Nos encontramos en el apartado 2 de la introducción
de Lecciones sobre la estética de G.W.F. Hegel. Expondré uno
de sus fragmentos, donde se explica los diversos modos en que puede
relacionarse el espíritu con lo sensible. La clave para aprender el pensamiento
de Hegel es pensar como él lo hizo, esto es, pensar con sus categorías. Durante
la exposición iré intercalando algunas aclaraciones sobre el contenido de las
categorías que Hegel pone en circulación en su discurso. Al mundo exterior lo
denomina de tres modos: lo sensible, ser ahí y ser ahí sensible. Al hombre lo
denomina como espíritu, que para nosotros será equivalente a pensamiento y
lenguaje. Diremos que el hombre es un ser espiritual en tanto está dotado de
pensamiento y lenguaje. Como el ámbito donde Hegel va estudiar estos problemas preferentemente
será el de la percepción, presentará al hombre en cuanto singular y a las cosas
también en tanto singulares. Al hombre no solo lo presentará en cuanto singular
sino también en cuanto singular sensible. No hay dos personas iguales como no
hay dos mesas iguales. En ese sentido entenderemos lo de singular.
La relación de deseo
La primera forma de comportamiento del espíritu con
las cosas es la del deseo. En este caso el hombre no se dirige a las cosas como
pensador con determinaciones universales sino según sus impulsos e intereses
singulares. Yo puedo relacionarme con la carne de dos modos: como biólogo
dotado de conceptos o como comensal. En el primer caso, al relacionarme
conceptualmente con la carne, opero con determinaciones universales, mientras
que en el segundo caso son mis impulsos e intereses alimenticios los que mandan
en la relación. Añade Hegel que el
hombre se mantiene en las cosas en cuanto las usa y las consume; y que opera,
mediante el sacrificio de dichas cosas, su autosatisfacción. En la relación de
deseo hago uso de las cosas y satisfago mis necesidades. El uso de las cosas es
el sacrificio de las cosas.
Hegel distingue entre la apariencia superficial de
las cosas externas y su existencia sensible-concreta. Para ver claro esta
diferencia solo tenemos que comparar la fotografía de una manzana, donde solo
tenemos la apariencia superficial cromática de la manzana, con una manzana
real, donde además de su apariencia superficial tenemos su cuerpo. Así que por
existencia sensible-concreta entenderemos la existencia de las cosas en tanto
unidad de cuerpo y apariencia. A este respecto dice Hegel –siempre hablando de
la relación de deseo –que al hombre no le basta con meras pinturas de las maderas que quiere usar o de
los animales que quiere comer.
En la relación desiderativa Hegel señala otro
aspecto muy importante: el hombre no deja al objeto subsistir en su libertad,
pues su impulso le apremia a superar esa autonomía y libertad de la que en
apariencia están dotadas las cosas externas, y demostrar que éstas son ahí para
ser destruidas y consumidas. Así también se comportan los predadores con sus
presas, como cualquier animal con su medio de alimentación. Todos los seres
vivos demuestran que los otros son ahí para ser destruidos y consumidos.
Pierden así su autonomía y su libertad. Pero todo lo que alcanza al objeto
termina por alcanzar al sujeto. Y esto lo advierte Hegel: Tampoco el sujeto,
víctima de los intereses limitados, mezquinos y singulares de sus deseos, es
libre en sí mismo, pues no se determina a partir de la universalidad y
racionalidad esenciales de su voluntad.
Deseo y arte
El hombre no se encuentra con la obra de arte en la
relación de deseo. La deja existir libre para sí como objeto, no quiere
consumirla ni destruirla, pues la obra de arte solo es para la faceta teórica
del espíritu. Por eso, aunque la obra de arte tiene existencia sensible,
carece, no obstante, de existencia concreta sensible. En los bodegones de
Cezanne vemos frutas amontonadas dispuestas sobre platos; existen sensiblemente
porque podemos percibirlas visualmente, pero carecen de existencia sensible
concreta, no podemos tomarlas entre las manos y comérnosla. En el deseo deben
darse las cosas en su existencia sensible concreta, mientras que en las obras
solo se dan en su existencia superficial.
La relación teórica
El segundo modo en que lo dado exteriormente puede
ser para el espíritu es la relación teórica con la inteligencia. El hombre al
examinar teóricamente las cosas no tiene interés en consumirlas en su
singularidad, todo lo contrario: su afán es conocerlas en su universalidad. El
deseo reclama las cosas en su singularidad, mientras que la teoría las reclama
en su universalidad. Al examinar las cosas teóricamente el hombre quiere además
encontrar su esencia y ley internas, y concebirlas según su concepto. Nada de
eso interesa al hombre en tanto mantiene con las cosas una relación de deseo.
Pero si se busca la universalidad, la esencia y la
ley interna de las cosas, no debemos pensar el sujeto en tanto singular, esto
es, en tanto está bajo el dominio de sus impulsos e intereses materiales, sino
en tanto en él predominan la razón y el pensamiento. Y así, aunque parte de lo
sensible y de lo particular, el sujeto
no se queda ahí, sino que
transforma lo dado exteriormente en algo abstracto, en algo pensado. Los
conceptos transforman en ocasiones tanto las cosas que al final del proceso
teórico nada tienen que ver con su apariencia sensible. Lo que sucede es que
estamos tan acostumbrados a pensar en términos conceptuales que no nos damos
cuenta de hasta qué punto en las ciencias hacemos abstracción de la existencia
aparente y concreta de las cosas. Les pongo un ejemplo. Uno de los conceptos
fundamentales de la mecánica es el de punto material. Por esta denominación se
entiende un cuerpo cuyas dimensiones se pueden despreciar al describir su
movimiento. Supongamos que ese mundo material sea la Tierra. Aquí, a juicio del
físico, solo está haciendo abstracción de las dimensiones del planeta azul,
pero en verdad se está haciendo abstracción de un número infinito de cosas:
ciudades enteras con toda su riqueza material y cultural, animales y plantas en
toda su inmensa variedad, y un sinfín de cosas más. Y piensen que la física se entiende como una
de las ciencias que no va más allá de lo dado, que no se adentra en el terreno
de la metafísica, pero en verdad epistemológicamente no es así: su nivel de
abstracción es enorme. Sólo quería que tomaran conciencia de hasta qué punto
los conceptos hacen abstracción no solo de la apariencia sensible de las cosas
sino de muchas de sus esencias.
Deseo, ciencia y arte
En lo que se refiere a la relación entre arte y
deseo, afirmaremos que el interés artístico se distingue del deseo práctico
porque el primero deja subsistir el objeto en su independencia y libertad,
mientras que el segundo lo destruye en su propio provecho. Y en lo que se
refiere a la relación entre el interés artístico y el interés científico
afirmaremos esto otro: el primero centra su interés en la existencia singular
del objeto, mientras que el segundo centra su interés en las determinaciones
universales del objeto.
El poder del arte frente a
la ciencia y la filosofía
Lo sensible constituye un aspecto fundamental del
arte, pero no en la modalidad de la existencia concreta sensible, tal y como lo
demanda el deseo, sino en su modalidad de superficie y apariencia sensible. El
espíritu no busca en lo sensible de la obra de arte la completud interna que
demanda el deseo ni las determinaciones universales que capta el concepto.
Quiere presencia sensible, pero liberada del andamiaje corporal que reclama el
deseo. El deseo demanda un cerdo de carne y huesos con todas sus vísceras –a
esto se refiere la expresión “completud interna” –, mientras que el arte sólo
demanda la apariencia cromática y superficial del cerdo. Por eso en la obra de
arte lo sensible es elevado a mera apariencia. Es importante destacar que en el
arte la apariencia se presenta como una elevación respecto de la existencia
sensible concreta de las cosas.
El arte de halla a medio camino entre el deseo y la
ciencia. Su superioridad respecto del deseo se basa en que desarrolla una
sensibilidad espiritual, pues hace que el hombre no busque la destrucción del
objeto sino su conservación. Y su superioridad respecto de la ciencia consiste
en que no se volatiza en pensamientos y conceptos abstractos, sino que sigue
conservando al objeto en su existencia sensible. Ahí reside el gran poder del
arte: es un objeto para el espíritu con existencia sensible. De ahí, como muy
bien destaca Hegel, que lo sensible del arte solo se refiere a los dos
sentidos teóricos de que disponen los
seres humanos, la vista y el oído, y no a los sentidos prácticos: el olfato, el
gusto y el tacto. El hecho de que el
espíritu se vista de lo sensible, que es lo que proporciona el arte, es lo que
ha dado a la religión cristiana todo su inmenso poder sobre las masas; pues
durante toda la edad media el arte en tanto arquitectura, escultura y pintura estuvo al servicio de la religión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario