparente y pueden tener incluso un éxito electoral. Pero todo eso será pasajero, las corrientes profundas de la historia, donde sin duda las dos clases sociales más decisivas serán los capitalistas y los trabajadores, terminarán por volver a predominar. 
 
 
 
 
 
 
 

1 comentario:

  1. En el tercer parágrafo donde afirmo que el obrero en relación con la empresa en la que trabaja tiene la máscara de comprador, hay un error: No es comprador sino vendedor. El obrero vende su fuerza de trabajo al capitalista.

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