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martes, 26 de diciembre de 2023

Escritor, narrador y ficción

 

 

Ayer tuve una discusión acalorada con un amigo que se dedica a la literatura. La base de la discusión estribó en que yo le manifesté que me parecía ideológicamente incorrecto que empleara la palabra “bollera”. Él insistía en su libertad y derecho en emplear esa palabra. Creo que no está al tanto de los rasgos esenciales del mundo de hoy. El movimiento feminista en España ha trasladado la lucha feminista al uso del lenguaje. Y creo que es un acierto. Hasta no hace mucho yo solía hablar, cuando me movía en el plano general, del hombre. Hoy día ya no lo hago. Hablo de personas, de seres humanos o digo hombres y mujeres. Las líderes de Sumar no cesan de hablar en términos de “todos” y “todas”. Digamos, de forma resumida, que el lenguaje se ha feminizado. El presidente del Gobierno también hace uso de un lenguaje “no machista”. Mi amigo no es consciente de este hecho y carece de la sensibilidad feminista que exigen los tiempos actuales.

Su defensa se trasladó al terreno del formalismo y argumentó que una cosa era el escritor y otra el narrador, que el narrador era un personaje, y que el personaje era independiente de él. Aquí se suman varios errores filosóficos de bulto. El escritor de una narración siempre será una persona particular, que habrá nacido en un determinado lugar, en un determinado ambiente cultural y con una determinada herencia familiar y social culturales. Será un ser vivo, una persona que está en el mundo que le ha tocado vivir, y con respecto la cual estará más actualizado o menos. El escritor se mueve en el ámbito de la existencia, mientras que sus productos literarios solo son signos lingüísticos que no pertenecen al plano de la existencia y que solo cobran vida cuando alguien los lee. Este es el primer error de mi amigo: Sitúa al escritor y a sus productos literarios en el mismo plano ontológico: el de la existencia. Pero esto no es así. Los productos literarios carecen de existencia propia: solo son signos lingüísticos, trazos de tinta carentes de cuerpo y, por consiguiente, carentes de vida propia.

Cuando mi amigo afirma que una cosa es el escritor y otra el narrador, porque el narrador es un personaje, está cometiendo el error de situar en el mismo plano ontológico al escritor y a uno de los personajes que él crea mediante el lenguaje y que le asigna el papel de narrador. El personaje que hace de narrador es obra del escritor. Es el escritor quien decide cómo narra la historia el personaje y que lenguaje emplea. Afirmar que el personaje es independiente de él, esto es, del escritor, es una falsedad. El personaje lo crea el escritor. Y si el personaje emplea un lenguaje homófobo, es responsabilidad del escritor. El personaje, cualquier personaje, carece de vida propia, no es una persona. Y a nadie se le ocurriría librar una lucha ideológica contra un personaje, sino contra el escritor que creó el personaje; que lo hace actuar y hablar de un determinado modo.

Es una conquista filosófica del siglo pasado que el lenguaje es ideología. La ideología tiene dos componentes: por una parte, representa una determinada concepción del mundo, y, por otra parte, refleja las luchas sociales de la época en la que vive el escritor, no el personaje. Así que, si los personajes tienen un determinado comportamiento ideológico, será entera responsabilidad del escritor. Y si el escritor no está en sintonía con el mundo actual, donde la lucha contra la concepción homófoba del mundo es una lucha básica, pues inevitablemente será homófobo, pues creará personajes homófobos.

La última defensa de mi amigo, el escritor, estriba en afirmar que él está creando una ficción y que nadie puede cuestionarle su derecho a expresarse con absoluta libertad. El primer error de este comportamiento estriba en pensar que el escritor tiene unos derechos que lo ponen por encima y al margen de las luchas sociales. Y el segundo error estriba en pensar que la ficción crea un mundo con existencia propia frente al mundo real, cuando lo cierto es que las raíces de toda ficción, de la más grande de las ficciones, está en la realidad.  Así que lo quiera él o no lo quiera, el escritor, como cualquier otro ciudadano, en primer lugar, no tiene derechos especiales frente al resto de los ciudadanos, y, en segundo lugar, participa de las luchas sociales existentes en el mundo actual como cualquier otro ciudadano. Ya lo decía Marx: el reino del lenguaje no constituye un mundo aparte del mundo real con su existencia propia, sino que es parte, y repito lo de parte, del mundo real. Así amigo mío que te doy un consejo: evita llamar “bollera” o “tortillera” a las lesbianas, son calificativos despectivos. Y no me salgas con la idea de que es el personaje quien lo dice, puesto que el personaje carece de vida propia y de responsabilidad: el personaje lo creas tú; y si el personaje emplea calificativos despectivos para referirse a las lesbianas, la responsabilidad es enteramente tuya. Y si insistes en afirmar que a ti nadie te puede quitar la libertad de expresarte como quieras, te respondo que tú como escritor participas en las luchas sociales actuales, donde la lucha feminista es una de las luchas sociales esenciales, y será responsabilidad tuya que seas estigmatizado como homófobo. La vida es lucha. Y esa lucha también está presente en la literatura. Y los escritores y artistas en general no están dotados de una libertad especial frente al resto de los ciudadanos.

 

 

4 comentarios:

  1. Estimado autor, sería una irresponsabilidad del escritor (y por tanto afectaría a la calidad de su literatura) no darse por enterado de las luchas políticas, culturales y económicas del mundo en el que vive, pero por supuesto que puede tener un narrador homófobo y racista.
    Las consecuencias de un narrador en la lectura son diversas: por un lado hay lectores ingenuos que piensan que el narrador y el autor son la misma persona y que, en este caso, el autor es un homófobo. En el caso de Los vencejos, de Aramburu, tenemos un narrador repugnante, homófobo, misógino, machista, racista. Y Aramburu ha tenido que enfrentarse a entrevistas donde le preguntaban una y otra vez si él piensa como su narrador. Pero esta es una lectura ingenua.
    Más interesante es pensar que el autor sospecha qué efecto provocará su narrador, pero lo hace con la intención de provocarnos e irritarnos para invitarnos a repensar los conceptos que hoy en día damos por buenos.
    He de decir que leer Los vencejos te enfrenta a toda esa batería de argumentos machistas que están confinados en ciertos círculos a los que circunstancias normales evito acercarme, pero que, embutidas en una novela de Aramburu me parecieron dignos de ser repensados...
    En conclusión la literatura, que tiene la virtud de confrontarte con otro mundo y así reafirmarte en tus ideas o hacerlas tambalear, sí acepta un narrador odioso. Si el libro está bien hecho, si es Literatura y no una sucesión de datos, un panfleto u otro tipo de texto, ese narrador estará justificado.

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    1. Desconozco a este autor y a su obra, de manera que no puedo hacer valoración alguna.

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    2. Bueno, ese libro vale como cualquier otro. La idea que quiero transmitirle es que la literatura sí acepta un narrador misógino, racista y homófobo.

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    3. Cuando se cuenta una historia, sin duda que un protagonista puede ser misógino, racista y homófobo. Pero es responsabilidad del escritor introducir otro personaje que evidencie el carácter reaccionario de ese comportamiento. He oído en youtube el primer capítulo de la obra de Aramburu. Estéticamente no me gusta y ciertos estilos no los comparto. Cuando el padre del protagonista se saca "su enorme pene" para decirle a su hijo que si no se come el hígado no tendrá un pene igual al suyo, me parece una expresión grosera y de mal gusto. Eso puede evitarse. Somos europeos e , imitando a los nórdicos o a los ingleses, podemos elaborar personajes más interiores, más contenidos y más correctos. Se puede ser una persona muy mala y, sin embargo, ser muy correcto y tener un gusto fino. Tampoco me gustó la entrevista que le hicieron a Aramburu. Soy un lector de clásicos y en los clásicos encuentro una prosa muy estética y profunda. El personaje no tiene que parecerse al modelo que hay en la realidad, como los impresionistas e incluso los pintores barrocos no copiaban la realidad. De todos modos mi reflexión iba en el sentido de diferenciar ontológicamente el escritor de los protagonistas; y siempre será responsabilidad del escritor, porque es obra suya, que modelo o paradigma crea. Y al igual que los políticos y los jueces pueden ser criticados por sus decisiones, del mismo modo pueden ser criticados los escritores por sus obras si ética y estéticamente no gustan.

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