En la próxima reunión del Cekam reflexionaremos sobre un cuento de Chejov titulado La Dama del perrito. Entre los diversos lugares en los que los protagonistas, Gúrov y Anna, desenvuelven su historia se encuentra el muelle de Yalta. La reflexión que quiero transmitirles trata sobre la diferencia entre los recursos expresivos utilizados por el lenguaje y la pintura para describir un lugar, en este caso un muelle.
He visto varias fotografías del muelle de Yalta,
nuevas y antiguas. También he visto fotografías del Muelle de Santa Catalina de
Las Palmas de Gran Canaria. Supongamos que le pedimos a un pintor que nos haga
un cuadro al óleo del muelle de Yalta, basándose en fotografías antiguas, y
otro del muelle de Santa Catalina en la actualidad. El número de elementos en
total que tendría que pintar supera la cifra de 40. Solo con pintar uno de los
barcos o veleros atracados en el muelle, supondría pintar más de 20 elementos.
Sucede además que cuando se pinta el muelle, hay que incluir inmuebles que
aparecen en el fondo, mobiliario urbano, plantas y árboles, y montañas y cielo.
Además del tráfico de personas y vehículos que hay en el muelle. Mientras que,
en el ámbito del lenguaje, Chejov solo nos dice “muelle de Yalta”. En una
ocasión nos habla del barco que llega de Feodosia, y en otra ocasión del gentío
que se apiñaba en el muelle esperando la llegada del barco. Además, cuando el
lector pone la representación que corresponde a la intención significativa de
la palabra “muelle”, no tiene porque ser clara, ni precisa, ni con muchos
detalles; le basta con una representación vaga.
Al comparar los recursos expresivos que empleamos en
el lenguaje con el que empleamos con la pintura en la descripción del muelle,
observamos dos diferencias fundamentales. Primera diferencia: con el lenguaje necesitamos muy pocos
recursos expresivos para significar el muelle, mientras que con la pintura
necesitamos muchísimos elementos para representar dicho muelle. La diferencia
de base estriba en que con el leguaje solo significamos, mientras que con la
pintura representamos. Cuando significamos es el lector quien pone la
representación a la que apunta el significado de la palabra; y con cada lector,
varía la representación. El lector no tiene porqué mirar una fotografía del muelle
de Yalta del que habla Chejov, le basta con la representación que él tiene de
un muelle que conoce: Muelle de Santa Catalina. Además, es cierto también que
todos los muelles tienen elementos comunes. Si utilizamos el diccionario de
Julio Casares podemos leer el significado general de la palabra “muelle”: “Obra
construida en la orilla del mar o de un río navegable, para facilitar el
embarque y el desembarque”. Puede haber más descripciones generales de lo que
es un muelle, pero nos basta con una para diferenciar el lenguaje de la
pintura.
Segunda diferencia: En la pintura siempre pintaremos
un muelle particular, ya sea un muelle existente o un muelle imaginado;
mientras que, en el lenguaje, siguiendo las directrices de Hegel, siempre que
hablemos de un muelle será un muelle en general. Con el lenguaje solo
expresamos lo universal, lo particular en el sentido de la percepción permanece
inasequible para el lenguaje. Así que cuando decimos muelle, decimos todos los
muelles. Es cierto que con el nombre propio “Yalta” particularizamos el muelle,
pero esta particularización no tiene naturaleza sensible sino puramente
significativa. Solo realizamos un acto nominativo. Los lectores que conozcan
Yalta o vivan en Yalta tienen una representación rica de esa ciudad, pero la
mayoría de los lectores que no conocen Yalta carecen de dicha representación.
Pero hay algo más que decir a este respecto: Tener una representación
enriquecida de la ciudad de Yalta no añade aspecto alguno que mejore nuestra
comprensión del cuento narrado por Chejov.
Pero en lo que afecta a la representación en el
lenguaje hay otro aspecto más que añadir. La primera vez que Gúrov y Anna se
encuentra en la habitación del hotel donde se hospedaba ella, Chejov no dice
palabra alguna de la experiencia amorosa sexual de los protagonistas. Sin
embargo, el lector sabe que esta experiencia ha ocurrido. Así que en la significación
se llega al extremo de que aquello sobre lo que no se dice palabra alguna, el
lector se lo representa. Esta economía en los recursos expresivos que se da en
el lenguaje es imposible que pueda darse en la pintura. Si extrajera una
lección de la reflexión sobre el cuento de Chejov, sería la siguiente: cuando
escribas, cuando narres un cuento, no pongas nada que el lector pueda poner con
su representación.
Aclara mucho sobre la economía de la mente
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