Pensemos que el mundo de hoy es notablemente
complejo. La complejidad hace alusión a una totalidad compuesta de muchas
partes e interrelaciones en continuo cambio y movimiento. Nada permanece quieto
y nada permanece igual. Y cada parte e interrelación tienen distintos aspectos
y distintos momentos. Captar la unidad y
conservar la unidad en el análisis de lo complejo se torna muy difícil. Las
fuerzas productivas no cesan de desarrollarse, la ciencia no para en su desarrollo
y su aplicación tecnológica da la impresión de no tener fin. Y ello lleva
aparejado cambios continuos en las relaciones de producción. Hacen mal los
marxistas cuando quedan atados en su descripción del mundo a los conceptos
esenciales y no prestan atención a su rica y variada manifestación aparente.
Hegel y Marx deben considerarse los pensadores más
complejos de todos los tiempos. La riqueza categorial de sus teorizaciones es
inmensa y los matices, transiciones y flujo continuo de los conceptos dominan
su forma de pensar. Pensamiento complejo no significa pensamiento oscuro y
enrevesado. Lo que sucede es que muchos economistas marxistas, educados en la
economía convencional, creen que todo se puede reducir a fórmulas sencillas que
lo abarcan todo y captan la esencia de todo. Y aquella oscuridad que atribuyen
al pensamiento de Hegel y Marx no es más que la suya propia. Los filósofos
empiristas y neopositivistas, que es la forma de pensamiento filosófico
predominante, reduciendo la certeza del conocimiento a las percepciones e
incapaces de comprender la enorme
riqueza del mundo esencial y su compleja conexión con el mundo aparente, hacen
gala de un pensamiento superficial y simple. Pretenden verlo todo bajo el
paradigma de dos de las ciencias naturales más abstractas: la lógica matemática
y la física. De ahí que tengan una concepción de la subjetividad y del mundo
exterior extremadamente pobres.
El pensador arrogante, bajo el influjo de la
filosofía empirista dominante, cree que la razón por excelencia, la razón con
mayúscula, solo se da en el campo de las ciencias naturales, en especial en la
lógica matemática y en la física. Considera que fuera de ese campo no existe
verdadera razón ni verdadera lógica. Ignora en su arrogancia que la razón se da
en todas las formas de la práctica social y existe como potencia y fuerza en
todas las personas. De ahí que se crea superior a los demás y piense que la
representación del mundo puede reducirse a cuatro juicios rígidos y con validez
eterna, como sucede en las matemáticas, y despacha los asuntos de la vida y del
pensamiento como los burócratas despachan la aplicación de las leyes. El
pensador arrogante está presente en las filas de la izquierda y de la derecha,
en las de los liberales y de los marxistas, en las de los creyentes y de los
ateos. El pensador arrogante habla con una suficiencia y altivez que no se
corresponde con la complejidad del mundo moderno. Recientemente uno de estos
pensadores arrogantes, que se autoproclama ateo y materialista, afirmaba que
del mismo modo que la teología ha pasado al basurero de la historia igualmente
debería hacerlo el concepto de belleza.
La religión no es solo teología y no solo ni
fundamentalmente el problema de la existencia de Dios. Las religiones son
instituciones, son hermosas catedrales, son prodigioso arte y son comunidades
compuestas por millones de personas. Las religiones son además sociología,
psicología, economía, política y ética. Las personas religiosas no pueden ser
catalogadas de forma general, como hace el pensador arrogante, como
irracionales y como víctimas del opio religioso. Esas personas deben ser
respetadas, y no solo por sus creencias sino por todo su saber y todo su hacer.
El hecho de que una persona sea religiosa no puede implicar que esa persona sea
reducida solo a su ser religioso. Toda persona, y más con la complejidad del
mundo moderno y por efecto de la globalización, tiene múltiples modos del ser.
Esa forma de concebir el mundo, propia del pensador arrogante, que reduce al
otro a una sola modalidad del ser y lo examina de forma abstracta y superficial,
debe ser rechazada por perniciosa y falsa. Hay más de 6.000 millones de
personas religiosas en el mundo y entre ellas hay grandes individualidades. Que
el pensador arrogante, el ateo alimentado en cuatro formulas, catalogue a esas
6.000 millones de personas como pura masa irracional y a sus dirigentes y
grandes individuales como personas narcotizadas por la religión, solo pone de manifiesto
hasta qué grado extremo llega su superficialidad y engreimiento.
La religión es una de las formas de enajenación del
ser humano, pero no la única ni la más importante. La peor y más graves de las
enajenaciones es la económica. Esta enajenación se manifiesta en el mercado
global, en la vida corriente –recientemente una articulista decía que era una
locura que dedicara más tiempo a su perro que a sus propias hijas–, en las
redes sociales, en el ocio y en el entretenimiento. Y la enajenación no es un
producto de la subjetividad sino de la objetividad, del tipo de relaciones
sociales que los seres humanos construyen y que escapan a su control
consciente. Pero el pensador arrogante cree que está fuera del mundo y que está
libre de todo pecado. Y por esa razón mira a los demás, a los que no comparten
su concepción, desde una falsa atalaya de la razón abstracta, como seres
racionales inferiores. Ignora que un misionero que trabaja en las zonas pobres
del mundo tiene más razón en su vida y su pensamiento que él en su diminuto y
estrecho cerebro. Ignora que hay personas religiosas que hacen más por la
racionalización del mundo que la que él despliega entre las cuatro paredes de
su cuarto de estudio. Tiene una estatura mental pequeña, pero en su
engreimiento ciego cree que está por encima del mundo.
Así que Dios nos libre de la arrogante
superficialidad y de sus estúpidos representantes.
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