Estoy harto y hastiado de tanta superficialidad. La
publicidad se ha adueñado de nuestras
vidas: es fuente de financiación de las televisiones, de los clubes de fútbol,
del tenis y del deporte en general. La publicidad es causante de las desigualdades
más evidentes y hace que personas como los deportistas de élites y las
influencers se enriquezcan de manera irracional y desproporcionada. Facebook se
alimenta en lo fundamental de la publicidad, y así todas las llamadas redes
sociales. Y la publicidad es donde la imagen, lo más superficial, predomina
sobre todas las cosas. Hasta los actos de solidaridad, los socorros a las
millones de víctimas de la deshumanización, están determinados por la
publicidad. Es un mundo odioso.
Observemos la publicidad en la televisión. Primero
nos obsequian con imágenes de automóviles: vemos confort, brillo, tecnología
avanzada y velocidad. Vemos a raudos automóviles surcar hermosos parajes
naturales o hermosos cascos urbanos. Vemos después publicidad sobre colonias
para mujeres y hombres, vemos cuidados interiores, elegancia, armónicos colores
y modelos llenos erotismo y sexualidad: sus voces nos embargan. Vemos a
continuación publicidad de comidas para perros donde nos anuncian su excelente valor
alimenticio y su efecto positivo en su salud. Vemos a los perros corretear y
saltar alegres en un entorno de familias acomodadas y siendo acariciados y abrazados. Y vemos, por último, una publicidad de niños
desnutridos donde unas enfermeras le miden el grosor de los brazos y una voz en
off nos invita a enviar un mensaje para salvar sus vidas. Eso es lo que hace la
superficial publicidad: produce la convivencia en paz de un mundo cómodo y
feliz con un mundo deshumanizado. Me viene a este propósito en socorro
intelectual la sabia diferencia establecida por Edmund Husserl entre percepción y
vivencia. En la publicidad sobre los niños desnutridos no vivimos el problema
del que nos hablan, solo lo percibimos. Y de esa manera, manteniendo la
percepción separada de la vivencia, nos mantenemos en el mundo superficial y
termina conformándose una conciencia inocentemente hipócrita.
Estoy harto e infeliz por la imparable humanización
de los perros, que aparecen en casas de famosos e incluso de pensadores de
izquierda cómodamente recostados en sofás de casas lujosas, de que reciban atenciones
médicas costosas y haya una preocupación generalizada por su salud, incluida su
salud psíquica. Me resulta un oprobio que un sacerdote diga que sus
pensamientos más profundos los habla con su mascota. Los perros no hablan,
habría que advertirle a este estúpido sacerdote. Varias escenas retratan día a
día la enajenación ontológica que provoca el mundo perruno. Una mujer de más de
sesenta años tiene abrazado contra su pecho a un pequeño perro con tierno amor
en sus ojos. Y una mujer joven le dice a otra mujer mayor lo siguiente: “no
sabes cuánto te acompañan”. Las mascotas no sirven para solucionar los
problemas de soledad y necesidad de amor que padecen las personas. Los perros
que están ocupando nuestros parques deben ser sustituidos por niños. Los perros
no trabajan y no cotizan, no son garantía de futuro para un desarrollado estado
del bienestar, es necesario que los
niños sean el centro de nuestra esperanza, de nuestra alegría y de nuestra
necesidad de amar. Me resulta odioso ver a Pablo Iglesias en medio de
animalistas acariciando a perros con motivos electorales y no lo haga con los
pobres que habitan en nuestras calles, o con los desesperados inmigrantes que
llegan a nuestras costas, con los llantos de mujeres africanas destrozadas por
haber perdido a sus hijos y a sus hermanos en la travesía. Me resulta odioso
que en el plano ontológico los perros estén situados por encima de tantos seres
humanos que padecen hambre, privaciones, enfermedades y muerte.
Esperaba más de Errejón, pero como todos los
políticos se mueven en lo superficial, no aporta el más mínimo pensamiento
profundo. Dicen que es un tipo inteligente, pero a mí no me lo parece, si
entendemos la inteligencia como la capacidad para analizar y solucionar los
problemas. Errejón decía que la derecha si sabía ponerse de acuerdo para formar
un gobierno mientras que la izquierda no sabía. No creo que formar un gobierno
progresista sea un gran problema para la
inteligencia. Los periodistas se han adueñado de las tertulias que se han
vaciado de intelectuales. Y para los periodistas lo más importante es la
información. Y la información y su comunicación no dejan de ser el acto más
simple del pensamiento. Pero la información nunca es información pura, siempre
está entretejida con opinión, y con lo que es más decisivo: una determinada
concepción del mundo. Pero la concepción del mundo de los periodistas es pobre
en contenido y en conceptos. Y contaminan a los políticos y provoca el
empobrecimiento espiritual de estos. Aunque un periodista de la Sexta le
insistía a Errejón que le dijera por qué Podemos se está resquebrajando, se
negó a responder y argumentó que eso sería un objetivo a cubrir por una tesis
doctoral. Le salió a relucir su intelectualismo. Yo le adelantaré una respuesta
sin necesidad de hacer una tesis doctoral. Podemos fue y es una fuerza política
constituida en su mayor parte por intelectuales: profesores de Universidad y de
todos los ámbitos educativos, periodistas y algunos profesionales. Y con su
base social mayoritaria sucede lo mismo. Pero lo intelectuales no constituyen
una clase social con intereses comunes. De ahí la imposibilidad de que puedan
constituir una fuerza política fuertemente unida. Si a eso añadimos que viven
fundamentalmente en el terreno de la teoría y su conocimiento práctico de la
vida económica es mínimo, lo normal es que Podemos termine resquebrajándose y
transformándose en decenas de tendencia.
Es inadmisible e inaceptable que los políticos y
periodistas hablen de la sociedad como si fuera una y nos digan que los políticos
hacen lo que la sociedad ha decidido con sus votos. La sociedad está formada
por clases sociales, grupos, capas, sectores e individuos distintos. Nadie les
dice a los partidos políticos lo que deben hacer con sus votos y los partidos
políticos al final hacen lo que creen que deben hacer. Y una cosa es que los intereses particulares de
una clase social se expresen como los intereses generales de la sociedad,
misión que deben cumplir los partidos políticos, y otra muy distinta es que
todo sea expresión de intereses generales y abstractos. Es una generalidad
hablar del Ibex 35 o de los ricos. Creo que lo importante, lo decisivo, si
somos fieles a la concepción de Marx, es hablar de la relaciones económicas
entre los seres humanos y la necesidad de cambiarlas. Cierto es que la
regulación e intervención de las autoridades estatales es parte de esas
relaciones económicas que hay que
modificar para hacer un mundo mejor. Y no nos dejemos llevar por los
gritos y alarmas de los neoliberales que hablan de que la intervención del
Estado en los mercados es contrario a la libertad y supone surcar “la
peligrosa” senda del socialismo. Debemos darles la espalda a los representantes
teóricos de los capitalistas, que como todos los representantes teóricos son
muy dados a las teorías puras, donde todo transcurre a las mil maravillas. Debemos
fijarnos en los capitalistas prácticos, quienes –pongo de ejemplo la quiebra de
Tomas Cook– en su calidad de hoteleros canarios reclaman al Estado que se haga
cargo de los 140 millones de euros que la compañía inglesa les adeuda. Esta es
la realidad: cuando el mercado no funciona y causa estragos económicos son los
propios capitalistas los partidarios de que el socialismo de Estado actúe.
Y estoy más que cansado del nacionalismo catalán,
que se ha vuelto cada vez más banal, menos culto, con absoluta pérdida de
visión del futuro global de la humanidad. La ilustración vinculada a la
burguesía industrial ha desaparecido del movimiento nacionalista catalán.
Cuando nos dicen que su movimiento es en lo fundamental un acto democrático,
eso lo es en la forma, el contenido no es más que la defensa de los intereses
egoístas de la pequeña burguesía catalana. Cuando nos hablan de que quieren una
república, eso es una forma de Estado que ha perdido totalmente el contenido
revolucionario que tenía en el siglo XVIII, es puro formalismo. Los líderes
nacionalistas hablan en Europa en inglés o en francés, sin embargo, cuando
hablan en España lo hacen en catalán. No usan su lengua para enriquecer, sino
para diferenciarse. Y en un momento donde las fuerzas de la globalización no
cesan de crear el mundo y de transformarlo en un mundo rapaz e injusto, la
izquierda no debería compartir esa visión tan limitada de los nacionalistas
catalanes ni aceptar como proclama con sentido histórico actual el derecho a la
autodeterminación.
¡Ay, cuánto deploro a la maldita superficialidad que
tanto daño está haciendo a la conciencia socialista!
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