La respuesta más directa y lógica a esta pregunta
sería la siguiente: porque las cosas están en el lenguaje. En el lenguaje el
significado existe de forma acabada y de forma adecuada. En el resto de las
cosas el significado puede existir, pero no de forma adecuada y acabada. Yo me
atrevería a afirmar que el significado en las cosas existe de forma
subsidiaria. Pero sigamos por donde iba.
La primera relación entre el lenguaje y las cosas se
produce por medio de la función nominativa. A todas las cosas o a la mayoría de
las cosas les ponemos un nombre. No podríamos hablar de las cosas si no
tuvieran nombre. La relación entre la palabra que funciona como nombre y la
cosa designada se presenta en principio como una relación extrínseca. Esta
relación se hace explícita en los escaparates y en la publicidad o fotografías
que vemos en las revistas. Pero de las cosas tenemos percepciones y
representaciones, de manera que la relación nominativa de ser una relación
extrínseca se transforma en una relación intrínseca. Ahora, aunque las cosas no
estén presentes nosotros podemos traerlas a la memoria gracias a sus nombres.
Pero, además, podemos hablar con otras personas de las cosas que no están
presentes gracias a los nombres. El significado nominativo de las palabras se
va cargando de información gracias a la relación perceptiva y representativa
que tienen los sujetos con las cosas. Pero no entiendo esta relación perceptiva
y representativa con las cosas de un modo contemplativo, sino de un modo
práctico o subjetivo: las cosas las producen y las usan los seres humanos. Y
cuando las producen las ponen en relación con otras cosas, por ejemplo, con los
medios de trabajo, y cuando las consumen igualmente las ponen en relación con
otras cosas con las que están vinculadas espacial y funcionalmente. Así a la
función nominativa de las palabras, merced a la interrelación entre las cosas,
se le une sus relaciones de sentido. He sustituido el concepto habitual de
función nominativa por el de significado nominativo, puesto que cuando se habla
de los nombres se presenta el objeto y señalándolo con el dedo los nombramos.
Las cosas así presentadas nos proporcionan una relación no real entre el sujeto
y el objeto designado y entre el objeto designado y otros objetos. El concepto
de significado nominativo vincula el nombre con múltiples percepciones y
representaciones del objeto que lo presentan en movimiento y vinculados a
procesos y a otros objetos. Conforme aumenta la experiencia del sujeto con el
objeto, la palabra que funciona como nombre de dicho objeto se carga de mayor
cantidad de significado. Esto enriquece y desarrolla de forma notable la
función representativa de las palabras.
Pero además de la función nominativa, las palabras
tienen una función conceptual. Pero esta dimensión debemos considerarla en su sentido
amplio vinculada al prodigioso desarrollo de las ciencias naturales, incluyendo
la experimentación científica, y su aplicación tecnológica. Ahora las cosas no
se presentan solo en su apariencia externa sino en sus relaciones esenciales,
no solo como aspectos aislados sino como conjuntos. El reino de los conceptos
es el reino de las abstracciones y de las
clasificaciones. Ahora de las cosas del mundo hablamos de lo que se ve y de lo
que no se ve, de lo que está presente y de lo que no está presente, del pasado
y del futuro, hablamos incluso de la intemporalidad, como pueden ser todas las
determinaciones matemáticas. Y al igual que el internet de las cosas supone que
las cosas se doten de “sensibilidad” y envíen señales, que todas las cosas
adquieran identidad y que sean objetos de la inteligencia artificial, del mismo
modo la función conceptual de las palabras hace que todo forme parte inmanente
del lenguaje. Gracias a todo esto, gracias a las funciones nominativas y
conceptuales de las palabras, las cosas se dotan de múltiples y complejos
significados.
Hay que saber que la multiplicidad y complejidad
nominativa y significativa de las palabras están estrechamente vinculadas con
el desarrollo de las fuerzas productivas, con los cambios profundos y
acelerados en las relaciones de producción, y con el desarrollo imparable y
vertiginoso de las ciencias naturales y su aplicación tecnológica. Y frente a
estos hechos también hay que constatar el pobre desarrollo de las ciencias
sociales en comparación con el desarrollo de las ciencias naturales; y ahí
debemos incluir a la semiótica, como expresión del hecho de que una parte
importante de la humanidad todavía viva bajo el azote de la pobreza y de la
guerra. Pero todo ese mundo, incluido el dilema ético entre el bien y el mal,
vive en el lenguaje y hace que todo esté transido de significados profundos o
conceptuales y de significados aparentes o nominativos.
"hay que constatar el pobre desarrollo de las ciencias sociales en comparación con el desarrollo de las ciencias naturales"
ResponderEliminarNunca mejor dicho. Aunque les duela a los de sociales.