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viernes, 20 de mayo de 2011

Órganos de los sentidos (Alusión a Alonso Quijana)

Alonso Quijada, un pobre hidalgo de la Mancha, a una edad avanzada abandonó su práctica social, la cacería y la administración de la hacienda, y se encerró en un cuarto a leer fantásticos libros de caballería. Leía día y noche. Se olvidaba hasta de comer. Tal fue el afán que le entró por la lectura. Por sus ojos dejaron de entrar los objetos del mundo exterior, fundamentalmente aquellos con los que contactaba en sus actividades prácticas, y empezaron a entrar sólo signos lingüísticos. Con estos signos lingüísticos, y ayudado por alguna que otra ilustración, se representaba las fantásticas historias de Palmerín de Inglaterra, de Amadis de Gaula, de Bernardo del Caspio y de un sinfín de famosos caballeros. Se imaginaba un mundo lleno de gigantes, de sabios encantadores y de princesas cautivas, que él consideraba tan real como su pobre existencia. En suma, se asentó en su cabeza un mundo fantástico, un mundo inexistente, un mundo irreal; aunque un mundo a fin de cuentas. Este mundo inexistente era tan poderoso, tan cuantioso y absorbente, que terminó por someter la primacía de los órganos de los sentidos en el conocimiento del mundo a la tiranía de la representación fantástica. Hasta tal punto llegó la enajenación de su mundo interior respecto de su mundo exterior, su mundo formado a partir de signos lingüísticos frente al mundo formado a partir de los órganos de los sentidos, que se le aparecía un molino de viento y él se lo representaba como un gigante; se le aparecían una venta y dos prostitutas a su puerta, y él se los representaba como un castillo donde se solazaban dos grandes damas. Todo el mundo exterior que entraba por sus sentidos se transformaba en un mundo fantástico cuando llegaba a su cerebro. Su representación transfiguraba su percepción.

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