Ayer, 2 de octubre, celebramos una reunión de
trabajo en el Cekam que tenía por objeto de la reflexión El nacimiento de Venus de Botticelli. Para no quedarnos en meras
impresiones y juicios de valor carentes de conceptos, primero leímos la
descripción común sobre el cuadro, y luego leímos lo que dijeron Hesiodo y
Homero sobre Afrodita. Esta literatura es todo un disfrute. Hay belleza léxica
y hay belleza sintáctica. Gracias a dichos textos conocimos un poco mejor a
Afrodita. Si fuéramos plenamente sinceros, deberíamos decir que de Afrodita
sólo conocíamos su nombre y que era la diosa del amor. Pero gracias a aquellos
textos conocimos cómo nació, quienes le acompañaban y el impacto que causaba
entre los inmortales.
Los textos de Hesiodos y de Homero sirven para algo
más profundo: para sentir y representarnos de forma más adecuada aquel mundo.
Pretendemos, con esa lectura, llenarnos de la sensibilidad y del gusto de la
época. Logramos así estar más en correspondencia con el cuadro de Botticelli. Me
encanta cuando Homero en el himno V dice: “Musa, háblame de los afanes de la
dorada Afrodita, la Chipriota, que en los dioses el dulce deseo infunde y domina las razas de los mortales hombres”. La
sensibilidad actual es muy diferente que la de aquella época. El deseo hoy día
es tosco o extremadamente material, mientras que cuando Homero habla del “dulce
deseo” me proporciona un goce estético inmenso. Ya me gustaría a mí que en las
reuniones del Cekam, inundados todos por ese excelso lenguaje, nos expresáramos con la delicadeza y el gusto
estético de Hesiodo y Homero. Si no lo logramos y es cierto que no logramos ese
nivel, por lo menos lo imitamos y obtenemos cierto nivel de empatía.
Después de esos textos leímos un extracto de El tratado de la pintura de León
Bautista Alberti. Trataba de los pliegues de los paños, de su gravedad, y de su
movimiento causado por el viento. Nos dio una lección de cómo deben pintarse
los vestidos y cómo apreciar la belleza de sus pliegues, como queda de
manifiesto en El Nacimiento de Venus de
Botticelli. Yanira se encantó de apreciar cosas que para ella habían pasado
hasta ese momento desapercibidas. Así es: el mundo está lleno de mundos. Y el
mundo del arte, en este caso el mundo de arte del renacimiento, está lleno de
infinita belleza y de infinitas cosas que hay que saber. Ya llegará una parte
de esa riqueza a nuestra conciencia.
Gracias a los textos de Hesiodo, Homero y Alberti
nuestra percepción del cuadro de Botticelli experimentó un enriquecimiento. Ya
veíamos más que al principio: ya sabíamos más de esa mujer que llegaba sobre
una enorme concha a las costas de Chipre, ya sabíamos más del papel estético de
Céfiro, y ya pudimos apreciar el significado artístico de los hermosos pliegues del floral vestido de
Hora.
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